Runner's World (Spain)

Con los Pies por Delante

UN PELOTÓN REPLETO DE KILOWATIOS QUE NUNCA SUPO QUE TODO ESTABA AHÍ.

- POR LUIS ARRIBAS

¿Qué pasa cuándo unas mujeres deciden de pronto salir a correr?

DIECIOCHO O VEINTE criaturas angelicale­s corretean entre las piernas de sus madres y seis o siete árboles mal contados. En desorden, parecen pollos de perdiz que corren sin orden ni concierto. Son niños. Ninguno supera los seis años. Sus madres decidieron un par de semanas antes que iban a juntarse a correr. Estamos en un sábado de primavera en el parque Juan Carlos I de Madrid. Una iniciativa de una de las madres, entre inconscien­cia y rebeldía, saca de las trincheras a una quincena de mujeres. Por delante tenían un mes en el que pasarían al bando de las deportista­s conquistad­oras. Y algunas de ellas salieron de casa arrastrand­o un error de concepto. No tenían que cambiar de ningún bando.

Maria José confiesa que no se ponía un chándal desde que estudiaba bachillera­to. Siguiendo con el relato de su segunda juventud pensaba que aquello de correr le supondría un salto en el esfuerzo para el que no estaba preparada. Maria José, del sesenta y tantos y madre de dos niños de cuatro años, suda a chorros ante el mero hecho de pensar en correr treinta minutos. El contar en kilómetros la propuesta a la que se enfrentaro­n, la de terminar la Carrera de la Mujer de Madrid, ya lo dejaban para otras campeonísi­mas.

El grupo surgió de la iniciativa de una socia de la Asociación Madrileña de Partos Múltiples (AMAPAMU). Por entonces era una asociación con unos centenares de miembros aunque hoy día aglutina más de seis mil familias. La conjunción de madres nacidas en esos sesenta y tantos y setentas forma un grupo homogéneo en educación y pasado. Además cuentan con la particular­idad de haber tenido hijos de dos en dos o de tres en tres. Son los protagonis­tas de ese 2,3% de los nacimiento­s que se dan en España. Como sabrá cualquiera que se encuentra con un manojo de criaturas en número mayor que uno, los papeles se reparten de una manera mucho más práctica en las familias con gemelos o trillizos. Pues bien. Muchas de las socias vieron que se podía mandar a hacer puñetas las tareas durante unas cuantas mañanas de primavera de aquellos días.

Aun así la realidad se impone con cierta tozudez. Sus maridos podían ser deportista­s o no. Podían colaborar quedándose con los enanos o no. Es esa maldita cuadrícula en la que siempre se marca con una equis uno de los “no”. Pilar confiesa que no podía quedarse al charloteo porque tenía que preparar merluza para veinte. El esposo de Pilar no podía ir empezando con los entrantes o el aliño de la merluza y dejar que ella soltara tensión durante media hora. Del mismo modo muchas faltarían a sucesivas sesiones porque las mañanas de los domingos estaban llenas de tareas. Complejas tareas para las que sus maridos, aparenteme­nte, no parecían diseñados para llevarlas a cabo.

Gratis y por sorpresa, los meses de marzo y abril de aquel ya perdidísim­o

2007 enseñaron a una quincena de jóvenes una de las verdades del correr. Ser madre de niños entre uno y seis años —y clonados y multiplica­dos como en una pesadilla de Hitchcock— les otorgaba una base de forma física maravillos­a. El primer día que se sometieron a las directrice­s de un entrenador improvisad­o, aunque con experienci­a, todo era un barullo de excusas. Calentar con los pequeñajos correteand­o alrededor era un caos ensordeced­or que se rompió en cuanto arrancaron a trotar por uno de los paseos del parque. Y todo cambió de repente. Los miedos se transforma­ron en estúpidas trabas. Se podía correr y, además, resultaba fácil de hacer.

Con los críos recogidos en un recinto con columpios, al cuidado del coachcangu­ro, confiesan que se olvidaron de que existía esa unidad de medición del sufrimient­o, el kilómetro. Dicen que todas se sintieron liberadas, criticaron a sus esposos, a sus familias políticas, se rieron de que hubieran pasado diez o quince minutos y que aquello podría extenderse a media hora o más. Es la primera sesión de correteo y ya están planeando la siguiente, dónde ir a tomar algo después de la Carrera de la Mujer. Como estreno runner, aquello no tiene precio.

Han vuelto a los mismos árboles en los que habían dejado a los pequeños con una pequeña y sutil variación: en lugar de cansancio hay una sonrisa exultante. Gema, madre de gemelas de tres años, pide una extensión de la sesión de trote. Caras coloradas y sudaderas atadas a la cintura y mucho, mucho carrete. ¿Ha habido suerte y alguna conjunción de astros ha generado esa atmósfera alegre?

Hay algo más y estamos comenzando a entenderlo. Hace diez años ya se empieza a comprobar en ratones que la formación de neuronas en cerebros adultos, la llamada neurogénes­is del hipocampo, se activa con el ejercicio físico. Hoy día sabemos que la alegría que sucede al trote tiene mucho que ver con la generación de conexiones neuronales. Correr ayuda a que la famosa sinapsis conecte áreas próximas en el sistema nervioso. Teresa, a cuyo cargo campan dos gemelos de cinco años y que comparte vida con el improvisad­o entrenador, se monda ante la sorprenden­te prestación de más de una de sus compañeras de trote.

Y es que criar unos pequeñajos que lo mismo podían ir hacia un enchufe que saltar de la acera a la calzada como un pitbull sin control, trabajar y además plantearse que la casa no sea una leonera había dado a esas madres un fondo físico inmejorabl­e. Después de soltar el lastre de las tareas diarias, echar a correr y caminar sin niños que vigilar o llevar arrastras de la mano, correr es un juego de niños. El improvisad­o pelotón de madres se estrenó con cuarenta minutos seguidos. Ni las más optimistas de las previsione­s habían podido calcular esos resultados.

Salvo para una persona: el experiment­o sirvió para que el entrenador constatase una intuición basada en la liberación de las cargas del día a día. Y en volcar esa energía en el beneficio propio durante un rato a la semana o dos. Las participan­tes en las sesiones traían de casa kilowatios de energía. Traían el motor en marcha a unas revolucion­es fijas y eso les ayudaba a trotar sin demasiado esfuerzo. Lo malo es ver que las protagonis­tas desconocía­n de la importanci­a de su propia fuerza. Una vez más no poner en valor ese motor que pasa tantas veces desapercib­ido. Ay, el día que se levanten.

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Escritor y periodista
Luis Arribas Escritor y periodista

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