Las pompas de jabón
Cuando me lavo las manos hago pompas de jabón y con ellas me convierto en un niño y el presente desaparece en un pluff, como mis recuerdos cuando me lavaba las manos con mi padre y hacíamos juntos enormes e idénticas pompas de jabón. Ellas no han cambiado, nosotros sí y quizá también el jabón. Pero por fin he dado con un jabón líquido con el que puedo hacer esas enormes y bonitas burbujas cuando me lavo las manos. Fantásticas pompas que siempre me conducen hasta aquella época en que mi padre me enseñaba, según su refinada técnica, cómo conseguir la pompa perfecta, la que hacía crecer y crecer entre sus manos, aquella que se alargaba hasta casi tocar el lavabo, con una gotita de jabón temblando en su extremo y que al final, no pudiendo crecer más, explotaba salpicando mi cara de niño asombrado, de ese niño que no quería dejar el juego y le pedía a su padre que volviera a hacerlo una y otra vez. Yo también enseñé a mis hijos a disfrutar con esos juegos cargados de ilusión. Yo también les regalé esos instantes de fantasía y también intentamos juntos cómo crear esa pompa perfecta entre las manos. Esa pompa gigante e irisada capaz de envolverte y de llevarte volando hasta ese mundo de utopía y ensueño que imaginamos a esa edad. Allí donde la fantasía nunca se termina y lo mismo puedes ser un príncipe que un pirata, un bombero o un guerrero medieval, el mago Merlín o un gran marajá. Mis hijos ya son mayores, pero también enseñarán a sus hijos esos juegos. Lo deseo con la esperanza de que nunca olvidemos a ese niño de seis años que siempre llevamos a nuestro lado como una sombra invisible, y que nos aconseja que nunca nos apartemos de la fantasía para seguir jugando, para seguir viendo el mundo a través del arcoíris de esa superficie maravillosamente frágil y temblorosa, lo mismo que nuestros sueños, frágiles y quebradizos pero que se repiten llenando de hechizo nuestras noches.
El jabón líquido que me ha hecho redescubrir esas sensaciones es de un color verde brillante, casi fosforescente, suave y bienoliente. Es un jabón que tiene un poder extraordinario; es casi mágico: limpia, me perfuma, me divierte y me lleva al lado de mi padre enjabonándonos las manos en el lavabo de nuestra casa, hace sesenta años. Aunque supongo que la magia no reside en ese jabón líquido, ni siquiera en las pompas que vuelvo a practicar. La magia está en saber recuperar nuestros recuerdos y en no perder nunca nuestra capacidad de hacer salir al niño que llevamos dentro.