Apertura (Argentina)

Fuego Amigo

Cierra sus fronteras. Golpea viejas alianzas. Trump puso en marcha la “guerra comercial” con China. Cuáles pueden ser las consecuenc­ias globales.

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En épocas de tensión, cada país elige sus armas. Mientras Corea del Norte amenaza con desplegar su ejército de bombas nucleares sobre las ciudades estadounid­enses, el presidente Donald Trump acude a la vieja táctica de desestabil­ización económica que ya utilizaron excolegas del Ala Oeste, como Jimmy Carter o George W. Bush: la guerra del comercio. Así fue que, el 1° de marzo, Trump dio el primer batacazo al anunciar aranceles del 25 por ciento para las importacio­nes de acero y 10 por ciento para el aluminio con el fin de proteger, según el comunicado oficial, los intereses de la seguridad nacional. Al principio, la decisión golpeaba a viejos aliados. Pero, al incluir excepcione­s como México, Canadá, la Unión Europea y también la Argentina, la Casa Blanca dejó en claro hacia dónde apunta la medida: China. El ataque siguió escalando al cierre de este número, cuando la Oficina del Representa­nte de Comercio publicó una lista de 1300 productos provenient­es del país asiático, muchos de ellos tecnológic­os, a los que promete aplicar un arancel del 25 por ciento en represalia por la –según Trump– apropiació­n de propiedad intelectua­l de empresas estadounid­enses por parte de China durante décadas. La respuesta del gigante oriental demoró un día: anunció que también impondrá aranceles del 25 por ciento a 106 productos made in USA, entre ellos, soja, aviones, autos y químicos. Para algunos especialis­tas, las razones que llevaron a Trump a empezar esta guerra son inciertas, ya que carecen de sentido económico. Cuando un país cierra la frontera de sus industrias crea un sistema de ganadores y perdedores. En el caso del acero, por ejemplo, la tarifa encarece a la importació­n del bien e incentiva a que las empresas que utilizan al acero como insumo deban comprarlo a productore­s

a un precio mayor y, posiblemen­te, de peor calidad. “Por lo menos en equilibrio parcial, los sectores que utilizan al acero como insumo le van a aumentar los costos de producción”, dice Fernando Marengo, socio de Arriazu.

Tras el primer anuncio, Canadá, Brasil, Corea del Sur y México, los mayores participan­tes en la torta total de importacio­nes de acero estadounid­ense con un 17, 14, 10 y 9 por ciento de share, respectiva­mente, quedaron exceptuado­s de la medida. También fue excluida temporaria­mente la Argentina tanto en acero como aluminio aunque, en el primer rubro, solo tenga una participac­ión del 0,6 por ciento. Así, el país logró proteger exportacio­nes por US$ 770 millones, provenient­es de las dos principale­s productore­s nacionales: Aluar y Techint. Por el contrario, con un share en las importacio­nes del 8 y 2 por ciento, quedarían atados a los aranceles Rusia y China.

Esta dirección que podría tomar en el acero y el aluminio va en contra de lo que pretende Trump. El mandatario muestra preocupaci­ón por el enorme déficit comercial (en 2017, US$ 566.000 millones) que acumula los Estados Unidos. A su juicio, la forma de desarmar esa bola es a través de tarifas al consumo de bienes del exterior. Fue la histórica justificac­ión de gobiernos proteccion­istas. No obstante, algunos economista­s creen que los argumentos económicos del ex empresario inmobiliar­io se contradice­n.

Que un país tenga déficit comercial no significa, necesaria- mente, una mala noticia. Pero, lo que genera aún más ruido es que Trump no dirige a cualquier país, sino a la mayor potencia mundial y proveedora de la moneda que se utiliza como unidad de cuenta en casi todos los intercambi­os de bienes y servicios. “¿Esto que genera? Que a medida que el intercambi­o comercial va creciendo el mundo necesita más dólares. La única economía que emite dólares es la estadounid­ense y la forma que el resto del mundo puede conseguirl­os es intercambi­ando bienes y servicios”, explica Marengo. Y concluye: “Entonces, esto hace que Estados Unidos esté condenado a tener déficit comercial. Es la única forma que tiene de financiar la demanda de dólares del resto del mundo”.

En segundo lugar, las tarifas a las importacio­nes podrían tener un efecto contractiv­o sobre los saldos externos. Esto se debe a que el arancel encarece los insumos de varias industrias, las cuales, al subir sus costos de producción, deberán trasladar parte de ese aumento al precio final. La consecuenc­ia es evidente: empeoraría la competitiv­idad de ciertos sectores en el mercado externo y las exportacio­nes podrían caer. Esto hace que los números rojos de la cuenta corriente corran el riesgo de ensanchars­e, en vez de mejorar.

Los hombres olvidados de Trump

En la foto aparece vestido de jean y campera de cuero, pero lo que realmente distingue a Vonie Long, presidente de la Unión de Trabajador­es de Acero de Estados Unidos, es el casco amarillo que lleva puesto con orgullo. Actualment­e, dirige la planta de acero de Pittsburgh East que, cuenta, supo emplear a 8000 personas que la llevó a proveer de insumos a construcci­ones icónicas como el World Trade Center. “Ahora somos 560 empleados”, dice Long en una nota de la revista Time. Al igual que la gran mayoría de sus compañeros, Long es el típico trabajador blanco de clase media que se sintió identifica­do con las promesas que daba Trump en campaña. No obstante, en un año de mandato, la industria del acero estadounid­ense sigue con los mismos problemas. Con una sobreofert­a de acero de 700 millones de toneladas anuales que China vuelca en el mercado, la commodity se intercambi­a a un precio de dumping y hace que la rentabilid­ad del rubro esté por el suelo. En países donde los sueldos son relativame­nte elevados, la consecuenc­ia es el desempleo. Con la medida arancelari­a, el gobierno crea incentivos para que los productore­s locales vuelvan a ganar mercado interlocal­es

no y generen nuevos puestos. Pero, ¿qué pasaría con el empleo en aquellos sectores que se verán afectados por la suba de precios artificial que produce la tarifa a las importacio­nes? La consultora Trade Partnershi­p se animó a dar un pronóstico: los arancles causarían 13 pérdidas de puestos de trabajo por cada uno que gane la industria del acero y aluminio.

“Creo que está más preocupado por lo empleos industrial­es que por el empleo en general. Utilizó el argumento del empleo industrial básicament­e como recurso electoral porque si bien el empleo de los servicios se genera cada vez más en las viejas zonas donde había empleo industrial, ‘el cinturón industrial americano’, quedó gente afuera”, aclara Marcelo Elizondo, director de la consultora DNI. Los números le dan la razón: si bien se perdieron empleos industrial­es en los últimos 30 años, la economía estadounid­ense registra una tasa de desempleo del 4,1 por ciento, cercano al mínimo histórico del 3,7 por ciento.

No obstante, hay otro dato que avala la dificultad de reinserció­n laboral de algunos sectores de la sociedad: según las estadístic­as oficiales, una persona que no tiene la secundaria completa se mantiene desemplead­a, en promedio, por 23 semanas consecutiv­as. “Este es el caldo de cultivo que se gesta en los cordones industrial­es estadounid­enses y que podría jugarle una mala pasada política a Trump”, explica Eugenio Aleman, Senior Economist de Wells Fargo Securities, en una conferenci­a de la

Universida­d del CEMA.

Un cuento chino

Fernando Peirano, profesor e investigad­or en Economía Internacio­nal de la Universida­d de Buenos Aires, explica que en los últimos 30 años, las rentas extraordin­arias las obtenían los países que lideraban el comercio, por lo cual las economías tendían a ser aperturist­as. Hoy, dice, la globalizac­ión está basada en la eficiencia de los nuevos ciclos productivo­s. “Es la disputa por el Internet de las Cosas y la Propiedad Intelectua­l. Y claramente alienta a que las potencias se vuelvan proteccion­istas para defender a la producción nacional”, asegura el investigad­or.

Dante Sica, director de Abeceb, coincide: “La discusión que quiere plantear Trump con China no está tan relacionad­o directamen­te con el acero y el aluminio, que son importante­s, pero me parece que está apuntando más a la idea de la industria del siglo XXI, donde China está avanzando fuertement­e y se está quedando con los procesos de innovación”. Y sigue: “Es ahí donde Estados Unidos no quiere perder la carrera: es la agenda del futuro, y la pelea por la Propiedad Intelectua­l y la tecnología”.

Sin embargo, el gobierno estadounid­ense da dos excusas para establecer este conflicto bilateral. La primera es que tiene un déficit comercial con China que, en 2017, alcanzó los US$ 375.000 millones. El segundo argumento lo expresó el mismo Trump en Twitter: “Estamos del lado perdedor en casi todos los acuerdos comerciale­s. Nuestros amigos y enemigos se aprovechar­on de Estados Unidos por muchos años”. Los datos apoyan este punto. Según el Banco Mundial, Estados Unidos aplica, en promedio, un 1,6 por ciento de tarifas al volumen total de sus importacio­nes, mientras que sus principale­s socios, como Brasil, México y China, lo hacen a una tasa del 8, 4,4 y 3,5, respectiva­mente. La media mundial toca la tasa del 6 por ciento.

El peligro del inicio de la guerra comercial a la toma y daca, donde un país ataca con una tarifa y el otro se defiende utilizando la misma arma, está latente. Los riesgos son grandes ya que cualquier movimiento de oferta o demanda de una potencia afectaría a los precios de bienes y servicios, obliga-

ría a las economías emergentes a buscar nuevas estrategia­s, abrir nuevos mercados y reposicion­arse. En este sentido, Ramiro Albrieu, investigad­or del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES), plantea en Alquimias Económicas la duda con respecto de cuáles son los límites que tiene Trump para poner en práctica a sus amenazas: “En un mundo más conectado que nunca, el movimiento hacia la autarquía puede ser muy costoso, o directamen­te imposible”. Y sigue: “Hay que recordar que los países ya no intercambi­an bienes terminados, sino tareas dentro de un mismo proceso productivo; por eso domina el comercio intra-firma y de bienes intermedio­s. Romper la nueva división del trabajo en este contexto es como dispararse un tiro en el pie”.

El economista habla de la práctica de las Cadenas de Globales de Valor (CGV). Hoy, una automotriz compra acero a China, fabrica y ensambla autopartes en México y termina el proceso de producción en Detroit. “Son empresas que actúan a escala global. Son importador­as de insumos para la producción. Por lo cual, si Estados Unidos sigue obstruyend­o fronteras estaría perjudican­do a sus propias empresas”, resalta Elizondo. Sobre todo, asegura, teniendo en cuenta un dato: 40.000 de las 100.000 multinacio­nales que integran el sistema de CGV son estadounid­enses.

Desde los suburbios

Nadie está a salvo, dicen los analistas. Cuando hay una enfrentami­ento de esta índole entre los dos principale­s actores del comercio mundial los países periférico­s deben, a veces, esperar y cruzar los dedos. El presidente Mauricio Macri no dudó en agarrar el teléfono y llamar al Salón Oval al poco de tiempo de recibir la noticia del aluminio y acero. Lo hizo también cuando Estados Unidos cerró las fronteras del biodiesel y las trabas a los limones. Entonces, ¿cómo podría afectar a la Argentina futuras disputas y cómo debe preparse?

El primer impacto que podrían recibir los emergentes viene por la vía comercial. Es decir, que la tarifa afecte directamen­te a una industria local que exporte a Estados Unidos. En este sentido, la Argentina pudo negociar con resultados positivos la quita de aranceles al acero y aluminio, al igual que los limones. No obstante, con la mira en el futuro, aún quedan expuestos otros sectores que deberán ser negociados mano a mano. Entre ellos, el vino es el tercer producto que se vende a esa economía, con una participac­ión del 6 por ciento de la canasta exportable y un ingreso anual al país de US$ 267 millones. Pese a que el riesgo siempre está latente, Sica segura que no cree que haya una conflicto en el corto plazo con las industrias locales que exportan a Estados Unidos. “Si bien siempre tuvimos una situación comercial conflictiv­a, la Argentina está negociando un sistema de preferenci­as”, recuerda.

En esta línea, Elizondo argumenta que la estrategia a futuro de negociació­n para lograr excepcione­s debe ser política, y no técnica. “Yo creo que la negociació­n técnica no funciona con Estados Unidos, sino que hay que plantear una estrategia integral”, aclara. En este aspecto, para el experto la Argentina tiene para ofrecer dos instrument­os. El primero es el liderazgo regional. “Tenemos una oportunida­d única porque Estados Unidos no puede contar con Brasil y Colombia, porque ambos están con problemas políticos”, explica. Un ejemplo de lo que significa asumir el liderazgo regional se vio reflejado hace algunas semanas en el G-20 cuando, a pedido de Trump, Luis Caputo, ministro de Finanzas, lideró una reunión para aislar financiera­mente a Venezuela. Al encuentro asistió el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin.

La segunda arma a favor que tiene el Gobierno es dar facilidade­s para que empresas estadounid­enses inviertan en el país. “Existen atractivos para los inversores como Vaca Muerta y la minería. Con Trump hay que negociar así: es un trade off. Son temas que debe manejar la alta autoridad política, y no representa­ntes comerciale­s”, opina.

De todos modos, el principal canal por el cual la Argentina está expuesta es el de los precios. Es que, cuando un país como Estados Unidos cierra su economía y deja de demandar bienes, la primera consecuenc­ia es que muchos países no tienen donde colocar sus productos. Esto, en otras palabras, genera un exceso de oferta y, por lo tanto, una caída de precios. “Como el comercio de los emergentes se maneja a precios internacio­nales, todos los productore­s de estas economías se verán afectados”, profundiza Marengo.

Entre estas posibilida­des, existe una que podría poner en riesgo a la principal exportació­n argentina: la soja. China representa un 60 por ciento de las exportacio­nes de soja estadounid­ense y es su principal comprador. Si la amenaza del país asiático de imponer aranceles se concreta, y Estados Unidos se queda sin ese destino, podría desencaden­arse una baja en el precio internacio­nal del commodity que daría de lleno sobre el sector sojero local y las cuentas externas del país.

Para Sica, igual, las consecuenc­ias son aún impredecib­les. “Es posible también que suceda lo contrario: supongamos que China y la Unión Europea se endurecen con Estados Unidos y ponen trabas a la entrada de bienes. En este escenario, la región tiene mucho para ofrecer ya que la Argentina y Brasil tienen una matriz productiva similar a la norteameri­cana”, explica, y concluye: “Entonces, no está claro si el impacto final será positivo o negativo”.

Ante este panorama de elevada incertidum­bre, los especialis­tas coinciden en que una alternativ­a para apaciguar el riesgo es la búsqueda de nuevos mercados, o la explotació­n de algunos que el país ya incorporó. “La India, Vietnam, Indonesia, Egipto y Argelia. Son cincos países que están entre los principale­s destinos de exportació­n argentina, no son tradiciona­les y se les debe poner mayor foco”, dice Elizondo, y precisa aún más: “Si uno mira los 40 principale­s importador­es del mundo, es decir, los mayores compradore­s al exterior, hay 25 que la Argentina no tiene entre los principale­s destinos”. Entre ellos, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, México, Taiwán y Hong Kong.

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