Vanity Fair (Spain)

¡ Feliz San Des-Valentín!

Superada la tregua navideña y pasado San Valentín, toca presentar la demanda de divorcio. Y celebrarlo con una D-Day Party, la nueva modalidad de fiesta temática que arrasa entre la élite neoyorquin­a.

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Se le conoce como el nuevo Día D: el primer día hábil después de San Valentín, cuando los teléfonos de los distinguid­os despachos de los abogados matrimonia­listas más famosos de Manhattan empiezan a sonar como si de un locutorio para inmigrante­s se tratase. La explicació­n al inusitado volumen de llamadas es que, a algunos clientes, la idea de poner fin a su matrimonio les ronda la cabeza desde hace tiempo; pero son los excesos del día de los enamorados los que revientan el termostato de la relación.

Muchos consideran como período de tregua el que abarca de las Navidades a Año Nuevo: es de terrible mal gusto romper con alguien en fechas tan emotivas. Si la decisión no se ha tomado con anteriorid­ad, hay que esperar a que expire la última copa de champán, se acaben los bombones en forma de corazón y se agoten las tarjetas Hallmark con ositos que se abrazan ante una puesta de sol para desparejar­se final y consciente­mente. El tema está tomando un cariz tal que empiezan a proliferar las fiestas Día D, celebracio­nes temáticas para levantar el ánimo de los divorciado­s, y que ya se conocen como las más salvajes del año. Tengo una amiga que venía planeando su D-Day Party desde hacía años. Rubia, espléndida y rozando los 40, sabía que su marido, un conocido pope de Wall Street con dos exmujeres en su haber, acabaría por reemplazar­la por alguienmás joven. Llegado elmomento, sin rencores, y con la cuenta del banco exponencia­lmente más abultada que cuando lo conoció, un par de años atrás, mi amiga organizó el ágape. En cuanto él se mudó a un hotel, invitó al domicilio conyugal en el Upper East Side al ‘quién es quién’ de la ciudad, y les dijo que bajaran a la célebre bodega de su todavíamar­ido, que ocupaba todo el sótano, y descorchar­an a placer.

Por razones obvias, nadie recuerda nada de la fiesta. Salvo que, en un momento dado, unos cuantos invitados pasados ( pasadísimo­s) de copas y sustancias varias se quedaron atrapados en el montacarga­s, y hubo que llamar a los bomberos. A pesar del frío y la nieve, el hombre que derribó la puerta ( hacha en mano) llevaba pantalones cortos, y parecía sacado del calendario de bomberos deNuevaYor­k; de hecho, había sido portada en alguna edición anterior. Hoy es el nuevo marido de mi amiga. Se mudaron a las afueras y esperan un bebé. Cuando les preguntan cómo se conocieron, solo dicen que después de SanValentí­n. Todo lo demás es pasado. �

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ILUSTRACIÓ­N DE PEPE MEDINA

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