La grandeza del Athletic
El Barça, que necesita descansar y lo hará por fin esta semana, salió vivo de San Mamés. Sin Arthur y sin Alba, con Messi a medias, con Dembélé recuperándose, con versiones defectuosas de Coutinho y Suárez, y con Arturo Vidal saboteando la salida del balón, arrancó un punto de Bilbao, lo cual es reseñable porque mantiene una renta de seis y siete puntos respecto al Madrid y el Atlético respectivamente. El equipo azulgrana, salvado por Ter Stegen, cuestión que no debe avergonzarle porque para eso está, requiere de un reseteo para afrontar la Champions con garantías. Sus fases de dominio fueron estériles y si no arañas en San Mamés no ganas. Lo mismo vale para Europa.
El Athletic es único y merece todo el reconocimiento. Su afición se siente parte de un club de los llamados grandes y, aunque con pocos títulos en los últimos tiempos, negárselo sería tanto como no reconocer el mérito que tiene ser el único equipo, junto al Barça y Madrid, que no ha bajado a Segunda desde el nacimiento de la Liga, que ayer cumplió 90 años. En un fútbol cada vez más homogeneizado, el Athletic se empeña en distinguirse de los demás. Su naturaleza habla de una entidad que no acepta extranjeros en sus filas. Dicho así suena feo, pero se trata de un canto a la resistencia ante la globalización, que ha traído bondades pero también gilipolleces. El Athletic es algo así como un pequeño colmado de comestibles que aguanta abierto pese a que delante le han plantado unos grandes almacenes. Pudiéndose recrear en esa singularidad, al Athletic no le basta. Repasemos hechos recientes que le diferencian: acaba de batir el récord de asistencia a un partido de fútbol femenino, su gente ha elegido a un cocinero como presidente (Aitor Elizegi) y su fundación organiza desde el 2010 un festival de literatura (Letras y Fútbol) y otro de cine (Thinking Football Film) desde el 2013.
Ayer empató el Athletic. Jugando así tampoco este año bajará. Acorralado como está, debería serle contabilizado un trofeo al año cada vez que lo consigue.