ALBERT PIDE el TACO
Queridos lectores, la política va mal. Y no solo porque Marine Le Pen llegara hasta las postrimerías de las elecciones francesas hace un par de semanas, el Brexit siga su curso, vivamos la mayor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial y Trump esté decidiendo a qué país desplanta hoy mismo. También nosotros tenemos la casa sin barrer, pues asistimos a duelos fratricidas en el seno de los tres partidos más votados de nuestro arco parlamentario. Mientras el PP es brutalmente azotado por incontables tramas judiciales, el PSOE da patadas de ahogado en su proceso de regeneración descompositiva y Podemos aún busca acomodo para Íñigo Errejón tras la boda de sangre de Vistalegre.
Con este panorama hemos decidido fijarnos en Albert Rivera, siempre al alza en las encuestas de valoración del CIS pese a que Ciudadanos perdiera ocho escaños entre las elecciones de diciembre de 2015 y las de julio de 2016. Su autoproclamación como adalid anticorrupción asienta una paradoja surgida de sostener simultáneamente los presupuestos de un Rajoy entre la espada y la pared. Aun así —ya lo dijo el pasado verano—, no le importa ver erosionada su credibilidad si es por el bien de España, una declaración que encierra tanta preocupante sinceridad como bisoña vocación de servicio. Frente a la posverdad y a los “hechos alternativos” acuñados por la pizpireta Kellyanne Conway, podríamos establecer un nuevo paradigma: las “verdades sucesivas no correlativas” (VSNC). Me creo que los políticos sientan como cierto lo que afirman a tiempo real; que se pueda
Frente a la posverdad y a los ‘hechos alternativos’ acuñados por la pizpireta Kellyanne Conway, podríamos establecer un nuevo paradigma: las ‘verdades sucesivas no correlativas”
llevar a cabo ya es otra cosa. Pero si Neo se hubiera conformado con el menú del día, seguiríamos penando en Matrix.
De esa contradicción y otras muchas cuestiones nos despachamos largo y tendido en un número en que Rivera ha tenido a bien posar cortando con tijeras bien grandes los simulacros de tarjetas black que le ofrecimos para el shooting. Un atrezo que representa por sinécdoque todas las páginas feas de los periódicos que, sin merecerlo, hemos tenido que leer durante los últimos años. Al hilo del acting y las fotos simbólicas, hace unos días otro político muy mediático me preguntaba qué es lo que ganaba él “saliendo disfrazado” en Vanity Fair, a lo que le respondí como un resorte que esa descontextualización icónica le situaba en otro lugar más amable y perdurable para los lectores que insultando a sus compañeros de hemiciclo, aunque fuera en clave de rima.
Contra las toneladas de exabruptos, impertinencias, declaraciones y contradeclaraciones que- tienen- estructura- de- tuit #ForYourConsideration, la manida imagen que cuenta como mil palabras reclama hoy más vigencia que nunca. Independientemente de que el discurso del naranja sea coherente con el ideario desplegado en la ya lejana Cataluña de 2006, nos gusta tirar una línea recta entre la foto de campaña del veinteañero con poco que ocultar (despelotado) y la sesión que nos ocupa, que apela a una transparencia homóloga. A sus apenas 38 años, guapo, robusto, centroliberal y