Pianos de una sola nota y teclas que suenan igual
Pablo Casado incorpora la idea del separatismo/terrorismo al catálogo de plagas bíblicas. Lo hace aprovechando la frivolidad de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que escenifican un simulacro de acuerdo para unos presupuestos que ya veremos quién acaba pagando. La fratricida alternancia entre la rabia y el postureo debilita las defensas de una democracia víctima de una ecuménica epidemia de radicalismos. La moderación es un crimen, una ofensa desautorizada por los brotes castrenses que nos proporciona la política nacional, estatal e internacional. En origen siempre hay mucha corrupción, incompetencia e impunidad, a menudo de gobiernos supuestamente de izquierdas que prostituyen su ideario para luego escandalizarse cuando ganan los malos.
El ansia de Casado para, ebrio de soflamas patrióticas, aplicar una versión gore del artículo 155 y la ley de partidos es el síntoma de un furor postideológico que muchos medios acompañan y alimentan. Desde su punto de vista, es la respuesta al furor separatista y adoctrinador, que es como definen una legítima propuesta independentista con un líder, Quim Torra, abducido por simbolismos republicanos tuneados por la nostalgia y un antifranquismo que remite al espíritu de los cancioneros kumbayás que, en los setenta, tantas alegrías hormonales nos dieron. La ascensión solidaria a dieciocho montañas refuerza la épica partidaria, pero no resuelve ningún problema.
Y, en el escaparate mediático, un nuevo espacio de encuentro. Ayer, en la Ser, Josep Cuní fue el anfitrión de un coqueteo low cost entre Roger Torrent y Ada Colau, que encarnan una apariencia especulativa de pacto entre ERC y los Comunes. Para iniciar su aventura, Cuní se hizo acompañar por uno de sus grandes amigos y referentes: Iñaki Gabilondo. Gabilondo elogió la iniciativa de una nueva radio en catalán y apostó por evitar la tentación de “tocar un piano de una sola nota”. Cuní lo remató con la famosa samba de Jobim que, entre otras cosas, lamenta que tanta gente hable sin decir nada. Es una afirmación oportuna porque el encanto de la radio reside precisamente en sentirse acompañado por personas igual de desvalidas y perplejas que nosotros, con virtudes más próximas al animal de compañía que al confesor con poderes de interlocución superior. De hecho, cada vez es más habitual que, quizás porque intuyen que todas las teclas pueden acabar sonando igual, los tertulianos digan, antes de comenzar a hablar: “Desde la más absoluta ignorancia”. Es una confesión que no sólo no los desautoriza sino que los hace más imperfectamente humanos.
Cuní fue el anfitrión de un coqueteo ‘low cost’ entre Roger Torrent y Ada Colau