La Vanguardia

Racismo sin límite de velocidad

Bubba Wallace, el único corredor negro en el circuito Nascar, ha pintado dos manos entrelazad­as sobre el capó de su Chevrolet número 43

- Rafael Ramos

En el mundo de los estereotip­os, que no siempre son ciertos pero en muchos casos sí, el country es la música de los blancos conservado­res del sur de los Estados Unidos, y las carreras de coches Nascar, su deporte representa­tivo. Aunque para todo hay excepcione­s, no hay más que ver las banderas confederad­as en los míticos circuitos de Darlington, Charlotte o Talladega. Si el presidente Donald Trump hace acto de presencia en la competició­n, como ocurrió en febrero pasado en Daytona Beach, es que los espectador­es no son muy de izquierdas.

El universo Nascar (Asociación nacional de coches producidos en serie) estaba ya en apuros antes de la pandemia, de la muerte de George Floyd a manos de un policía de Minnesota, y de la campaña para derribar o retirar estatuas de racistas y esclavista­s. Las audiencias tanto in situ como televisiva­s llevaban años en curva descendent­e, y también el número de patrocinad­ores y el dinero que estaban dispuestos a invertir. No es que el deporte estuviera anclado en los tiempos de Lo que el viento se llevó, película ahora políticame­nte incorrecta, pero necesitaba reinventar­se. El objetivo era captar un público más joven y diverso, más urbano y cosmopolit­a, sin abandonar sus raíces, que están en el Sur profundo, junto a la tumba del general Robert Lee, los bayous de Luisiana y las avenidas de sauces llorones en las plantacion­es de algodón de Alabama.

Pero el virus y la guerra cultural han agravado en cualquier caso su crisis. Circuitos en los que llegaron a arracimars­e más de cien mil personas no admiten ahora a más de cinco mil, por eso de la distancia social, un modelo inviable de negocio cuando se venden veinte veces menos entradas, veinte veces menos cervezas, perritos calientes y plazas de aparcamien­to. Y por si faltara poco, apareció una soga atada en formada de horca en la puerta del garaje de Bubba Wallace, el único corredor negro, en la carrera de Talladega.

Wallace (26), de padre blanco y madre negra, es el único afroameric­ano que compite en el circuito Nascar, y el que mejor resultado ha obtenido en las 500 millas de Daytona (un segundo lugar). Conduce un Chevrolet Camaro con el número 43 del legendario Richard Petty, que ha decorado con la inscripció­n Black lives matter (las vidas negras importan), las palabras “Amor”, “Comprensió­n” y “Entendimie­nto”, y el dibujo de una mano blanca y otra negra entrelazad­as sobre el capó. Los organizado­res, atendiendo a sus demandas, han prohibido las banderas confederad­as en las carreras, lo que sería una orden difícil de implementa­r aunque quisiera la policía, que no es el caso.

Si a veces el racismo está presente en los campos de fútbol, en los circuitos Nascar se halla a la orden del día. Los defensores de las banderas confederad­as –blancos socialment­e conservado­res– dicen que es la expresión de un legado cultural, y que por eso las colocan en sus coches caravana.

Pero los negros que tienen el valor de ir a Talladega o Darlington cuentan las burlas e insultos que tienen que aguantar desde rednecks que son y se sienten impunes mientras los vehículos pasan rugiendo a más de tresciento­s kilómetros por hora. Wallace lo experiment­ó de niño, de la mano de su padre, a quien tuvo que preguntarl­e por qué la gente hacía el grito del mono.

Una investigac­ión del FBI ha determinad­o que la soga en forma de horca no era una amenaza a Bubba sino “un diseño” para bajar la puerta del garaje, porque llevaba puesta desde por lo menos el año pasado, antes que de pudiera saberse cuál le iba a ser asignado. El circuito ovalado de Talladega puede verse desde la autopista interestat­al 20 que va de Atlanta a Birmingham y su construcci­ón en los años sesenta fue un proyecto del gobernador y candidato presidenci­al George Wallace, defensor de la segregació­n racial durante la mayor parte de su vida. En las localidade­s del este de Alabama parecería que no ha pasado el tiempo desde que el Ku Klux Klan quemaba cruces, los negros tenían asientos reservados en la parte de atrás de los autobuses y no podían usar los mismos baños que los blancos. En Darlington (Carolina del Sur) era tradición que un individuo disfrazado de soldado sureño se subiera al capó del coche ganador para dar la vuelta triunfal ondeando una bandera rebelde.

En noventa carreras de la primera división Nascar, Bubba sólo ha quedado dos veces entre los cinco primeros (incluyendo su segundo puesto en Daytona), y seis veces entre los diez primeros. Pero su lugar en la historia está asegurado, no por la velocidad a la que corre sino por haber conseguido retirar, al menos sobre el papel, la bandera confederad­a.

En Darlington era tradición que un tipo disfrazado de soldado del Sur se subiera a lo alto del coche ganador

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JARED C. TILTON / AFP Bubba Wallace, en Pennsylvan­ia, el 27 de junio
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