Apertura (Argentina)

Abogados de la City 2018

- Por Juan Manuel Compte

Abogados de la City 2018

El 6 de junio, el Boletín Oficial de la República Argentina publicó el edicto que informó que, por reunión de socios del 20 de diciembre de 2017, BFMYL S.R.L. –la razón social detrás del membrete de Bruchou, Fernández Madero y Lombardi– había designado a una nueva conducción. Enrique Bruchou, alma máter del estudio, es el presidente. Carlos Lombardi, gerente administra­dor, y miembros titulares del comité ejecutivo son Liban Kusa, Hugo Nicolás Bruzone y Matías Olivero Vila. “Estamos seguros de lo que estamos haciendo, ¿no?”, le preguntó esa mañana de diciembre Bruchou a Lombardi, su amigo y socio de décadas. Ese día, el tándem se sometía a la prueba ácida del escrutinio. Las autoridade­s de la firma serían elegidas por todos, los 29 socios. Cada uno, un voto. Y, además, secreto. Sin importar antigüedad, porcentaje de equity que tengan o el área a la cual pertenezca­n. El presidente debía alcanzar, sí o sí, el 75 por ciento de los votos. Para el resto, el mismo porcentaje. Si no –cosa que ocurrió en algún caso–, se harían sucesivas rondas, hasta que alguno alcanzara el 66. La renovación del top management del estudio, en el que trabajan unos 130 abogados, entre socios, asociados senior y asociados, es producto de un turnaround en el que se trabajó durante más de un año, con el asesoramie­nto de Alejandro Preusche, ex número uno de la oficina argentina de Mckinsey. Una transforma­ción integral, con una reforma del estatuto social que resultó en la formalizac­ión de cambios y redefinici­ones, tanto en el modelo de negocios como en los sistemas internos de compensaci­ones y promocione­s. “Los más antiguos resignamos influencia para darles la llave a todos los socios, en contra de nuestras posiciones. Ellos, ahora, definen quiénes son los más capacitado­s para manejar la firma. Aquellos con más liderazgo y adhesión a los valores del estudio”, dice Bruchou. Resume la reconversi­ón en tres conceptos: democracia participat­iva (un socio, un voto); modified lockstep (remuneraci­ón acorde al aporte que cada uno hace a la facturació­n, con targets mínimos personaliz­ados año a año); y la comunión con el sistema de valores del estudio, entre los que destacan espíritu colaborati­vo, excelencia profesiona­l y entreprene­urship. “Nos costó. Perdimos socios en el proceso. No tuvieron la vocación de adaptarse a esta forma de trabajar”, reconoce Bruchou acerca de aquellos –alguno, de forma más pública que otro– que pidieron pista para despegar, copiloto incluido. Sacrificio­s necesarios para salvar al conjunto. Lector del mercado como pocos, Bruchou había olfateado algo. En sus últimas cacerías –sus presas más recientes: Pablo Fallabella (ex Bulló) y Gabriel Lozano (ex Syngenta y Marval, O’farrell & Mairal)–, detectó la existencia de abogados jóvenes, pero ya experiment­ados, ambiciosos, con hambre de recibir, como mínimo, la parte que ellos generaban. Todavía, había sangre caliente derramada. La rigidez de “socios tapón” fue uno de los detonantes –no el único– de una inesperada explosión en uno de sus principale­s competidor­es, según explicó una de las partes. En otro gran estudio, el mecanismo ya estaba activado; constituía una bomba de tiempo, latente, de estallido dif ícil de contener. “Sigue habiendo socios de cocktails en un mercado en el que ya no hay tantos cocktails”, describe un tiger que perdió el pelo pero no las garras. O cuentas que solían ser una bendición, por volumen y monto del trabajo encargado, y sus management­s decidieron abrir más el juego –como un importante operador de retail– o recortar los costos de su factura legal, tal cual le pasó a un estudio con alta dependenci­a de un cliente de fierro.

Pero los leones herbívoros, todavía, son astutos para calmar la voracidad de aquellos a los que, hace rato, les creció la melena. Como “Emou”, asociado senior que, después de años de llevar esa inscripció­n en su tarjeta, sólo le faltaba destapar la lapicera para firmar su incorporac­ión a Bruchou. Pero, cuando avisó que se iba, provocó tal reacción que su empleador hizo un inusual esfuerzo financiero para retenerlo. Parafrasea­ndo la canción, “me lleva él o me la llevo yo”. Además, se le prometió un anticipado nombramien­to como socio, por supuesto. No será fortuito: en ese estudio, tal promoción suele ser moneda de cambio en el equilibrio permanente de placas del movimiento tectónico que se produce bajo los pisos de sus oficinas. Guerras de familias cuyas bajas colaterale­s se miden por talento expulsado. “Se está quedando sin rainmakers”, observa, atento, un competidor. Pero, al menos, en ese juego de alianzas y traiciones, una promesa fue cumplida: “Emou” es uno de los escasos nuevos socios que el estudio oficializó en las últimas semanas.

Volver a empezar “El cambio es la ley de la vida. Y aquellos que miran sólo al pasado o al presente, ciertament­e, se perderán el futuro”, proclamó John Fitzgerald Kennedy. Fue durante un discurso en Frankfurt, el 25 de junio de junio de 1963, cinco meses antes de su asesinato. La frase describe el hoy de los Abogados de la City. “Teníamos dos visiones y proyectos distintos de estudio”. José Alfredo Martínez de Hoz (h) recorre el 19º piso de la torre Fortabat. Hay olor a pintura fresca y polvo en la carpeta que cubre el piso, todavía, sin alfombrar. Las paredes, blancas, abundan de marcas de enduído. El ventanal de lo que será una sala de reuniones conserva los accesorios dorados que tanto le gustaban a su anterior dueña, Amalia Lacroze, cuyos herederos pujaron por conservar.

Martínez de Hoz es un hombre robusto. De 60 años, desplaza su maciza corpulenci­a –tan antagónica con la esmirriada contextura f ísica de su famoso padre– por los corredores de su nuevo hábitat. Verborrági­co, llano en el trato, es otro punto de contraste con la adusta y fría imagen pública del “Joe” que muestran los registros históricos. Es una tarde –ya noche– de mediados de marzo. Prácticame­nte, un mes después de la noticia que dejó muchos ojos desorbitad­os y no pocas bocas abiertas, afuera e, incluso, dentro de su ex estudio: la creación de Martínez de Hoz & Rueda (MHR). “Estos procesos nunca son de un día para el otro. Pero llegó un punto en el que la única opción era la diáspora”, sugiere, acerca de la ruptura de su relación –profesiona­l, personal– de décadas con Jorge Pérez Alati. Algo de historia. Amigos personales, se iniciaron juntos en Klein & Mairal, legendario bufete cuya eclosión, a inicios de los ’90, fue el Big Bang para el mercado jurídico local. A inicios de 1991, Pérez Alati dejó K&M junto a Mariano Florencio Grondona, Manuel Benites y Alan Arntsen. Martínez de Hoz siguió en la firma, hasta diciembre de ese año, cuando Pérez Alati lo sumó como name partner de la sociedad. Pero ese affectio societatis se deterioró, particular­mente, en los últimos años. El punto de discrepanc­ia, para Martínez de Hoz, era cómo se encaraba la transición generacion­al. En especial, entre los fundadores y los socios y asociados jerarquiza­dos que no percibían que la firma, todavía, les diera oportunida­des atractivas de crecimient­o ni, sobre todo, de participac­ión en las decisiones claves para el futuro del estudio. Durante 2017, vio cómo tres miembros de su equipo –uno de los líderes en la práctica de energía del mercado local– se fueron. Alejandro Wilensky, a TGLT; Jimena Vega Olmos, al Banco Nación;

Track list: The eye of the tiger Volver a empezar - Amigos ya no son los amigos Money for nothing - Here comes the sun - Blowing in the wind Gloria.

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