YO INVENTÉ A BEYONCÉ
Ella tenía nueve años y soñaba con ser cantante. Él abandonó sus negocios para convertirse en promotor musical y cumplir su deseo. Hablamos de Beyoncé y de su padre, el hombre que la catapultó a la fama y la representó hasta su ruptura en 2011. DAVID LÓPE
Ella tenía nueve años y quería ser cantante. Él dejó los negocios para cumplir su deseo. Entrevistamos en exclusiva a Mathew Knowles, el hombre que catapultó a la fama a su hija: Beyoncé.
Nunca dudó?, le pregunto. “No, nunca lo hice. Si dudas te arriesgas a no triunfar”, responde tajante Mathew Knowles.
Han pasado casi 25 años desde que este hombre de 53 años cambió de vida para dedicarse a lamúsica. Tras haber trabajado durante dos décadas para grandes empresas y después de haber creado su propia compañía de venta de equipamiento médico, en 1990 decidió que había llegado elmomento de dar un giro radical. Volvió entonces a la universidad para aprender gestión y producción musical. Asistió a una veintena de seminarios por todo Estados Unidos. Y acudió incluso a clases donde le enseñaron a hablar en público. Quería descubrir qué era el negocio musical, cómo funcionaba y empezar a crear la red de contactos que necesitaba para llevar a cabo su plan.
El objetivo estaba claro: lograr que su hija, que era entonces una niña de nueve años, triunfase. “Yo, y lo digo muy honestamente y conmucha gratitud, había tenido ya un gran éxito en el mundo empresarial. Así que confiaba totalmente enmi habilidad, pero también en la de mi hija. La combinación no podía fallar”. La seguridad en sí mismo que derrocha mi interlocutor es sorprendente. No escatima adjeti- vos rotundos ni elogios cuando habla de sí mismo. “Yo tenía una visión, porque es importante ser un visionario. Y no me interesaba lo que otros habían hecho antes. Nunca pregunté qué hacían Michael Jackson oWhitney Houston. Nome importaba. Yo teníami estrategia”, añade. Habla con calma, marcando las sílabas y tratando de redondear el discurso. Sabe, porque así se lo enseñaron, que una de las fórmulas para hacer llegar un mensaje es repetirlo. Y así es como lo hace. Pero semuestra cauto en exceso, e incluso incómodo, cuando las preguntas no se refieren solo a él, sino también a esa hija cuyo sueño, dice, fue siempre ser una estrella. Porque aquella niña es Beyoncé. Y él, sí, su padre, el hombre que construyó su perfil, que la lanzó a la fama y que gestionó su carrera hasta que en 2011 ella decidió prescindir de él como representante.
—¿Tuvo visión suficiente para saber que no estaba actuando como un padre más que piensa siempre que su hija es la más guapa, la quemejor canta o la más lista?
— Sí, exactamente. Yo soy un padre y lo era entonces. Pero tenía un negocio y ya sabía lo que era el éxito. Tengo un grado en Economía y otro en Administración de Empresas, el bagaje laboral, la educación, una carrera demucho éxito y una hija con mucho talento.
—¿No temía presionarla demasiado? Imagino que recordaría usted el caso de Joe Jackson y sus hijos…
— No la presioné. Nunca lo hice. No me parezco a Joe Jackson. SiemSiem pre he dicho que si Beyoncé hubiera querido ser médico, yo hubiese trata tratado de construirle un hospital.
En la primavera de 2011 Beyoncé anunció el cambio. Mathew Knowles, su padre, el hombre que dejó su carrera para dedicarse a la música con el plan de convertirlas a ella y a su hermana menor Solange en estrellas, dejaría de ser su representante. “Solo ha sido una ruptura a nivel profesional”, dijo ella. “Los negocios son los negocios y la fa familia es la familia”, confirmó él.
La ruptura, sin embargo, había empezado a producirse cinco años antes. Beyoncé lanzó en 2006 su segundo álbum en solitario, B’Day, tras haber triunfado ya con el primero, Dangerously in love, tres años antes y, sobre todo, con el grupo Destiny’s Child, un éxito de ventas mundial y la gran creación de su padre. Todo había ido bien hasta entonces. Al menos públicamente no trascendían las discrepancias entre ambos. Pero con ese segundo álbum la brecha profesional empezó a ensancharse. Durante la promoción del disco en Nueva York, Mathew Knowles no ocultaba a los periodistas que apenas había participado en la producción. Su hija empezaba a independizarse, trataba de justificarlo él. Pero con aquella independencia él empezaba, también, a perder el control. Beyoncé apenas ha hablado durante estos años de su desencuentro. “Nos llevó tiempo entendernos. Cuando cumplí 18 años y empecé a gestionar mis asuntos, él entró en shock. Y entonces tuvimos nuestras discusiones, porque a veces yo le decía que no a algo pero él lo hacía igualmente”, ha explicado ella. “Tardó un par de años en percatarse de que yo era ya adulta, y no podía obligarme a hacer algo que no quería”.
Sin embargo, los lazos personales, familiares, de la relación, también se rompieron. En 2010, Knowles se divorció de Tina, la madre de la cantante, después de más de 30 años dematrimonio. El padre de la artista se había visto forzado pocos meses antes a reconocer la paternidad de un hijo de una relación extramatrimonial. El pasado mes de septiembre la historia se repitió cuando el portal TMZ publicó una nueva sentencia judicial que establecía que Knowles es también el padre de una niña de cuatro años hija de una agente inmobiliaria.
3 Hoy Knowles evita la polémica. Y solo habla de su hija como artista. Pero la imagen pública de los Knowles está lejos de ser la de una familia unida. Y hay tres buenos ejemplos de ello. En 2013 Mathew se casaba de nuevo (con la exmodelo Charmaine Avery), pero ninguna de sus dos hijas asistió al enlace. Tampoco acudió él, el pasado 15 de noviembre, al de Solange en Nueva Orleans con el director de vídeos musicales Alan Ferguson. El tercer episodio sucedió el pasado verano. Tras haberse conocido unas semanas antes un enfrentamiento entre el rapero Jay Z, marido de Beyoncé, y Solange, dentro de un ascensor, grabado por la cámara de seguridad y filtrado a Internet, el padre de las artistas declaró que aquella no era una pelea real, sino un truco para atraer la atención y vender más entradas. Tres escenas que evidencian las tensiones internas entre los miembros de una fami--
Slia que ha demostrado que si algo conoce bien es la importancia de una buena imagen y si algo sabe es cómo vender esa imagen. obre este punto sí se explaya Knowles. Lo hace con esa seguridad con la que me confiesa en varias ocasiones que jamás dudó de que triunfarían. Porque para él la música nunca fue el negocio. “Yo, si quiero escuchar música, voy a la iglesia”, suelta. “Nunca he visto a Beyoncé como cantante. Y espero que nunca lo sea”, añade. Knowles me explica que prefiere definir a su hija como una entertainer, una palabra sin traducción al español. El equivalente más cercano es artista, pero esa artista que forma
“NUNCA LAS PREPARÉ PARA EL FRACASO. SOLO PREPARÉ A MIS HIJAS PARA TRIUNFAR”
parte de la vasta industria del espectáculo, donde “no solo se trata de cantar, sino también de bailar, de hacer grandes vídeos, de lograr que la audiencia se involucre”. — Pero su pasión, dice, y la de su hija, era la música… — No, está equivocado. Fue siempre entretener, el espectáculo, su imagen, hacer vídeos increíbles… Y tener una marca como aliada: Mercedes, American Express, McDonalds… Así que, cuando habla de Beyoncé, debe saber que ella es una marca y una artista. Pero no solo ella, ninguno de mis artistas es simplemente un cantante. —¿Usted sigue colaborando con Beyoncé? —No, ella es tan inteligente y aprendió tanto de su padre que lo gestiona todo con su equipo. Y ese equipo fue creado por mí. —¿ Aún le pide consejo? — En alguna ocasión. —¿Puede darme un ejemplo? —No, no quiero darle un ejemplo. Cada mañana Mathew Knowles se sube a su bicicleta y pedalea ocho kilómetros por Houston, su ciudad, donde vive desde que se trasladó a finales de los años setenta tras haberse criado en Alabama. Allí nacieron Beyoncé y Solange, en 1981 y 1986 respectivamente. Y allí fundó la discográfica, Music World Entertainment, con la que ambas comenzaron y que hoy representa amás de una veintena de intérpretes, sobre todo de góspel y soul. Después desayuna, mientras, me dice, hace las primeras llamadas de trabajo de la jornada, antes de dirigirse a su oficina para encadenar reuniones y más conferencias hasta la hora de comer. Almuerza frente al ordenador, al tiempo que lee su correo electrónico y responde cerca de 200 mensajes al día. Los martes y los jueves, además, acude a la Universidad Southern Texas para enseñar técnicas de emprendimiento. Y los lunes da clases también de industria musical. Cada mes, medio centenar de artistas le envían sus trabajos para que los escuche, porque aspiran a que se convierta en su representante. Todos saben, claro, que es el hombre que creó a Beyoncé. Y aunque confiesa que “nunca va a volver a haber otra como ella”, me dice, enigmático, que ahora está “trabajando en algo importante”.
Cuando le insisto si no temió los riesgos que asumía al dejar su carrera, o después cuando ya lo había hecho y empezaba en la música, me responde cada vezmás enérgico, haciendo un listado pormenorizado de todos los éxitos que han cosechado sus artistas. “Yo no soy Joe Jackson”, me repite. — ¿ Estaba tan seguro de que sus hijas triunfarían? ¿No las preparó para el fracaso? —No, no lo hice. Las preparé para triunfar. — ¿Y como padre no tuvo el instinto protector de decirles: de acuerdo, podéis triunfar, pero esto también puede salir mal? — No. Mi visión era diferente. Yo les decía: habrá fallos y fracaso, pero aprended de ellos. El fracaso es una oportunidad. Todos fallaremos, pero hay que asumirlo como una oportunidad para ser mejores. El fracaso nos permite ser mejores. ¿Lo ha escrito bien? Déjeme que se lo repita una vezmás: fracasar es una oportunidad para mejorar.
Supongo que no se comportaría igual con sus hijas que con otros artistas. ¿ Es complicado encontrar el equilibrio entre ser el padre y el representante? —Era muy difícil. Usted me habla solo de Beyoncé, pero Kelly Rowland vivía con nosotros. Y también está Solange. Siento que tengo tres hijas en la industria. Como representante tenía que tomar decisiones duras que algunas veces no eran las mejores para Beyoncé, pero sí para el grupo. La clave es no hacerlo de forma emocional, sino racional. —¿Cómo lo evitaba? — Era duro. Pero si te comprometes con un trabajo debes hacerlo bien. —¿Puede darme un ejemplo? — Cuando una decisión no favorecía a Beyoncé le explicaba que teníamos un objetivo a largo plazo para Destiny’s Child. Y después de cuatro discos del grupo cada una hizo su propio ál- bumen solitario. Era una estrategia. Siempre ha habido un plan muy establecido a la hora de decidir algo para no hacer nada de forma emocional. —¿Tiene usted realmente tanta sangre fría como parece? — Para mí frialdad significa calma. Saber construir un equipo y tener una estrategia a corto y largo plazo. Y entender el mercado y cómo cambia. Destiny’s Child y Beyoncé han vendido más discos fuera de América que en su propio país. Así que el foco siempre ha sido global. Y para ello necesitas un socio global… Por ejemplo, hace diez años nos asociamos con McDonalds, que era patrocinador del grupo. Nosotros no pretendíamos vender hamburguesas y patatas fritas, y nunca hubiéramos querido que nos asociaran con ello, pero sí podíamos apoyar sus campañas filantrópicas.
—Habla como si fueran números, una fórmula. Pero son artistas, personas. Y hay egos, celos… Imagino que eso no es tan fácil de gestionar y planificar.
—He sido afortunado. Todo el mundo tiene ego. Pero hay que distinguir el ego de la confianza. Beyoncé no tiene ego, sino una confianza extrema en sí misma.
—Todo elmundo tiene ego. No es algomalo. Es difícilde creer que ella no tenga un gran ego.
—Bueno, no entro en la parte psicológica. Creo que entendemos el ego como algo diferente.
“Ella es la jefa”, decía el pasado mes de abril el titular de Time. En portada, Beyoncé, elegida la persona más influyente del mundo. “Ha alterado las reglas de
“BEYONCÉ NO TIENE EGO, SINO UNA CONFIANZA EXTREMA EN SÍ MISMA”
la industria musical y roto los récords de ventas”, justificaba la revista. Para otra publicación, Forbes, la artista es también la más poderosa tras haber completado una gira de 95 conciertos con una media de ganancias en cada uno de dosmillones de euros. Pero eso es solo lo que dicen los medios convencionales. Porque la fuerza de Beyoncé radica en el potentísimo perfil que se ha labrado en las redes sociales. Entre finales de octubre y finales de noviembre se publicaron en Twitter, donde posee una cuenta que nunca usa con 14 millones de seguidores, más de seis millones de comentarios sobre ella. Y en Instagram, la plataforma que ha escogido para crear su perfil digital, tiene 21 millones de seguidores. Allí ha publicado ya más de 800 fotografías suyas y de su familia: en bañador en verano, frente a la torre Eiffel en París, en la boda de su hermana Solange… Cada vez que cuelga una nueva, más de medio millón de personas confirman, con un clic, que les gusta que lo haga y le dedican centenares de comentarios en los que le profesan su devoción absoluta con todo tipo de adjetivos y emoticonos. Gracias a esta herramienta, a finales del año pasado lanzó su quinto álbum, Beyoncé, casi por sorpresa, después de anunciarlo en sus redes sociales, y provocar una reacción de compra masiva de sus fans. Casi un millón de copias en menos de tres días.
—¿El éxito de Beyoncé se ajusta a esa visión que tuvo hace 25 años? —Absolutamente. —¿No le sorprende la dimensión que ha alcanzado?
— No, porque construimos la casa con paciencia. Pusimos los pilares para eso, para que fuera un éxito global. Así que no, nome sorprende.
—¿Es ella la primera gran estrella de la era digital?
— Sí, estoy de acuerdo. Fíjese en lo que hizo el año pasado. Fue la primera artista que publicó un álbum sin publicidad ni promoción, solo lanzando los vídeos de sus canciones en las redes sociales. Lo logró por haber construido una marca. Es un ejemplo de su impacto en la era digital. Beyoncé trasciende la música. Ha hecho un gran trabajo con su feminismo, con su apoyo a las mujeres, mostrando su independencia y animando a todas a que lo sean. Es mucho más que una artista y puede hacer mucho por el mundo.