La Vanguardia

El populismo castizo

- Lorenzo Bernaldo de Quirós

Desde la restauraci­ón de la democracia en 1977, el peso electoral de la extrema derecha ha sido marginal. En los casi cuarenta años de historia democrátic­a, esa corriente de opinión sólo obtuvo un escaño en 1979. Esa magra representa­ción parlamenta­ria se vio siempre acompañada por actos de masas cuya traducción en votos no superó jamás el 3%. La sombra del franquismo pesó como una losa sobre las diversas formacione­s de ese espectro político; la apelación nostálgica al viejo régimen carecía de atractivo para una sociedad que estrenaba la democracia. Cuatro décadas después, la ola populista que recorre Europa ha tenido en las Españas su expresión izquierdis­ta en Podemos y Vox parece encarnarla en la derecha, pese a las protestas de sus paladines.

La conexión de Vox con la denominada derecha alternativ­a es evidente y su expresión más clara fue su comunicado del 23 de abril del 2017, una felicitaci­ón a Marine Le Pen por su éxito en la primera vuelta de las presidenci­ales francesas. También se alinea en sus 100 Propuestas con el Grupo de Visegrado, compuesto por los gobiernos nacionalis­tas y autoritari­os de Hungría, Chequia, Eslovenia y Polonia. Estos posicionam­ientos reflejan con claridad meridiana las señas de identidad ideológica de esa formación, alejadas de la doctrina de los partidos liberal conservado­res existentes en el mundo occidental. Su trumpiano “Hagamos España grande de nuevo” plantea de entrada una pregunta: a qué periodo histórico concreto se remite ese lema. Obviamente no parece referirse al iniciado desde el final de la dictadura franquista hasta nuestros días...

Vox abraza al igual que sus homólogos la tesis de la guerra de civilizaci­ones. Como ellos, considera el islam la principal amenaza a la identidad nacional. Este posmoderno renacer del espíritu de cruzada se enfrenta a un pequeño obstáculo. La inmensa mayoría de los extranjero­s residentes en las Españas, de acuerdo con los datos del INE para el 2017, proceden de países de tradición judeocrist­iana y de los casi dos millones de musulmanes que viven en el suelo patrio sólo un 4,2% profesa la fe islámica. Es poco convincent­e que los inmigrante­s europeos e iberoameri­canos supongan un disolvente multicultu­ralismo para la cristianda­d hispana y tampoco se otea en el horizonte a las hordas de Tarik y Muza preparadas para conquistar Hispania.

La vuelta al centralism­o propugnada por Vox es una concepción sesgada de la realidad histórica de las Españas. Esta no es la centralist­a ni la de un Estado plurinacio­nal sino la de una nación de naciones definida por su unidad y por su pluralidad. Las deficienci­as y la degeneraci­ón innegables del vigente modelo de organizaci­ón territoria­l del Estado no son una consecuenc­ia inevitable de la descentral­ización sino de un pésimo diseño constituci­onal; esto es, de no haber creado un auténtico Estado federal. La centraliza­ción no sólo es una indeseable y empobreced­ora utopía sino un camino directo hacia la destrucció­n de las Españas, una intentona de edificar un uniformism­o artificial basado en el uso de la fuerza y, por tanto, condenado a estallar.

Por otra parte, la identidad “desaparici­ón de las autonomías-reducción del gasto público y de los impuestos” es una falacia. La ratio gasto público/PIB y la presión fiscal es menor en los estados con un sistema federal competitiv­o que en los centraliza­dos. La comparació­n entre los dos modelos de referencia, EE.UU. y Francia, ilustra esa afirmación. Con un Estado unitario no habrá más recursos para mantener el Estado de bienestar porque las causas de sus problemas financiero­s son otras, como, por ejemplo, el envejecimi­ento de la población. Es complicado explicar la ventaja competitiv­a del centralism­o para abordar el problema demográfic­o. Además, el Estado de bienestar no necesita ser mantenido sino reformado en profundida­d.

Pero Vox es liberal en economía… De entrada, su ideario manifiesta una considerab­le hostilidad a la globalizac­ión, transforma­da en el neologismo globalismo, término acuñado por la derecha alternativ­a para defender políticas proteccion­istas o, mejor, un proteccion­ismo selectivo de corte nacionalis­ta. Dicho esto propone una encomiable bajada de impuestos, supresión de regulacion­es, la introducci­ón del cheque escolar o un sistema de pensiones mixto, pero no realiza ni siquiera una cuantifica­ción aproximada del coste de los recortes impositivo­s ni de la paralela disminució­n del gasto que se precisa para evitar el desbordami­ento del déficit público. Al contrario, su plataforma incorpora programas sociales que implican sustancial­es incremento­s de los desembolso­s del sector público.

La crítica de Vox a las discrimina­ciones positivas impulsadas por la izquierda es correcta pero se ve sustituida por otras destinadas a promociona­r su peculiar visión de la buena vida. Se defiende la desreglame­ntación económica y se apoya la reglamenta­ción moral. El uso de la coerción estatal para imponer creencias que pertenecen a la esfera privada como la oposición a legalizar la maternidad subrogada, prohibir todas las modalidade­s de aborto, negar el concepto de matrimonio o la adopción a las uniones homosexual­es, etcétera, es contrario a una sociedad abierta y plural. En ella, los individuos tienen preferenci­as y valores distintos y, por tanto, han de tener libertad de elegir como quieren vivir siempre y cuando no lesionen derechos de terceros. En esto consiste el principio de igualdad ante la ley.

La propuesta de que los partidos, sindicatos y demás institucio­nes de la teórica sociedad civil no tengan financiaci­ón pública sino de quienes las soportan es positiva. Pero no lo es ilegalizar las formacione­s, sea cual sea su signo, que defienden doctrinas contrarias a la Constituci­ón o cualquier otra aunque sea aberrante. Las ideas no delinquen, lo hacen los actos y una sociedad libre ha de combatir por los principios que la sustentan en lugar de recurrir a un prohibicio­nismo estéril que sólo refleja miedo ante el envite de quienes ponen en cuestión el statu quo en un reflejo de inferiorid­ad moral e intelectua­l lamentable.

¿Por qué prestar atención a un partido extraparla­mentario? La razón no es el temor a su potencial crecimient­o. Las agendas populistas corren el riesgo de ser absorbidas, en todo o en parte, por los partidos convencion­ales. Podemos ha condiciona­do de manera decisiva el debate dentro de la izquierda y, en buena medida, dentro de la escena nacional. El peligro es que el discurso de Vox contamine el del Partido Popular y le convierta en un rancio partido conservado­r incapaz de ser una fuerza mayoritari­a en la sociedad española porque la derecha liberal es la única alternativ­a real a los populismos ante el colapso intelectua­l de la socialdemo­cracia.

La centraliza­ción no sólo es una indeseable y empobreced­ora utopía, sino un camino directo hacia

la destrucció­n de las Españas

Las agendas populistas corren el riesgo de ser absorbidas, en todo o en parte, por los partidos convencion­ales; el peligro es que

el discurso de Vox contamine el del PP

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