El Diario de El Paso

Las casas de Sandra Cisneros

- Jorge Ramos Ávalos Periodista

Miami–Llegué a la entrevista con una pregunta. ¿Qué hace que una de las escritoras más reconocida­s de Estados Unidos -una verdadera leyenda de la llamada literatura chicana- decida dejarlo todo e irse a vivir a México? Bueno, eso es exactament­e lo que hizo Sandra Cisneros.

A los 57 años de edad, Sandra recogió sus cosas, cruzó la frontera -de norte a sur- y se fue a vivir a San Miguel de Allende, Guanajuato. “Me sentí más en mi casa, más feliz y más conectada a mi comunidad”, me contó. “Me siento muy segura ahí. Los vecinos te están vigilando. En Estados Unidos mi temor era morir y que mis perritos me fueran a comer; que nadie me iba a encontrar hasta después de tres días. En México eso es imposible. Todos tocan la puerta. ¿Gas? ¿Agua? ¿Doñita?”.

Las casas y las mudanzas han marcado la vida y los libros de Sandra. Nació en Chicago, estudió en Iowa y luego se fue a dar clases a San Antonio. Pero en “Estados Unidos”, me dijo, “siempre me siento como una extranjera”. Eso, irónicamen­te, le ayudó a convertirs­e en la escritora que es.

“Encontré mi voz en el momento en que me di cuenta que era distinta”, escribió en su último libro ‘A House of My Own’. “No quería sonar como mis compañeros de clase; no quería imitar a los escritores que estaba leyendo. Esas voces estaban bien para ellos pero no para mí”. De ese descubrimi­ento nació Esperanza, la protagonis­ta de su famosa novela ‘La Casa de Mango Street’.

Esta es una lección esencial para cualquier joven escritor: “Empecé a dedicarme a esos temas de los que nadie más podía escribir”. Y escribió de ella. “Yo soy la única hija en una familia con seis hermanos. Eso lo explica todo”. Pero luego, como toda buena escritora, fue profundiza­ndo. Era la única hija en una familia mexicana. O, más bien, la única hija de un padre mexicano y de una madre mexicoamer­icana. México estaba en su destino. Así que Sandra se llevó su escritura a México. Y sus experienci­as también. “He tenido la experienci­a de los espíritus, de lo paranormal, que yo no sé cómo explicar”, me dijo, casi en confesión. “Así que yo no tengo fe; tengo experienci­as de algo después de la muerte. No me asusta la muerte porque yo sé que hay algo más allá”. Y luego me habló de su padre. “El amor existe mucho más allá de la muerte. Es muy bonito saber eso. Yo lo sé porque lo siento. Siento el amor de mi padre, que sigue amándome aún más allá. Quizás mi religión es el amor”.

Cuando Sandra era niña visitaba frecuentem­ente la casa de su abuelo paterno en la colonia Tepeyac de la Ciudad de México. Fue tantas veces ahí que hasta llegó a pensar que ese era su verdadero hogar. Pero en sus libros -y, sobre todo, conversand­o con ella- me he quedado con la impresión de que Sandra sigue buscando su casa. Por eso se fue a vivir a México. Al final de cuentas, Sandra sabe que cambiarse de casa no va a resolver nada. Su verdadera casa no está en ningún lugar particular sino en lo que escribe. “Encontré mi voz y mi hogar en la escritura. Y la escritura me la puedo llevar a cualquier país”.

Sandra, sospecho, tiene todavía algunas mudanzas y libros en su vida. Lo único que quisiera pedirle es que nos invite a su próxima casa (donde quiera que esté).

Posdata de otra vivienda. En una entrevista el presidente de México, Enrique Peña Nieto, reconoció que su esposa había recibido “un favor” de su amigo Ricardo Pierdant y que, efectivame­nte, en una ocasión (2014) le había pagado los impuestos prediales de su apartament­o en Key Biscayne, Florida. Fue un favor de más de 29 mil dólares. Lo que el Presidente presentó como una transacció­n entre amigos puede ser ilegal. La Ley Federal de Responsabi­lidades de Funcionari­os Públicos le prohíbe al Presidente recibir servicios, beneficios o favores. Y si los recibe, entonces hay que reportarlo­s (artículo 89). El Presidente y su esposa no lo hicieron.

No, no va a pasar nada en México. Lo sé. Mi única esperanza es que, cuando haya un nuevo Presidente, se investigue seriamente a Peña Nieto y a su esposa. No se vale.

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