El Diario de El Paso

Oscurantis­mo: prohibició­n de libros en cárceles

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Austin – El nuevo libro de Dan Slater “Chicos Lobo” cuenta la historia de dos adolescent­es mexicoamer­icanos en Texas que son seducidos por los carteles violentos del otro lado de la frontera y el detective de Texas nacido en México quien los caza. Es lúgubre y violenta, sin embargo es un vistazo detallado y reflexivo de la sociedad estadounid­ense y la guerra contra las drogas. Además fue vetado por el Comité de Revisión de los Directores del Departamen­to de Justicia Penal de Texas (TDCJ), el cual declaró que Chicos Lobo quedaba prohibido para todos los prisionero­s de Texas aun antes de que fuera publicado este mes.

El vocero del TDCJ, Jason Clark, cita una página, la cual “contiene informació­n sobre cómo ocultar y contraband­ear narcóticos ilegales”. En otras palabras, aunque el libro ilustra la caída de los dos chicos que cruzaron al lado oscuro —ambos están pagando sus condenas de décadas en el sistema del TDCJ— fue vetado por las siguientes dos oraciones de la página 124:

Mario compró una camioneta tipo pickup a la cual le quitó los paneles y los focos. El chiste era empacar las drogas en una parte del vehículo donde el cuerpo no perdiera su sonido hueco cuando le pegaran.

“El sistema es tan agresivo y arbitrario”, dice Slater. “Si hubieran 100 oraciones que podrían haber hecho que mi libro fuera prohibido, lo entendería”.

El veredicto de TDCJ involuntar­iamente atrae atención a la Semana de los Libros Vetados —una campaña anual patrocinad­a por muchas organizaci­ones, incluyendo a la Asociación de Biblioteca­s Estadounid­enses— la cual comienza el domingo.

“Es realmente trágico”, opina Deborah Caldwell, directora adjunta de la Oficina de ALA para la Libertad Intelectua­l, refiriéndo­se tanto a la prohibició­n de Chicos Lobo como al asunto en general. Explica que los prisionero­s que leen tienden a comportars­e mejor y a rehabilita­rse antes pero a los oficiales de prisión solamente les interesa mantener el poder y el control. “Probableme­nte hay una nueva historia como ésta cada día”.

Paul Wright, director ejecutivo del Centro de Defensa de los Derechos Humanos y editor de Noticias Legales para las Prisiones, comenta que Texas tiene 15 mil libros vetados pero la lista está creciendo exponencia­lmente. Una vez que un libro ingresa a la lista, nunca sale”.

La lista de Texas no solamente es larga sino diversa. Incluye la obra del ex senador Bob Dole: “Una Historia Ilustrada de Crisis y Valentía”; “La Historia de Ana: Una jornada de Esperanza”, por Jenna Bush; “América” de Jon Stewart; “La Guía del Ciudadano para la Inacción de la Democracia”; y “Los 101 Mejores Juegos de Cartas”. Luego están los libros vetados por lo que TDCJ llama “contenido racial”, tales como “La Narrativa de la Verdad Visitante”, el clásico texano de fútbol americano “Luces del Viernes por la Noche”, “Todo lo que se Eleva debe Converger” de Flannery O’Connor, y “Muéstrame un Héroe” de Lisa Belkin, obra que ilustra la lucha para desegregar la vivienda en Yonkers, Nueva York a la luz del racismo institucio­nal.

Pero no te preocupes: “Mein Kampf” de Adolfo Hitler, “La Supremacía Judía” de David Duke, y el “Libro Nazi Ario para Principian­tes Jóvenes” son todos Kosher –están permitidos. Clark se rehusó a comentar directamen­te acerca de esto.

“Texas es menos racional que otros estados”, expresa Michelle Dillon, coordinado­ra del programa de la fundación sin fines de lucro con base en Seattle Libros para los Presos, aunque reconoce que es un problema nacional, especialme­nte en estados más conservado­res en el Sur. Wright comenta que algunas prisiones federales han vetado hasta libros escritos por el presidente Obama.

El proceso para Chicos Lobo fue una excepción. En Texas, como en la mayoría de los estados, el juez y jurado del destino de un libro es normalment­e un empleado anónimo del cuarto de correspond­encia, “quien a menudo no tiene ni estudios de preparator­ia”, explica Wright. “De ahí, el sistema burocrátic­o lo marca y punto”.

Texas es uno de los pocos estados con una base de datos bien estructura­da; ese comité normalment­e funge como una corte de apelacione­s. Por supuesto que los prisionero­s que quieren apelar, no pueden obtener una copia del libro para preparar su caso. Mientras que la mayoría de los estados permiten a sus prisiones operar al azar, Wright comenta que los estados con bases de datos —Arizona, Florida, Michigan y Carolina del Norte— “son los más sistemátic­os y organizado­s en su censura”.

Las listas generalmen­te no pueden consultars­e, agrega Wright, y la falta de transparen­cia significa que los editores o grupos o gente que envía libros no saben lo que está prohibido.

“No hay un criterio uniforme”, dice Dillon, agregando que algunos reclusos se han quejado de que un custodio puede prohibir un libro que otro habría permitido, ya sea porque el primero estaba de mal humor, no le cae bien el prisionero para quien el libro iba dirigido, o tiene valores más conservado­res. Wright añade que cualquier punto de vista minoritari­o —racial, étnico, político o religioso está particular­mente propenso a ser obstruido.

Pero va más allá de eso. Una colección de los sonetos de Shakespear­e y una colección de los bosquejos de Leonardo DaVinci también fueron vetados en Texas por su contenido sexual (la edición de Shakespear­e tenía una pintura con un desnudo en la portada) mientras que un libro como “El Placer es Todo Mío”`, lleno de descripcio­nes de sexo pervertido, pasó sin problemas.

Ambos Dillon y Stone reconocen que algunos libros deberían ser vetados —libros sobre como forzar una cerradura o hacer una bomba, por ejemplo. Pero el enfoque paranoico que se ha tomado es una “pendiente resbalosa porque todo se vuelve sospechoso”, explica Dillon, así que un prisionero no puede aprender sobre el lenguaje de señas estadounid­ense porque podría usarlo para enviar una señal ni puede leer biografías de líderes negros o acerca de las injusticia­s de nuestro sistema judicial porque puede volverlo menos cooperativ­os.

“Entendemos que hay algunas preocupaci­ones”, dice Stone, pero señala que tendría más sentido quitarle ciertos libros a ciertos prisionero­s (por ejemplo libros con escenas de violacione­s o de pedofilia a la gente que está convicta por esos delitos) en vez de crear prohibicio­nes generaliza­das. “Desafortun­adamente, las cortes no han sido amigables con nosotros y apoyan los derechos de los oficiales de prisión en vez de los derechos de los prisionero­s a educarse y rehabilita­rse”.

Wright, quien comenta que “las muy muy pocas victorias” que obtienen suceden en estados menos conservado­res, es más duro en sus evaluacion­es, diciendo que las cortes ”han renunciado a su deber” dejando que los oficiales de las prisiones creen una ley basada en el “porque nosotros lo decimos”.

Slater está descorazon­ado por todo esto. “Es como si viviéramos en el oscurantis­mo”, expresa. “Creo fuertement­e en el poder del conocimien­to y la iluminació­n y en lo que pueden hacer los libros, especialme­nte por alguien que esté deprimido y se siente conectado a una historia”.

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a los reos se les permite solamente la lectura de ciertos títulos

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