LA CHICA DEL TRANVÍA
Un caso real. Un hombre corteja a una desconocida pegando carteles que explican sus sentimientos. ANTONIO OREJUDO plantea: ¿El amor cortés es machismo?
¿El amor cortés es machista? Antonio Orejudo responde con una historia que ha sacudido la Red.
Para quien no conozca la historia: es el 18 de abril de 2017 y son las 10:30 de la noche. Un grupo de amigas sube al tranvía de regreso a casa tras unas fiestas patronales de Murcia. En el mismo vagón un chico no aparta los ojos de una de ellas, que se queda sola cuando las demás se bajan. Él imagina que ella está triste; algo le dice que está viviendo un infierno y que él podría invitarla a cenar y arrancarle una sonrisa, pero ni siquiera se atreve a dirigirle la palabra. Se baja y a la mañana siguiente redacta un cartel describiendo la situación y sus sentimientos, hace varias copias y las pega en diferentes lugares de Murcia. Si lees esto y quieres conocerme, escribe; aquí te dejo mi número de teléfono.
La historia tiene un aire familiar, no solo porque a todos nos gusta en ocasiones imaginar vidas ajenas, sino también porque esta es la historia de amor que la literatura nos ha venido contando desde el siglo XI, cuando los trovadores inventaron el amor cortés, aquella convención literaria basada en una idealización extrema de la mujer, a la que el enamorado rendía un vasallaje sufriente y gozoso. Resumido así, nada parece estar más lejos de nuestro actual concepto de machismo que aquel amor cortés. Sin embargo, pocas convenciones literarias han contribuido más a la construcción en el imaginario colectivo de una imagen de la mujer tan nociva como alejada de la realidad. La mujer a la que cantan los trovadores y que luego inspirará a los poetas italianos del dolce stil novo y luego a los poetas españoles del Renacimiento y luego a los románticos en una sucesión de poemas y canciones que llega hasta David Bisbal es una figura pasiva, distante, desdeñosa y admirable. Y sobre todo muda.
Las mujeres no hablan nunca en los poemas amorosos de Dante, Petrarca o Garcilaso de la Vega. Sabemos que los hombres se enamoran de ellas con solo mirarlas, pero ninguno de los miles y miles de poemas petrarquistas nos dice por qué las mujeres no corresponden a estos tenaces y apasionados amantes, que mueren por ellas al contemplar sus blancas pieles y sus cabellos de oro. A la pregunta de cómo se sienten las amadas del Siglo de Oro despertando semejante veneración, los poetas responden con silencio.
La chica del tranvía rompió el otro día este silencio milenario. Enterada de que el tipo que la miraba la estaba buscando, hizo circular por las redes una respuesta que al margen de su veracidad resulta muy interesante porque confronta la realidad con una idea literaria de la mujer, que a fuerza de repetirse siglo tras siglo ha moldeado nuestro comportamiento.
En ella nos hace saber que cuando un extraño contempla extasiado el color “en tanto que de rosa y azucena” de un rostro femenino, su portadora no se deshace, sino que valora el riesgo, espera que el extraño no se le acerque y cuando llega a casa escribe a sus amigas para que sepan que ha sobrevivido. La realidad es muy poco petrarquista.
Alguien dirá que episodios como este acabarán destruyendo el romanticismo de las miradas. Pero igual este romanticismo de las miradas no ha existido nunca o solo ha existido en la inflamada imaginación de los poetas, que eran hombres. �