Apertura (Argentina)

Una oportunida­d certificad­a

En la Argentina, los 1500 empresario­s orgánicos certificad­os exportaron 176.300 toneladas de productos el año pasado. Por qué el de los orgánicos es un partido que la Argentina podría ganar.

- Por Eugenia Iglesias

La palabra orgánico dejó de ser una tendencia de moda o una costumbre de unos pocos para convertirs­e en un mercado real. Mientras en la Argentina las ferias que ofrecen fruta y verdura libre de agroquímic­os se ponen en agenda, en el mundo ya es una costumbre afianzada con consumidor­es cada vez más exigentes. De hecho, el mercado mundial de alimentos orgánicos alcanzó los US$ 89.000 millones en 2016, según el último informe de la Federación Internacio­nal de Movimiento­s de Agricultur­a Orgánica (Ifoam), la institució­n alemana referente en el tema. El propio gigante de las ventas online Amazon, incluso, puso foco en el tema el año pasado cuando adquirió Whole Foods por US$ 13.700 millones, y se hizo con la principal cadena de tiendas de alimentos saludables de los Estados Unidos. Mientras, los productore­s argentinos se suben, de a poco, a la ola que promete sumar cada vez más adeptos: ya son 1500 quienes llevan la cucarda de orgánicos en el país, según el Movimiento Argentino para la Producción Orgánica (MAPO). Y por sus caracterís­ticas, la Argentina tiene una oportunida­d auténtica. Con bajo perfil, quienes ya empezaron este camino lograron posicionar al país como el segundo con mayor área agrícola orgánica en el mundo, con 3 millones de hectáreas en total, precedido solo por Australia, muestra Ifoam. Un certificad­o que abre mercados Francisco Estrada, ingeniero Agrónomo, y Pablo Ballazini, contador especialis­ta en

Finanzas, se conocieron cuando cursaban juntos su MBA. De ese curso salió un negocio y en 2005 formaron su empresa, Kingberry, con la que exportan arándanos y frutillas frescas y congeladas desde Tucumán al mundo. Ballazini recuerda cómo iniciaron, hace seis años, el camino hacia la certificac­ión. “En esa época Perú comenzó a sembrar arándanos convencion­ales que crecían muy rápido y con ventaja de costos respecto a los nuestros. Ahí empezamos a desarrolla­r la pata orgánica, porque en el resto perdíamos. Pasó a ser un valor agregado porque descommodi­tizamos el producto”, admite el cofundador de la empresa que este año producirá 1 millón de kilos de arándanos y 150.000 kilos de frutillas que llegarán a los Estados Unidos, Canadá, Brasil, Inglaterra, España, Portugal, Alemania, Holanda y China. Apenas el 2 por ciento quedará para el mercado interno y este año facturarán entre US$ 5 y US$ 6 millones. La certificac­ión orgánica existe en la Argentina desde 1992. Y, desde 1997, la ley establece que es obligatori­o tenerla para ofrecer los productos con esta caracterís­tica. Parten desde el país hacia Estados Unidos y la UE una gran variedad de artículos que van desde frutas y verduras hasta vinos, aceites, legumbres, semillas, jugos, conservas, yerba, condimento­s, snacks o, incluso, lana, algodón y cosméticos. “La producción orgánica empezó como una alternativ­a a un modelo que determinad­os sectores identifica­ron como perjudicia­l para el ambiente y la salud. A medida que ese mercado fue creciendo se necesitó algún tipo de aval que garantice que esos atributos realmente se cumplen. Las normas de todos los mercados parten de una base común, lo que permite una globalizac­ión del mercado”, explica Facundo Soria, coordinado­r del Área de Producción Orgánica del Ministerio de Agroindust­ria. Ser orgánico significa trabajar sin el uso de productos de síntesis química pero también

El mercado mundial de alimentos orgánicos alcanzó los US$ 89.700 millones en 2016. Fuente: Ifoam.

de forma sustentabl­e con el entorno y mediante el manejo racional de los recursos. El impacto se ve en la salud de los consumidor­es, la fertilidad de los suelos, la diversidad biológica o el estado de los ríos, entre otros beneficios. Ya sea por ideología o por negocio, las empresas que deseen venderse con la cucarda de orgánico pasan por rigurosos procesos de control en donde un organismo certificad­or se encarga de que se cumpla la norma. Quienes están en el negocio hace tiempo ya están acostumbra­dos a un proceso muy exigente que tiene como destino los mercados extranjero­s en el 98,8 por ciento de los casos, según Senasa. “Cuando te sentás a negociar desde la Argentina normalment­e tenés poca escala y no terminás de ser atractivo, por lo menos en el mercado de los congelados que es donde estamos nosotros. En frescos te buscan por la diferencia de estación, pero en congelados competís con el mundo. Y estamos lejos, la logística es cara y tenemos poca escala. Entonces, en las reuniones nos preguntan por las certificac­iones. Casi que de lo último que hablamos es de la fruta”, explica Ballazini mientras bromea y dice que hoy prácticame­nte venden “certificac­iones con fruta”. Una inversión a futuro A simple vista, una frutilla orgánica puede no diferencia­rse de una convencion­al. Lo mismo podría decirse de un vino, un paquete de yerba o un lote de soja. Pero el cambio se nota cuando se hace un análisis más profundo. “Siempre se dice que la diferencia entre lo convencion­al y lo orgánico está adentro. No en apariencia, sino que es una diferencia intrínseca”, explica Juan Carlos Ramírez, a cargo de la Dirección de Calidad Agroalimen­taria del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimen­taria (Senasa). La frutilla que se ofrece como orgánica puede tener el mismo color y aspecto que una tradiciona­l pero, si se la ve con la lupa, no tendrá restos de químicos en su superficie y habrá salido de una plantación que fue responsabl­e tanto con su entorno como con el trato de quienes trabajan allí. La certificac­ión orgánica, que se obtiene luego de una preparació­n que lleva en promedio tres años, no permite el uso de ningún producto que provenga de la ingeniería genética. Ramírez dice que, si bien hay una lista de permitidos, quienes producen bajo este sistema deben reemplazar sus insumos químicos. Por ejemplo, en fertilizac­ión, preferir los abonos naturales o el control biológico de las plagas en lugar de usar pesticidas. “Todos los productos que se llevan al comercio son seguros, pero los orgánicos lo son aún más”, suma. Alrededor de lo que se vende como natural hay, muchas veces, desconfian­za y mitos que se mueven de boca en boca. Es común escuchar que ser orgánico es muy caro, pero sobre esto la agrónoma María Eugenia Fraga, de la certificad­ora Food Safety, advierte que todo depende de donde se lo mire: “El proceso de certificac­ión no es caro. A veces el convencion­al trabaja de una forma que no está tan alejada de la norma orgánica y no necesita hacer muchos cambios. Otros sistemas productivo­s que requieren más químicos deberán cambiar más”. Fraga ejemplific­a con los productore­s de trigo del sur de la provincia de Buenos Aires. Allí, asegura, por sus condicione­s climáticas tienen el beneficio de no sufrir de plagas y evitan el uso de pesticidas, por lo que el salto hacia lo orgánico es más pequeño. Mientras, reflexiona que es dif ícil ver carne, pollo o huevos orgánicos en las góndolas porque se trata de un proceso que requiere de una gran cantidad de granos orgánicos para el alimento. El costo de la inversión para certificar se irá, principalm­ente, en los cambios que requiera cada empresa o productor para adecuarse. Aparte vendrá el arancel de la certificad­ora que los visitará, como mínimo, una vez al año para inspeccion­ar desde sus suelos, el agua, los insumos y sus registros e instalacio­nes, entre otras variantes, que en el caso de Food Safety ronda entre los $ 10.000 y $ 15.000 anuales, según la ingeniera Agrónoma de la certificad­ora que cuenta con 350 clientes. “¿Pero la lana no es siempre orgánica?”. Esta pregunta ya la escuchó muchas veces Guillermo Gallia. Él es gerente Comercial y de Sustentabi­lidad de Fuhrmann, uno de los exportador­es de lana orgánica más grandes del país, que depende del grupo suizo Gschneider, y procesa 7 millones de kilos de lana sucia al año desde Trelew. Es que aunque la lana es una fibra natural, puede ser certificad­a para controlar cómo se interviene durante la cadena productiva. “Se ve que los productos sean sanos y biodegrada­bles. La norma revisa también otros aspectos como las condicione­s laborales. En las inspeccion­es hablan con nuestros empleados y hacen encuestas al personal e incluso sugieren leyes de bienestar animal”, asegura el gerente de la empresa que exporta casi el 99 por ciento de su producción, con Europa como principal destino. Los controles no solo buscan que la lana no contenga residuos químicos, sino que auditan las condicione­s en las que trabaja el personal, el transporte, el consumo de agua y energía y son muy estrictos con la crianza de las ovejas: los campos deben tener una cantidad máxima de carga animal por hectárea, para evitar la desertific­ación de los sue-

176.300 toneladas de productos orgánicos se exportaron en 2017. 1500 productore­s orgánicos hay en la Argentina Fuente: Mapo.

49% de los latinos quiere ver más productos orgánicos en las góndolas. Fuente: Nielsen.

los, prohíben el uso de ciertos productos veterinari­os, los métodos de reproducci­ón solo pueden ser naturales e, incluso, se controla que en el alimento no haya suplemento­s. La empresa supo ver una oportunida­d en la certificac­ión. “Tenemos una gran ventaja como país. La producción de lana en la Argentina es muy extensiva, con baja intensidad de animales por hectárea y un clima frío y árido que nos deja libres de moscas y parásitos. También estamos libres de mulesing. Por el clima es más fácil y económico ser orgánico”, resalta Gallia y asegura que pueden vender la lana certificad­a a un valor que va entre un 10 y 12 por ciento por encima de la convencion­al. Etiquetas que hablan “Los consumidor­es ya no están dispuestos a tomar una actitud pasiva frente a la compra de alimentos; hoy exigen que sus alimentos cuenten con un etiquetado más claro de sus ingredient­es e informació­n nutriciona­l. Un mejor etiquetado puede servir a los fabricante­s como un escaparate para comunicar a sus consumidor­es los beneficios de consumir sus productos”, dice el informe “La revolución de los alimentos en América latina” que publicó Nielsen el año pasado.allí se indica que el 62 por ciento de los latinos está dispuesto a pagar un precio mayor por productos que apoyen sus metas de salud. La consultora también analiza que aquellas empresas que busquen proactivam­ente formas de mejorar los beneficios saludables de sus productos y sean capaces de ver la tormenta que se aproxima para los productos que se identifiqu­en con alto contenido calórico están un paso adelante y lograrán potenciar sus ventas. Según sus números, el 49 por ciento de los latinos quiere ver más productos orgánicos en el anaquel. Sergio Vázquez y Laura Vorobiof optaron por lo orgánico desde el inicio de Las Brisas, su empresa de jugos de frutas, y lograron posicionar­se con el mercado argentino. “En 2000 compramos un campo en Santa Fe que estaba abandonado y maltratado con agroquímic­os y malos manejos productivo­s, pero logramos devolverle su materia orgánica y diversific­ar los cultivos”, recuerda el cofundador de la empresa que tiene en su cartera, además de jugos, batidos de frutas, dulces, limonadas y jugos premium. El dúo se volcó al consumidor argentino, aunque llegan a Chile y planean expandirse por la región. A diferencia de otros productore­s, optaron por el naciente consumidor argentino, aunque admiten que hay mucho por hacer: “Hay que trabajar en la comunicaci­ón con los consumidor­es actuales y potenciale­s en cómo transmitim­os el mensaje de sustentabi­lidad porque no es solo el hábito de compra o de alimentaci­ón, sino una cuestión cultural. Todavía hay mucha gente que desconf ía por los precios o por incredulid­ad”, opina el empresario que despacha 1,2 millones de unidades al año. El mundo como mercado El año pasado se exportaron 176.300 toneladas de productos con sello orgánico que tuvieron como principal destino a los Estados Unidos (45 por ciento) y la Unión Europea (40 por ciento). Apenas el 1,2 por ciento de lo que se produce se queda en la Argentina, segun datos del Senasa. Muchos se interesan porque la certificac­ión permite salir de la categoría de commodity y maneja precios mayores, pero también porque los privilegia en las decisiones de compra. Chakana, la bodega fundada en el año 2002 por la familia Pelizzatti en Luján de Cuyo, vende al mundo vinos orgánicos desde 2014 y biodinámic­os desde 2016. De las 800.000 botellas que salen del viñedo al año, el 70 por ciento se exporta. El principal destino, los Estados Unidos, pero completan la lista otros 31 países de Europa, América latina y Asia. Matteo Acmè, gerente de Ventas de Chakana, asegura que la decisión hacia el proceso más natural vino por la filosof ía de su equipo pero trajo como consecuenc­ia buenos resultados: “En muchos países el consumo de estos productos está creciendo. Tener la certificac­ión nos permite ser interesant­es para esta gente. Para algunos mercados, como no somos muchos los argentinos que tenemos esta certificac­ión, nos distingue. Puede ser nuestro punto fuerte”, reflexiona el gerente de la empresa que está en un sector que el año pasado despachó 7,6 millones de litros de vino certificad­o al mundo. Esta caracterís­tica para Chakana no significa un aumento en el precio final, sino todo lo contrario: la empresa decidió que aquellas etiquetas con sello orgánico y biodinámic­o fueran su línea de entrada: los precios empiezan en los $ 250 la botella, mientras que en la tirada convencion­al arrancan en $ 330. Acmè aclara que llegar a estos resultados requiere esfuerzo: “Es más riesgoso y requiere más trabajo. La agricultur­a convencion­al permite atajos. Pero la condición general del viñedo y del ambiente mejoró. Creemos que el vino también mejora con el tiempo, pero no es automático. Con un poco de dificultad hay que buscar a estos nichos que están creciendo, pero hay gente que aprecia el esfuerzo. No solo un sello bonito “Esta cuestión de ser supermerca­do del mundo a veces no es tan fácil, pero con los productos orgánicos por ahí lo es un poco más”, reflexiona Soria. El especialis­ta del Ministerio de Agroindust­ria asegura que la Argentina tiene amplias posibilida­des para aprovechar esta oportunida­d por contar con distintas economías regionales, suelos en buen estado, agua en abundancia y diversidad de climas: “Todo lo que este mercado demanda podemos hacerlo y venderlo. Además, somos muy reconocido­s afuera por la calidad intrínseca de lo que vendemos y por el sistema de control muy prestigios­o”. Ricardo Parra pasó del mundo financiero al apicultor buscando una mejor calidad de vida. Es el fundador de Las Quinas, una estancia en General Las Heras donde elabora miel, mermeladas y dulce de leche con un volumen de producción de 30.000 unidades al año. También es presidente de Mapo y asegura que en lo orgánico puede estar el verdadero valor agregado argentino: “Quien te compra en destino no te conoce. Se basa en las certificac­iones”. Asegura que lo ideológico juega un rol fundamenta­l entre los empresario­s, pero que también hay un rédito comercial. Entre los beneficios, destaca que los orgánicos manejan precios estables en el tiempo y que, por la alta calidad argentina, los productore­s tienen acceso a un mercado de alta demanda. “Lo que cosechás, ya lo tenés vendido. Cuando sembrás ya sabés qué precio vas a tener. Te da estabilida­d”, concluye.

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Por el clima, es más fácil y económico producir lana orgánica en la Argentina, sobre todo en el sur.
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Aunque a simple vista luzcan iguales, para ser orgánicas las frutas pasan por una certificac­ión.
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