Nou Horta

Las pompas de jabón

- Rafael Escrig

Cuando me lavo las manos hago pompas de jabón y con ellas me convierto en un niño y el presente desaparece en un pluff, como mis recuerdos cuando me lavaba las manos con mi padre y hacíamos juntos enormes e idénticas pompas de jabón. Ellas no han cambiado, nosotros sí y quizá también el jabón. Pero por fin he dado con un jabón líquido con el que puedo hacer esas enormes y bonitas burbujas cuando me lavo las manos. Fantástica­s pompas que siempre me conducen hasta aquella época en que mi padre me enseñaba, según su refinada técnica, cómo conseguir la pompa perfecta, la que hacía crecer y crecer entre sus manos, aquella que se alargaba hasta casi tocar el lavabo, con una gotita de jabón temblando en su extremo y que al final, no pudiendo crecer más, explotaba salpicando mi cara de niño asombrado, de ese niño que no quería dejar el juego y le pedía a su padre que volviera a hacerlo una y otra vez. Yo también enseñé a mis hijos a disfrutar con esos juegos cargados de ilusión. Yo también les regalé esos instantes de fantasía y también intentamos juntos cómo crear esa pompa perfecta entre las manos. Esa pompa gigante e irisada capaz de envolverte y de llevarte volando hasta ese mundo de utopía y ensueño que imaginamos a esa edad. Allí donde la fantasía nunca se termina y lo mismo puedes ser un príncipe que un pirata, un bombero o un guerrero medieval, el mago Merlín o un gran marajá. Mis hijos ya son mayores, pero también enseñarán a sus hijos esos juegos. Lo deseo con la esperanza de que nunca olvidemos a ese niño de seis años que siempre llevamos a nuestro lado como una sombra invisible, y que nos aconseja que nunca nos apartemos de la fantasía para seguir jugando, para seguir viendo el mundo a través del arcoíris de esa superficie maravillos­amente frágil y temblorosa, lo mismo que nuestros sueños, frágiles y quebradizo­s pero que se repiten llenando de hechizo nuestras noches.

El jabón líquido que me ha hecho redescubri­r esas sensacione­s es de un color verde brillante, casi fosforesce­nte, suave y bienolient­e. Es un jabón que tiene un poder extraordin­ario; es casi mágico: limpia, me perfuma, me divierte y me lleva al lado de mi padre enjabonánd­onos las manos en el lavabo de nuestra casa, hace sesenta años. Aunque supongo que la magia no reside en ese jabón líquido, ni siquiera en las pompas que vuelvo a practicar. La magia está en saber recuperar nuestros recuerdos y en no perder nunca nuestra capacidad de hacer salir al niño que llevamos dentro.

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