Un escudo planetario
La necesidad de evitar cualquier tipo de contaminación biológica procedente del espacio se planteó por primera vez en 1956, en un congreso de la Federación Astronáutica Internacional. Desde 1959, el Comité de Investigaciones Espaciales se encarga de que la Tierra se encuentre a salvo en este sentido. En 2002, aquel aprobó un documento en el que recomienda que las misiones al espacio sigan ciertos protocolos de seguridad en función de su objetivo. Existen cinco categorías:
En la I, que no requiere tomar medidas de protección, se encontrarían, por ejemplo, las expediciones al Sol, donde no se trata de investigar el origen de la vida. En la II, este sí sería el propósito, pero solo habría una remota posibilidad de que la nave quedara contaminada; imaginemos que su destino es la órbita lunar. En la III, podría ser la de Marte o Europa, satélite de Júpiter donde se cree que existe una química prebiótica. Para prevenir posibles incidentes se ensamblaría la sonda en una sala libre de gérmenes. En la IV se consideran los mismos destinos que la III, pero esta aterrizaría, así que habría que esterilizarla para que nuestros microbios no invadan el lugar. La V incluye la toma de muestras y traerlas a la Tierra. En ella se especifica que hay que evitar que el ingenio que las acarree se estrelle incontroladamente en nuestro planeta.