La Vanguardia

Vonn se despide de la competició­n con un bronce mundial

Lindsey Vonn cierra su trayectori­a con un bronce en el descenso

- SERGIO HEREDIA

El lunes, Lindsey Vonn estaba disputando el Supergigan­te de los Mundiales de Are (Suecia), cuando salió despedida hacia la red de seguridad.

Ella misma recuerda el golpe. De repente, se veía tumbada sobre la nieve, diciéndose:

–¡Qué demonios! ¿Por qué estoy de nuevo en la red (de seguridad)? Era como: “¿Por qué estoy aquí? ¡Estoy demasiado vieja para esto!”.

Frustrada, empezó a creer que ya estaba servida. Que se acabó. Tiene 34 años. Y las dos rodillas hechas trizas. Y un largo puñado de accidentes. Y otro puñado de títulos: ha ganado 62 pruebas de la Copa del Mundo (sólo le supera Ingemar Stenmark, con 68).

Aquel accidente le rompía los esquemas. Había llegado a Are decidida a marcharse a lo grande. Se creía subiéndose al podio una vez más.

Y ahora se iba al ambulatori­o. Llevaba el cuerpo magullado y un ojo morado. Quién sabe qué iba a ocurrir en los días sucesivos. ¿Estaría lista para el domingo, para la última carrera de su vida? ¿El descenso?

(...)

Lo estaba.

Este es el momento que distingue a una leyenda. Bajo presión, bajo mínimos, con el cuerpo herido y el espíritu turbado, el monstruo se revuelve. ¿No tumbó Michael Chang, acalambrad­o, a Ivan Lendl? ¿Y qué decir de Michael Jordan, malherido, devorando al fin a sus adversario­s?

Ayer, Lindsey Vonn se despidió de la élite con un bronce. Un podio inesperado. El séptimo de su carrera en un Mundial. De ellos, hay dos oros. Un adiós desde la cima.

¿No se van así los grandes? Y luego, dijo:

–Quiero llorar. Pero ya estoy seca. Estoy dolorida. Antes del accidente ya estaba dolorida. Me duele el cuello. Pero al final, a nadie le importa si me duele el cuello. Sólo importa que yo gane... Sabía que era capaz de avanzar entre el dolor una vez más. Y lo he hecho. Cada atleta tiene sus propios obstáculos y yo me he enfrentado hoy a los míos y los he conquistad­o.

Hay que recapitula­r. A principios de curso, Lindsey Vonn pretendía estirar su trayectori­a hasta este marzo. Echarle un pulso al viejo Stenmark, hombre parco en palabras, un señor de 62 años que ayer aguardaba a pie de pista a la estadounid­ense. Un mito con un ramo de flores.

En victorias de la Copa del Mundo, estaban 68 a 62. Ganaba el sueco por un margen escaso. Un margen menguante. Los números son solo eso, números. Pero según cuáles, reconforta­n.

Vonn se había metido a Stenmark entre ceja y ceja.

Pero las rodillas... –Sabía que esto se acababa. Así que le había pedido a Stenmark que viniera, que estuviera aquí conmigo. Le había escrito en mayúsculas, con un montón de exclamacio­nes. Él es un icono y una leyenda en nuestro deporte y realmente no le gustan las luces. Pero se merece su momento. Nunca le agradeceré lo suficiente que haya venido. Honestamen­te, es el mejor final para mi carrera –dijo Vonn.

–¿Y qué hará ahora? –le preguntaro­n en la rueda de prensa.

–Lo mejor es que, en el mundo real, aún soy muy joven. Mire: me he sentido vieja durante mucho tiempo. Hace años que compito con rivales quince años más jóvenes que yo. Pero ahora, en el mundo real, soy normal. ¡Los treinta son mis nuevos veinte!

DESDE EL AMBULATORI­O

El lunes, Lindsey Vonn era todo dudas: se había accidentad­o durante el Supergigan­te

EL FUTURO

“En el mundo real, soy joven; en el esquí me veía vieja, midiéndome a rivales quince años más jóvenes”

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JONATHAN NACKSTRAND / AFP Lindsey Vonn muestra su abanico de siete medallas en Mundiales, dos de oro, ayer en Are

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