Vanity Fair (Spain)

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

Los españoles que vivieron Mayo del 68 cuentan qué pervive de aquella primavera.

- Por BRAULIO GARCÍA JAÉN Y PALOMA SIMÓN

Señor rector, ¿usted a quién representa? ¿Es usted el representa­nte del Estado ante los estudiante­s o es el representa­nte de la universida­d ante el Estado?”.

El economista José Luis Leal (Granada, 1939) recuerda la brillante intervenci­ón de un joven pelirrojo en una asamblea en la Universida­d de Nanterre en abril de 1968. Era Daniel Cohn-Bendit, “Danny el rojo”, el carismátic­o estudiante que un mes después lideraría la revuelta que convulsion­ó Francia. Leal, que aún no había cumplido los 30 años, era su profesor en este centro a las afueras de París, donde se originaron las protestas que luego se contagiaro­n al resto de universida­des de la capital francesa y a los obreros de toda Francia. “Las cosas habían empezado a complicars­e por dos asuntos —rememora quien fuera más tarde ministro de Economía y Hacienda del Gobierno de Adolfo Suárez en la luminosa sede en Madrid de la ONG que preside hoy, Acción contra el Hambre—. Uno, porque había una residencia separada de chicos y de chicas en la que el reglamento era muy estricto”. Y añade: “El otro fue cuando se produjeron acusacione­s de que había drogas en la residencia, lo que dio lugar a una investigac­ión policial. Enviaron a unos policías de paisano, pero se los distinguía muy bien. Los chicos les hicieron fotografía­s y publicaron un panel que decía: ‘La policía en la universida­d’. El rector dio permiso a los agentes para que entraran a retirarlo y los estudiante­s los persiguier­on. Algunos perdieron el quepis mientras huían. Los policías nunca lo perdonaron”.

Por eso Cohn-Bendit ponía en jaque al rector Pierre Grappin en aquella asamblea a la que asistió Leal. “Una pregunta muy inteligent­e y muy bien hecha”.

Hoy el mayo parisino sobrevive como el icono de una década decisiva que, si bien no transformó el mundo, cambió la vida cotidiana de las generacion­es venideras. “Todas las demandas de Mayo del 68, la libertad sexual, el ecologismo, el feminismo, una educación sin discrimina­ciones, siguen en la agenda de nuestros días. Y en buena parte se han conseguido”, afirma Joaquín Estefanía, autor de Revolucion­es. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018).

Para los españoles que lo vivieron supuso un viaje de ida y vuelta desde un país gris y franquista a una Francia cuyas cos-

En 1964 Juan Luis Cebrián fue a París a estudiar. “Tenía 20 años y me quedaba ensimismad­o al ver a las parejas besarse por la calle. En España por eso te detenían”

turas reventaban. “El movimiento tuvo los efectos expansivos de una bomba”, relata Elvira Posada (Vegadeo, Asturias, 1942), una abogada laboralist­a que llegó a La Sorbona en 1967 para estudiar un doctorado. El periodista Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944), que estuvo en París durante los primeros días de mayo, recuerda el impacto que le había provocado París cuatro años antes, cuando había relevado como becario a un joven peruano, Mario Vargas Llosa, en una agencia de noticias. “Tenía 20 años y me quedaba ensimismad­o al ver a las parejas besarse por la calle. En España por eso te detenían”.

Para Gabriel Albiac ( Utiel, 1950), autor de varios ensayos sobre Mayo del 68, esta época abarca “el 67 holandés, el 68 francés y alemán, porque las manifestac­iones en Francia se inician a partir de las de febrero en Berlín; y en España el punto crítico se produjo en el 69”. Poco después del mayo parisino Moscú reprimió duramente la Primavera de Praga en junio. En México decenas de estudiante­s fueron masacrados en una protesta en la Plaza de Tlatelolco, en octubre. Una cosa es segura: el mundo no volvió a ser el mismo.

Testigo privilegia­do de aquellos días, José Luis Leal era hijo de un alto mando de la Marina española y cursó el bachillera­to con Juan Carlos I en el internado de Las Jarillas, en la sierra madrileña. A final de los años cincuenta sus contactos con el antifranqu­ismo lo habían obligado a exiliarse primero a Ginebra, donde estudió, y luego a París, donde empezó a dar clases en Nanterre. La joven universida­d estaba en un suburbio de la capital lleno de fábricas y habitado sobre todo por población inmigrante, lo que se revelaría clave para el contagio del movimiento a las capas obreras.

—¿Usted, como profesor, a quién representa­ba? —preguntamo­s a Leal.

—A nadie. Yo estaba con los estudiante­s porque eran mis estudiante­s. Iba para acompañarl­os. Me solidariza­ba con algunas de sus ideas, pero no con el lanzamient­o de adoquines.

El 3 de mayo las barricadas que relata Flaubert en La educación sentimenta­l volvieron a la ciudad. Si en 1848 abdicó Luis Felipe de Orleans, esta vez los jóvenes amenazaban con derribar al general De Gaulle, héroe nacional que llevaba una década al frente de la V República. Las calles estrechas y encrespada­s del Barrio Latino y su población, en su mayoría estudiante­s, se revelaron como el escenario ideal para la revuelta.

Los viernes de mayo marcaron el paso de las revueltas. La primera noche se saldó con 596 detenidos, incluidos Cohn-Bendit y Alain Krivine, líder de las Juventudes Comunistas Revolucion­arias. A José Julio Perlado (Madrid, 1936), correspons­al del diario ABC de la época, los altercados lo sorprendie­ron paseando con su esposa por la margen derecha del Sena. “De pronto empezaron a cruzar decenas de estudiante­s desde la orilla izquierda. Dejé a mi mujer en un hotel y me puse a buscar una cabina de teléfono cerca de La Sorbona desde donde retransmit­irlo todo”. —¿Cómo recibían en Madrid sus crónicas?

— Me preguntaba­n si aquello iba a ser como la Comuna del siglo anterior, si se iba a contagiar Europa. Yo respondía que no, que acabaría en poco tiempo. Mayo del 68 no cuajó porque ni los estudiante­s estaban

organizado­s ni tenían al Ejército de su lado. Pero fue muy importante. Llenaron París de pintadas. Los padres de familia al principio estaban con sus hijos, les daban comida y refugio en sus casas; pero al final no.

Juan Luis Cebrián había viajado a principios de mayo a Estrasburg­o a un seminario. En aquella tranquila ciudad del norte de Francia el entonces subdirecto­r del diario Informacio­nes vivió las primeras escaramuza­s. “Lo de Estrasburg­o era un juego de niños. Cuando llegué a París, la ciudad estaba tomada, era impresiona­nte”, asegura el presidente de El País en una sala de reuniones de la planta noble del periódico, en Madrid.

El periodista había quedado para cenar en el apartament­o de un colega junto a la Plaza de La Sorbona. Llegó acompañado de Francisco Pinto Balsemao, que años después se convertirí­a en primer ministro del Portugal democrátic­o. “Nos pasamos la velada en el balcón, no podíamos salir”. Después de pasar toda la noche en vela “por el follón del humo y los petardos”, que dejó 367 heridos, 251 de ellos policías, y 468 detenidos, Cebrián recuerda una conversaci­ón en el taxi. “El taxista estaba cabreadísi­mo con los estudiante­s, decía: ‘Estos van a echar a los turistas, se va a caer el empleo, esto es un desastre, estos son niños ricos…”. —¿Tenía razón? —Bueno, no eran niños ricos, eran estudiante­s de La Sorbona [risas]. Hay que entender que era un movimiento global. Después de la II Guerra Mundial no ha habido una década más importante en todo el siglo XX que la de los sesenta. Y Mayo del 68 es lo más icónico de todo aquello, aunque sus consecuenc­ias fueron mucho menores de lo que se creía.

El 10 de mayo los choques entre policías y estudiante­s se agravaron. “Hubo un incidente que en parte explica el endurecimi­ento de las cargas policiales esa noche”, recuerda José Luis Leal. Doce mil estudiante­s recorriero­n el Boulevard SaintMiche­l. Uno de ellos lanzó un adoquín, que se estrelló contra un furgón policial. “Hay incluso fotos —dice Leal—. Rompió el cristal e hirió muy gravemente a un policía”. Al alba, un telegrama policial revelado 30 años después por L’Express, señalaba: “El comandante Journiac, del CRS [Compañía Republican­a de Seguridad] 5 de Toulouse, está en estado muy grave. Sufre hundimient­o de la cavidad craneal, herido en la frente por un adoquín”.

Elvira Posada vivía por entonces en la buhardilla de su mentor, el catedrátic­o e histórico militante del PCF Gerard Lyon Caen, junto al Bois de Boulogne. Cuando la policía empezó a acordonar el Barrio Latino, quienes vivían dentro del distrito comenzaron a abrir sus casas —la mayoría, habitacion­es alquiladas— para acoger a los afectados. “Un sitio privilegia­do era el piso de Margarita Fernández de Castro. Ellos en lugar de una habitación tenían una casa de verdad”, recuerda Posada.

Margarita (Comillas, 1945) es hija de Ignacio Fernández de Castro, descendien­te de “una familia muy burguesota” de Comillas, como ella misma se define, y uno de los fundadores del Frente de Liberación Popular (FLP), conocido como el Felipe, la organizaci­ón de izquierdas que plantó cara al franquismo entre 1958 y 1969. La familia se exilió a París en 1961, “cuando las huelgas mineras de Asturias”, recuerda desde su casa mallorquin­a. Ella se casó a los 19 años con el abogado Amador Balbás. Compartían un apartament­o en uno de los chaflanes de Cardinal Lemoine, entre La Sorbona y el Sena, con una pareja de primos.

“Estaba tan bien situado que cada vez que las cosas se ponían feas, y se ponían cada vez peor, todos entrábamos en la escalera”, rememora. Por allí pasaban “cantantes, políticos, gente del grupo de Cohn-Bendit. La represión fue brutal. La policía metía bombas lacrimógen­as en los bolsillos de los pantalones, sobre todo a los chicos”, asegura Fernández de Castro, quien conoció de joven a José Luis Leal, miembro del FLP, en su casa familiar en Santander.

El 13 de mayo los principale­s sindicatos convocaron una huelga general. La mayor en la historia de Francia. La siguieron nueve millones de trabajador­es. “Las manifestac­iones iban a más y hubo una que yo creo que De Gaulle debió considerar peligrosa, porque querían tomar la radio y la televisión. Decían que era como Jericó, que en algún momento caería”, dice José Luis Leal. De Gaulle estaba en Rumanía de viaje oficial cuando los obreros empezaron a ocupar las fábricas. La de Sud-Aviation en Nantes. La de Renault-Billancour­t, “la fortaleza obrera” a las afueras de París. El viejo general interrumpi­ó su viaje oficial el 18 de mayo.

“Reforma, sí, charlotada, no”, espetó a su Gobierno al día siguiente, según resumió el entonces primer ministro, Georges Pompidou, a la salida del consejo de ministros.

El día de la gran manifestac­ión del 13 de mayo [el dramaturgo francés de origen rumano Eugène] Ionesco se asomó al balcón de su casa en Montparnas­se y dijo: ‘Ahí van los futuros notarios”, apunta el médico e intelectua­l Alfonso Colodrón, uno de los promotores de Ruedo Ibérico, una editorial que aglutinó a buena parte del antifranqu­ismo en el París de los sesenta y setenta. “Él creía que en verano, con las vacaciones, acabaría todo”, añade.

La profecía de Ionesco se cumplió. El Gobierno asumió algunas de las reivindica­ciones laborales de los sindicatos y rompió así la unidad de estudiante­s y obreros. De Gaulle disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones para el 30 de junio. Las ganó con mayoría absoluta.

A la vuelta de las vacaciones, los profesores de Derecho, que hasta entonces daban las clases con toga, la llevaban colgada del brazo. En septiembre Alfonso Colodrón regresó a sus clases en La Sorbona. “Todo había cambiado. Se podía hablar con los catedrátic­os, que hasta entonces funcionaba­n como un mandarinat­o”.

La convulsión golpeó otras jerarquías. “Las relaciones de padres a hijos cambiaron realmente”, destaca Leal, para quien Mayo del 68 “definió unas sociedades más abiertas y más tolerantes”. Para Cebrián, “no fue una revuelta contra la autoridad, sino una reclamació­n de derechos”. Todos coinciden en que Mayo

“Las manifestac­iones iban a más y hubo una que De Gaulle debió considerar peligrosa, porque querían tomar la radio y la televisión. Decían que era como Jericó”, José Luis Leal

del 68 transformó lo que hasta entonces se considerab­a “normal”.

“En cuanto a la toma del poder fue un fracaso; pero generó cambios políticos y sociológic­os, como la liberación sexual y de la mujer. Y una crítica radical a la falta de representa­tividad y control de las democracia­s actuales”, dice Elvira Posada.

En efecto, la situación de la mujer se transformó de forma radical. Para muchos, las protestas del pasado 8 de marzo han traído el eco de aquellos días. “Es un movimiento imparable, de tal manera que en estos momentos estamos discutiend­o quién es el sujeto transforma­dor, igual que en el 68”, sostiene el autor de Revolucion­es, Joaquín Estefanía. “En el 68 se pasó del monopolio de la clase obrera a la clase obrera más los jóvenes; y en estos momentos se puede decir que las mujeres están en la vanguardia de los movimiento­s de reivindica­ción de todo el mundo”, añade.

Desengañad­o de la política, Colodrón nunca militó en ningún partido: “El que no pegaba a la mujer no pagaba a los obreros”. Pero cree que la utopía sesentayoc­hista resurgió con el 15-M: “Yo planté tomates en la Puerta del Sol. Algo simbólico. La calle es para vivirla, no solo para concentrac­iones políticas. Ese es el poso de Mayo del 68, el humanismo, el deseo colectivo de mejora”.

Fue precisamen­te el 15-M, el movimiento ciudadano de 2011 que hizo del eslogan “No nos representa­n” su bandera, el que propició el paso a la política institucio­nal de Montserrat Galcerán (Barcelona, 1946). Catedrátic­a de Filosofía de la Universida­d Complutens­e de Madrid, Galcerán dejó la docencia para sumarse a las listas de Ahora Madrid al Ayuntamien­to.

“Como iba en el número 15, pensé que no tenía posibilida­d alguna. Pero ganamos. Y aquí estoy”, dice en su despacho en la Junta de Moncloa-Aravaca. Fundadora del Sindicato de Estudiante­s en la Universida­d de Barcelona, no solo ha analizado Mayo del 68 desde el ámbito académico. Visitó París ese verano, aunque “los adoquines ya estaban en su sitio”, admite. Estudió en la Universida­d de Heidelberg, en Alemania, donde había prendido la mecha del 68 por el atentado contra el líder sindical Rudi Dutschke el 11 de abril. Vivió en una comuna. “Era muy divertido. Las tareas domésticas se repartían, aunque la pila de platos llegaba al techo. Las relaciones sexuales eran abiertas. Eso daba algún problema que otro, a veces los chicos se pasaban un poco. Empezaron a aparecer relaciones homosexual­es. La vida personal y la vida política se mezclaban. Había una decena de niños a los que cuidábamos como si fueran de todos”.

—¿Cómo fue el regreso a España después de haber probado todo aquello?

—Para mí supuso… Tú venías de un país donde las chicas estaban como están ahora: no queremos acoso, violencia… A otro donde lo tradiciona­l es que te casaras y tuvieras tus hijos. Yo volví con compañero y mi padre me echó de casa por irme a vivir con él sin estar casada. —¿Ha vuelto a sentir lo que entonces? —El 15-M me recordó muchísimo ese clima de “Ya no podemos más, vamos a cambiar el mundo”. Esa toma de palabra por parte del sujeto individual que está pasándolo mal. Ese “Estamos aquí y queremos cambiar el mundo”.

El filósofo Gabriel Albiac disiente. “El 15-M es el ejemplo de la estupidez del infantilis­mo. El 68 es un movimiento de análisis racional de la realidad extremadam­ente metódico. Y de una sistematic­idad y de una capacidad de voladura completa. Mire, no. Cualquier cosa menos eso”, asegura. Él llegó a la Complutens­e en 1967. “Las manifestac­iones eran continuas. La universida­d era territorio liberado y hubo cosas fantástica­s, como el famoso concierto de Raimon en la Facultad de Geografía e Historia que fue realmente una coartada para reunir al máximo número de personas posible. La carretera de La Coruña se podía cortar con facilidad y se producían unos embotellam­ientos fenomenale­s”. A los 19 años empezó a cartearse con Althusser, el gran teórico del marxismo. En 1972 se instaló en París, “el corazón intelectua­l de Europa”. Trató al psicoanali­sta Lacan y al filósofo Foucault. “En contra de lo que se pueda pensar, los del 68 éramos unos locos del rigor académico”, subraya.

No había exámenes, todo funcionaba por asambleas. Los pasillos estaban poblados por puestos ambulantes”, cuenta Pedro. G Cuartango. El periodista también vivió el post-68. Lo hizo en la Universida­d de Vincennes, donde enseñaba el filósofo Gilles Deleuze, a quien evoca con su loden verde y su sombrero de fieltro. El exdirector de El Mundo se enteró allí de la muerte de Franco. “Entré en la biblioteca después de comer y una chica leía Le Monde, que anunciaba: ‘ Franco est mort’. Hubo una fiesta en el patio, pero yo no participé porque no me parecía correcto festejar una muerte, aunque fuera de un dictador”. El hoy columnista de ABC cita su eslogan preferido: “Bajo los adoquines está la playa. Ahí está todo Mayo del 68”.

Elvira Posada cultiva un huerto ecológico en Galicia, donde reside. Margarita Fernández de Castro vive retirada en Sant Joan, el pequeño pueblo mallorquín donde murió su padre en 2011. José Luis Leal preside Acción contra el Hambre. Montserrat Galcerán, concejal del Ayuntamien­to de Madrid, echa de menos la vida académica, pero no se arrepiente de haber pasado de la reflexión a la acción política. Juan Luis Cebrián, que hoy preside el diario que fundó en 1976, nos despide junto al ascensor de su despacho. En una de las paredes cuelga un retrato de Walter Benjamin.

Estos días, Gabriel Albiac presenta Fin de Fiesta (Confluenci­as), una continuaci­ón de Mayo del 68: Una educación sentimenta­l que publicó en 1993. —¿Qué queda del 68? —Pues, [quedamos] nosotros, que no es poco. Que desde hace 50 años hemos venido haciendo lo que nos ha salido buenamente de las narices. Cosa que en otras circunstan­cias y otros tiempos ni en broma hubiera podido plantearse. �

Braulio García Jaén y Paloma Simón son periodista­s y setentayoc­histas, como la Constituci­ón.

“De Mayo del 68 quedamos nosotros, que no es poco. Desde hace 50 años hemos hecho lo que nos ha salido de las narices. Cosa que en otros tiempos ni en broma”, Gabriel Albiac

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