PENSAR FUERA DE LA CAJA
Este apartamento de estilo urbano reinterpreta la modernidad y exhibe la herencia cultural de sus habitantes.
Este apartamento de estilo urbano reinterpreta la herencia cultural de sus habitantes.
El resultado es una especie de townhouse deconstruida, ideal para la intimidad dentro de la comunidad.
uUna sensación de espacialidad impregna este apartamento de tres plantas en Bogotá. Al entrar, un gran ventanal —que recorre de piso a techo la totalidad de la fachada— inunda de luz tres espacios compartidos que son vitales dentro de este hábitat: la cocina, el comedor y la sala. En ellos, materiales como el concreto aparente, paredes enchapadas en flormorado macizo quemado y una mezcla de granitos fundidos in situ, componen una propuesta de diseño interior que rompe con la tradición uniforme del ladrillo terracota, las paredes blancas, los techos bajos y los espacios cerrados que caracterizan la tipología de vivienda de esta ciudad.
Hace pocos años existió Nolita en Bogotá, un restaurante que duró abierto poco tiempo, pero marcó un antes y un después en la escena del interiorismo comercial capitalino, gracias a su interiorismo a cargo del arquitecto Felipe Villaveces. Nolita se fue, pero su estilo quedó marcado en la memoria de muchos. Sobre todo, en la retina de la arquitecta manizalita Jimena Londoño, quien encontró en este proyecto residencial
el espacio ideal para reinterpretar algunos de los conceptos básicos de una de las etapas más relevantes en la historia del diseño. Para Londoño, la estética moderna es un ejemplo a seguir. Traer de vuelta ese imaginario espacial a un estilo de vida latino, urbano y contemporáneo, le tomó a la arquitecta seis meses de diseño y tres meses para su ejecución. Sin embargo, nada de esto hubiera sido posible sin contar con clientes dispuestos a romper el molde.
Para lograr un diseño diferencial, el empresario Andrés Vasco y su pareja —la actriz Manuela González—, le encomendaron el proyecto a Liliana Rubio. Una vez finalizada esta primera etapa, Jimena Londoño se encargó de idear un espacio que sería el resguardo de una familia conformada por dos padres, tres hijos, un gato, invitados permanentes y una gran herencia de libros y obras de arte colombiano.
Manuela trae consigo un bagaje arquitectónico heredado de la profesión de su padre y un entendimiento del arte como un habitante más de la casa. Su madre fue crítica de arte y coleccionó piezas de Manuel Hernández, Eduardo Ramírez Villamizar y Miguel Huertas, que hoy conviven con Vasco y González, quienes han convertido este espacio en un proyecto de vida. Juntos estuvieron involucrados en cada momento de su creación y, según la arquitecta, este interés fue una herramienta clave para el resultado final del proyecto el cual considera que, hasta ahora, ha sido su trabajo más completo. “Un proyecto más allá de un capricho arquitectónico de uno, es una lectura de lo que sueña el cliente. Materializarla con la experiencia que uno trae consigo es lo más complejo”, comentó Londoño.
Una complejidad que fue resultado de la cantidad de detalles o “filigrana”, como a Londoño le gusta referirse sobre el trabajo artesanal que caracteriza este espacio. Uno de los mejores ejemplos de estas “filigranas” es la escalera. Su minuciosa estructura metálica es escondida por la madera de roble danés que la recubre, por las barandas en vidrio y los pasamanos en bronce. Todo ello, con uniones limpias e invisibles al ojo que la observa. Por otro lado, se incluyó una pared de ladrillo que recubre la sala, que la misma arquitecta colocó a mano con cal para darle un acabado industrial. Por último, se diseñó un mueble de tres metros de largo que recorre el piso hasta el techo y divide el comedor y la sala, sin interrumpir el espacio abierto. Sin embargo, el elemento artesanal que más resalta es el uso del granito fundido a cargo de Óscar Páez.
Al preguntarle a Londoño sobre su mayor logro y aprendizaje de este proyecto, la arquitecta resalta la capacidad de pensar cada espacio de lo macro a lo micro. Desde la entrada por el segundo nivel, pasando por las habitaciones secundarias ubicadas en el primer piso, hasta llegar a la terraza abierta en el tercero, en esta vivienda nada sobra, todo se conecta y tiene una razón de ser. El resultado final es una especie de townhouse deconstruida, ideal para una familia activa que valora la intimidad dentro de una vida en comunidad.