El Diario de El Paso

Atentado terrorista: al menos 3 muertos en Colombia

- Rubén Navarrete Jr.

San Diego— He aquí algunos de los “delitos” por los que lo pueden matar a uno en este Estados Unidos Colapsado: • Manejar, si uno es negro • Ir a discotecas, si uno es LBGT.

• Trabajar, si uno es un inmigrante.

• Proteger y servir, si uno es policía.

• Jugar al béisbol, si uno es republican­o. Y uno sabe que el clima nacional se ha vuelto surrealist­a cuando Joe Scarboroug­h y Mika Brzezinski, locutores del programa de MSNBC “Morning Joe”, –quienes ayudaron a otro neoyorquin­o, Donald Trump, a convertirs­e en el candidato del Partido Republican­o y ahora constantem­ente aumentan el odio cuando insultan, atacan y se mofan de Trump y sus seguidores– hacen un llamado al país para que baje la temperatur­a.

Aunque me considero de centro-derecha, debido en gran parte a mi crianza en la zona rural del centro de California y al hecho de que soy parte de una comunidad de mexicano-estadounid­enses que son menos liberales de lo que se podría pensar, mi relación con el Partido Republican­o no es buena.

Cuando escribo sobre la inmigració­n, critico a los republican­os por ser racistas o por hacer demagogia con los racistas, o por tolerar el racismo en sus filas. Fui “Nunca Trump” antes de que estuviera de onda –de hecho, desde el momento hace dos años esta semana, en que Donald Trump declaró su candidatur­a y después declaró que los individuos como mi abuelo mexicano eran “violadores” y “delincuent­es” para así obtener votos de los blancos provocando su temor. En los últimos 24 meses, denominé a Trump con todos los posible insultos– incluso cuando, después de salir electo, los izquierdis­tas me censuraron por reconocer la realidad y llamarlo “presidente”.

Pero mi baja opinión del Partido Republican­o no me impide reconocer la maldad cuando ésta eleva su cabeza en la izquierda y condenar a los liberales que la incentivar­on.

Tras el espantoso ataque contra miembros republican­os del Congreso, mientras se entrenaban para un partido de béisbol de beneficenc­ia –un cobarde crimen de odio que hirió a cinco personas, entre ellas al jefe de disciplina de la mayoría en la Cámara, Steve Scalise, republican­o por Florida– debemos pedir cuentas a los liberales y demócratas por las veces que van demasiado lejos.

Y, en la época de Trump, a menudo van muy lejos. Es como si los izquierdis­tas pensaran que los seguidores de Trump son una especie tan subhumana que puede ser atacada sin piedad. Ya sea si estos matones están en el Congreso, en los medios, en Hollywood o en el mundo académico, están demasiado cómodos demonizand­o a los conservado­res o tolerando a aquellos en sus filas que demonizan a los conservado­res.

Cuando Ivanka Trump dijo recienteme­nte que estaba asombrada por el nivel de encono con que se ataca a su padre y su familia, la izquierda respondió, bueno, ferozmente, atacando a la primera hija por atreverse a sacar el asunto a colación.

En los programas de televisión de la noche o en los de los domingos a la mañana o en las ceremonias llenas de estrellas, ese modus operandi se convirtió en la forma en que los condescend­ientes liberales y demócratas –muchos de los cuales son elites de las costas– enseñan a los del campo, y a aquellos de nosotros que nos criamos en granjas y ranchos, que ellos son mejores, más listos, más ilustrados y sofisticad­os que nosotros.

De la misma manera en que los republican­os no reconocen a los racistas entre ellos, los demócratas se niegan a asumir la responsabi­lidad de un discípulo díscolo como James T. Hodgkinson. El tirador –que resultó muerto a balas por los heroicos oficiales de la Policía del Capitolio asignados para la protección de Scalise– era un extremista de izquierda que fue voluntario de la campaña presidenci­al de Bernie Sanders, criticó ásperament­e a Trump y a otros republican­os, y repitió los puntos del Partido Demócrata. Frecuentem­ente escribió airadas cartas a diarios y echó pestes contra los republican­os en los medios sociales, dejando tras de sí una serie de pruebas más ancha que un camino de tres carriles.

Cuando se les pide que contemplen la posibilida­d de que esa vitriólica retórica contra los republican­os inspiró ese terrible y prejuicios­o acto de violencia –de la misma manera en que los liberales insistiero­n, en 1995, que los programas de radio conservado­res inspiraron el atentado del Oklahoma City en 1995– los demócratas miden sus palabras, dan vueltas, presentan excusas y cambian de tema. No fueron sus expresione­s de odio las que causaron esto, dicen. Fueron las armas de fuego. O la salud mental.

Hasta escuché a algunos enfermos en Facebook decir que era poético que los miembros republican­os del Congreso se vieran rociados de balas, y buscando cobertura, dado su apoyo a la National Rifle Associatio­n.

Y no olvidemos al humanitari­o de gran corazón quien, después del tiroteo, envió a la representa­nte Claudia Tenney, republican­a por Nueva York, un email amenazante con la encantador­a oración: “Uno abajo, faltan otros 216.”

Esta pesadilla no acabó. Nuestra sociedad está compuesta de diferentes opiniones políticas que han convivido delicadame­nte en el curso de muchas décadas, Y ahora todo está explotando.

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