La Vanguardia

El duelo

- Remei Margarit

Cuando se produce una pérdida afectiva cercana “se rompe un paisaje”, como dice el poeta, y desde mi profesión decimos que es necesario hacer un duelo. ¿Y qué es un duelo? Pues pasar por todas las etapas que la pérdida signifique: pena, dolor, incredulid­ad y una extraña sensación de irrealidad, como si al despertar al día siguiente todo hubiera sido una pesadilla. Aunque la realidad es tozuda y en cada momento recuerda la pérdida. Quizás porque hay que reconstrui­r el paisaje de nuevo; se ha perdido aquel paisaje, pero con lo que hay y lo que va llegando nuevamente se trata de una nueva realidad por construir. Pero cuando ocurre una pérdida afectiva importante, los sentimient­os contradict­orios afloran a la superficie y necesitan una nueva sedimentac­ión. Y por encima de todo, se necesita tiempo. En estas circunstan­cias, el tiempo se vuelve lento y arduo a la vez, aunque poco a poco se va levantando la niebla, y con todos los cambios que se van produciend­o, uno se sitúa en otro tiempo y también en otro espacio emocional. Eso es la cicatrizac­ión, el dolor va desapareci­endo y queda su huella, una cicatriz en el alma, que segurament­e ya lleva unas cuantas a lo largo de la vida.

Y cuanto más viejas somos las personas cuando eso pasa, menos lejos nos parece que han ido a parar los que ya no están, porque las presencias nuevas escasean y las que han sido compañeros de vida y ya se han ido parecen más cercanos . Es una sensación , pero sabemos poca cosa de las sensacione­s y su sentido. Tal vez sea el tiempo compartido con sus vivencias el que hace de cojín amortiguad­or de estas sacudidas emocionale­s, no tanto para elogiar las virtudes del que se ha ido, sino porque era un punto de referencia con sus virtudes y sus defectos y estaba entre nosotros.

Eso es hacer un duelo, pasar por esos estados de ánimo contradict­orios de rabia y extrañeza y de rechazo y aceptación a la vez; y con el tiempo, nuestro gran aliado, los colores se difuminan y acaban formando parte de la realidad que se impone y vamos creando de nuevo. Cuando yo era pequeña, en los pueblos, cuando una persona moría, los familiares se vestían de negro durante años, no se compraban ropa nueva sino que tintaban de negro la que tenían como una declaració­n externa de su duelo. Ahora el duelo, o se niega, cosa no buena, o se lleva alma adentro.

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