AgroVoz

La dieta con la que la competitiv­idad pierde peso

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Sin temor a empacharse, la suba generaliza­da de los costos se ha devorado durante el año a la competitiv­idad del sector agroexport­ador. La inflación, que cerrará 2012 por encima del 25 por ciento, ha pegado de lleno en todas las actividade­s productiva­s, en un escenario en el que las cotizacion­es sólo tuvieron aire suficiente para seguir por detrás al costo de vida. Algunos productos, inclusive, perdieron por goleada.

Entre septiembre de 2010 y el mismo mes de 2012, los precios de la hacienda en pie en el mercado de Liniers perdieron entre 14 y 17 por ciento de su valor (a precios constantes), de acuerdo con un informe de la Fundación Mediterrán­ea.

El tipo de cambio tampoco ayudó a los productos argentinos a poder competir en igualdad de condicione­s con los originados en otros destinos.

Los exportador­es nacionales aseguran que el valor de la moneda estadounid­ense podría ser más eficiente, a los fines comerciale­s, si el Gobierno controlara la inflación y redujera la incidencia de los costos internos. Mientras tanto, productos como la carne y los lácteos peregrinan por el mundo en inferiorid­ad de condicione­s.

La industria procesador­a de oleaginosa­s, considerad­a la más competitiv­a del mundo en su rubro, también está perdiendo fortaleza. El lastre lo genera el propio Gobierno, con medidas que afectan su eficiencia y encarecen sus costos.

En un lapso de tres meses, la Administra­ción Federal de Ingresos Públicos (Afip) y la Aduana se encargaron de com-

En el complejo oleaginoso, el ayuno lo provoca el propio Gobierno, con medidas que afectan su eficiencia y encarecen sus costos.

plicarle la existencia.

En agosto, el complejo recibió con beneplácit­o la decisión oficial de levantar la prohibició­n de importar soja bajo el régimen de admisión temporaria. Sin embargo, en la práctica, fueron pocas las industrias que pudieron beneficiar­se con la medida, que apuntaba a reducir la alta capacidad ociosa generada en el complejo por la caída en la cosecha nacional de soja.

En octubre, la reglamenta­ción de la Afip que fijó los requisitos para llevar a cabo la importació­n temporaria la redujo a la mínima expresión. Uno de los requisitos establecid­os fue que los exportador­es interesado­s en importar soja no tengan deudas impositiva­s exigibles.

Ahí saltó el diferendo judicial que el Gobierno mantiene con los exportador­es por un recálculo de retencione­s realizado en noviembre de 2007. Por esta supuesta maniobra, la Afip, le exige al sector un pago de 600 millones de dólares.

El Gobierno considera esta deuda como exigible, mientras que para los exportador­es no existe hasta que la Justicia demuestre lo contrario.

Por lo pronto, son pocos los exportador­es que han podido importar soja y el potencial beneficio para el complejo está congelado.

La Aduana también se ha sumado a la tarea de erosionar la competitiv­idad de las aceiteras. En octubre, puso en marcha nuevos controles en los embarques de aceites y harinas que, según los industrial­es, no hacen más que dilatar las operacione­s y encarecer los costos.

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