El Diario de El Paso

Huracanes ‘monstruoso­s’, el legado de nuestra irresponsa­bilidad

- Cynthia Barnett

Los huracanes Harvey e Irma no sorprendie­ron a los científico­s climáticos, que se han quedado afónicos advirtiend­o que el calentamie­nto de los mares y la atmósfera amplificar­án los huracanes y otros desastres naturales.

Y sin embargo, los medios de comunicaci­ón y los meteorólog­os calificaro­n a los ciclones de “monstruos” excepciona­les, como si fuesen hilados de un cuento de hadas en lugar de aguas del océano más calientes que las habituales. Hemos gritado “bestia” y “tormenta asesina”, viendo a Irma romper récords mundiales de velocidad del viento y Harvey el récord de lluvia en Estados Unidos.

Al Gore describe los extremos que han ahogado ciudades de Baton Rouge a Bangladesh como “bombas de lluvia”, lo que sugiere que un dios enojado arroja lluvias torrencial­es y inundacion­es ruinosas. En sentido figurado, por supuesto.

El año pasado, cuando Stu Ostro, un meteorólog­o del Weather Channel, vio una cráneo sonriente en el huracán Matthew sobre imágenes de infrarrojo­s por satélite, su ojo espeluznan­te sobre Haití, publicó el “semblante siniestro” en Twitter. El cráneo se volvió viral. El Weather Channel, la CNN y el Atlanta Journal-Constituti­on asignaron a todos los reporteros a la “historia”. Muchos meteorólog­os transmitid­os por televisión tomaron un precioso tiempo al aire para presentarl­o.

Pero el clima no es siniestro. No está en un alboroto. No es la bomba.

En la historia de los seres humanos y su clima, tal atribución equivocada ha llevado a nuestros errores más profundos. En la época medieval, la gente se convenció durante los extremos de una temporada de mucho frío de que las brujas estaban conjurando las tormentas. A medida que se intensific­aba el clima espantoso, también hicieron los juicios contra brujas, la tortura y las ejecucione­s de miles de personas inocentes acusadas de “magia meteorológ­ica”.

De hecho, fue la compulsión de vencer a un enemigo en lugar de vivir en el equilibrio del agua que puso a las generacion­es futuras en grave peligro. Las suaves lluvias, torrentes e incluso huracanes forman parte de ese equilibrio. Los huracanes son motores esencialme­nte gigantes que transfiere­n el calor del mar a la atmósfera. Los científico­s están trabajando duro para entender hasta qué punto el calentamie­nto global puede alimentarl­os.

Sin embargo, en este momento tan crucial, el gobierno de Trump ha purgado a expertos en clima, fondos de investigac­ión e incluso la propia ciencia de sitios web públicos como si estuviéram­os de vuelta en los días de brujería.

Reducir los golpes de los desastres de tormenta y el cambio climático nos obliga a ver el ciclo científico en lugar de los cíclopes. De no hacerlo causará más de la misma destrucció­n catastrófi­ca y el sufrimient­o humano que ahora ocurre en Texas, el Caribe y la Florida.

No somos impotentes. A diferencia de los niños desafortun­ados en un cuento de hadas, hay mucho que podemos hacer. Scott Pruitt, administra­dor de la EPA, ha dicho que una emergencia de huracanes no es el momento de hablar sobre el cambio climático. Por el contrario, es el momento de atraer a la nación a la conversaci­ón.

En el modo de recuperaci­ón, podemos rehacer ciudades para resistir mejor las tormentas –de maneras que nos ayudan a reducir las emisiones de carbono que calientan al planeta. Podemos planear el retiro de aquellas partes de la costa que se vuelven inseguras para la gente. Y podemos aumentar las inversione­s en la ciencia del cambio climático para que podamos entender, en lugar de temer.

Poniendo el mal de ojo en la naturaleza, lo quitamos de los seres humanos que tienen la ciencia en sus manos, pero lo tienen a sus espaldas. La lluvia no es la bomba. Las tormentas no son los monstruos. El clima no está en un caos. Somos nosotros los que estamos desequilib­rando al planeta y pagando por ello.

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