La Vanguardia

El futuro de Venezuela

- Carles Casajuana

Carles Casajuana aborda la crisis de Venezuela y considera que Maduro no convocará elecciones por miedo a perderlas y a ser juzgado por violar la Constituci­ón. De ahí que, descartada la intervenci­ón militar, a la comunidad internacio­nal sólo le quede la presión diplomátic­a y las sanciones económicas. El futuro del país, sin embargo, pende de un hilo.

La proclamaci­ón de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela ha sido una jugada audaz, pero también un salto al vacío. Estados Unidos lo reconoció de forma inmediata como presidente del país. Desde entonces, bastantes países han hecho lo propio, entre ellos Colombia, Brasil, Canadá, España y los miembros de más peso de la Unión Europea. El resultado es que Venezuela tiene hoy dos presidente­s, Maduro y Guaidó, y que unos países reconocen a Maduro y otros –la mayoría, creo– a Guaidó. Muy bien. Y ahora ¿qué?

En un sondeo de hace quince días, el 82% de los venezolano­s estaba a favor de la dimisión de Maduro. En otro de hace un año, el 42% apoyaba un golpe de Estado para echarle del poder. La economía está devastada. Hace veinte años, Venezuela se considerab­a un país rico, al menos por comparació­n con sus vecinos. Ahora más del 90% de los habitantes tiene dificultad­es para alimentars­e. La hiperinfla­ción y el desabastec­imiento de productos de primera necesidad han hundido al país en el caos. Se calcula que más de tres millones de venezolano­s se han visto obligados a emigrar y al menos un millón más están haciendo las maletas. En estas condicione­s, y con Estados Unidos, Canadá, Europa y los países más relevantes de América del Sur pidiéndole que abandone el poder, la superviven­cia política de Maduro es muy difícil.

Pero esto no quiere decir que Guaidó se vaya a imponer fácilmente, ni que podamos excluir un desenlace caótico. Maduro no convocará elecciones presidenci­ales por miedo a perderlas y a que la oposición, una vez en el poder, le juzgue por violar la Constituci­ón y arruinar el país. Además, aunque se fiase de las promesas de impunidad de Guaidó, sus hombres no le permitiría­n que los abandonara, por miedo a terminar todos en la cárcel. Por eso, Maduro y los suyos harán todo lo posible para atrinchera­rse en el poder e intentar resistir con el apoyo de Cuba, Rusia, Turquía y China.

De momento, la cúpula del ejército continúa apoyando a Maduro. Es lógico: el régidounid­ense, men les ha dejado que se enriquezca­n con prebendas petroleras y –dicen– con el tráfico de artículos de primera necesidad e incluso de cocaína. Si ahora se acogieran a la amnistía que les ofrece Guaidó, nada les garantiza que más adelante no les juzgaran por corrupción o por tráfico de drogas.

Es muy dudoso que Maduro pueda contar con el ejército para reprimir las manifestac­iones de protesta o para mantener el orden público interno, porque el ejército no deja de ser un reflejo de la sociedad venezolana, que está muy dividida, y muchos militares desertaría­n. Pero Maduro cuenta con los paramilita­res de los llamados Colectivos y con decenas de miles de asesores cubanos que controlan el ejército y sectores estratégic­os de la economía, y está decidido a armar a 50.000 personas para que formen Unidades Populares de Defensa del régimen.

Estados Unidos no descarta una intervenci­ón militar. Pero a pesar de la debilidad de las fuerzas armadas venezolana­s, la intervenci­ón –un desastre desde el punto de vista diplomátic­o– no sería sencilla. Nada que ver con las intervenci­ones en Granada, Panamá o Haití. Teniendo en cuenta las dimensione­s y la población de Venezuela, para invadir el país habría que desplegar un ejército de unas dimensione­s considerab­les. La logística sería endiablada. Aunque una parte del estamento militar se pasara al bando esta- la invasión se convertirí­a en un elemento aglutinado­r del resto. Las fuerzas armadas venezolana­s no están bien entrenadas, pero sí bien armadas. Una campaña aérea estadounid­ense sería devastador­a, pero no anularía las defensas del país. Venezuela cuenta con misiles tierra-aire que podrían hacer mucho daño. El terreno, las zonas de jungla y la densidad de población en las ciudades complicarí­an mucho las cosas al ejército invasor. A menos que se produjera un levantamie­nto masivo contra el Gobierno de Maduro, Venezuela podría convertirs­e en una pesadilla para Estados Unidos.

Descartada la intervenci­ón, queda la presión diplomátic­a y las sanciones. La presión diplomátic­a tocará pronto fondo: la práctica totalidad de los países que podían apoyar Washington ya lo han hecho y es muy difícil que China o Rusia dejen caer a Maduro. Las sanciones que Washington ha impuesto a la compañía nacional de petróleo venezolana privarán a Maduro de uno de los instrument­os más poderosos para mantenerse en el poder. Las exportacio­nes venezolana­s han caído en picado. No es difícil imaginar que esto generará divisiones entre los miembros de la cúpula del régimen que se benefician de ellas, que ahora se tendrán que repartir un pastel mucho más pequeño. Pero es dudoso que estas sanciones tengan efecto de forma inmediata. El régimen puede resistir. Además, las sanciones harán más daño a la población que a las élites del régimen de Maduro.

A medio plazo, el fin del régimen chavista parece inevitable. La legitimida­d de Maduro para mantenerse en el poder es mínima. Pero el apoyo de Donald Trump tampoco es la mejor carta de presentaci­ón para Guaidó, ni una garantía de estabilida­d futura. La transición ya ha comenzado, pero nada nos dice que sea rápida, ni pacífica. La situación se puede empantanar. Puede haber un derramamie­nto de sangre. Si la economía continúa deteriorán­dose, se puede producir un desastre humanitari­o. No es un panorama alentador.

Maduro no convocará elecciones por miedo a perderlas y a ser juzgado por violar la Constituci­ón

Descartada la intervenci­ón militar, queda la presión diplomátic­a y las sanciones, pero tocarán pronto fondo

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