Cómo fluir en caída libre
A Fernando Guallar le ha costado lo suyo encontrar el camino, pero con una película en cartel, El juego de las llaves, y un nuevo proyecto para Netflix se siente en racha
En caída libre porque ahora apuesta por el riesgo, y bailando hasta desfallecer porque “aunque no lo hago bien, me libera y me divierte”. Así fluye el nuevo Fernando Guallar (Córdoba, 1989). El actor antes no se dejaba ver del todo. Dice que le faltaba una pizca de valentía para ser de verdad quien es: un tipo sensible, soñador, empático, llorón empedernido, escudero de su gente... “Pero los años y la terapia para reforzar todo lo positivo que hay en mí me han traído hasta aquí, que es uno de los mejores momentos de mi vida. Ahora afronto cualquier reto”.
No miente porque ya lo ha demostrado en Luis Miguel, la serie, en Patria, en Velvet y en su última película, El juego de las llaves (en cines), donde un grupo de amigos escoge al azar las llaves de la casa del otro para pasar la noche con el dueño o dueña que les toque. Su atrevimiento en la vida real no da para tanto –“sobre todo si tengo pareja [risas]... Para eso soy un romántico y un conservador”–, pero confirma que está más poroso que nunca para transformarse en lo que sea, si el guion lo exige.
El de su vida lo cambió cuando se dio cuenta de que la arquitectura no era lo suyo. Se licenció en Valencia, “una ciudad fantástica para salir de fiesta cuando tienes 20 años [risas]... Conservo grandes amigos, pero yo no tenía su misma pasión por la carrera. Por eso me fui a estudiar interpretación a Nueva York”. No le ha ido mal. En mayo empezó a rodar otra vez para Netflix, “un proyectazo que vais a flipar. Pero me han cosido la boca, lo siento”. Tranquilo, te tenemos fichado.