Qué se puede hacer
Identificar los eslabones donde hay ineficiencias y trabajar rama por rama en planes específicos son las herramientas que recomiendan los especialistas para mejorar la competitividad en tiempos de restricciones fiscales. Los ejemplos a seguir.
En el contexto actual de restricciones fiscales y recorte obligado del gasto público comprometido con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para los próximos tres años, los especialistas coinciden en un punto: el camino para reducir el costo argentino y mejorar la competitividad pasa por trabajar caso por caso. Marcelo Capello, presidente del Ieral de la Fundación Mediterránea, pone como ejemplo a Chile y Australia como países que trabajaron en planes de competitividad y productividad de largo plazo. “La Argentina debe detectar todos los eslabones de la competitividad en donde tenemos deficiencias y definir un plan de mejora a medida”, dice y dispara: “Esa estrategia pisaría muchos callos, en todos aquellos casos en que existen rentas atadas a la excesiva burocracia, a alguna protección o regulación en particular, todos casos que generan beneficios sectoriales, aunque no necesariamente generales”. “La Argentina, en su competitividad, es artesanal”, define Alberto Schuster, director de la Unidad de Competitividad de la consultora Abeceb. Para el experto, lo mejor que puede hacer el Gobierno es ir sector por sector y analizar variable por variable.
Desde PWC, José María Segura, economista Jefe, coincide con esa visión y pone el caso del yacimiento Vaca Muerta como un ejemplo de acuerdo entre autoridades provinciales, nacionales, gremios y empresas. Entre otras cosas, el acuerdo garantiza un precio mínimo para los productores de gas, compromete a la provincia de Neuquén a no aumentar los impuestos y a los gremios a modificar sus convenios para mejorar la competitividad. En paralelo, las empresas se comprometieron a invertir US$ 5000 millones el primer año y durante los siguientes otros US$ 15.000 millones en total. “Un plan así debería llevarse a cabo en cada uno de los sectores. Esto demanda tiempo, pero es una forma de mejorar genuinamente la competitividad y no con las devaluaciones que terminan siendo inefectivas”, observa Segura. Los costos burocráticos a los que alude Capello también son mencionados por Schuster. Como ejemplo, cita el caso del registro de la propiedad automotor, que representa un 5 por ciento del valor del auto en una transferencia. “Eso se podría eliminar, claro, pero esa recaudación va al financiamiento del Ministerio de Justicia”, detalla. Así, la reducción de impuestos demandaría un trabajo ad-hoc, no solo para identificar sectores sino, también, para hacer el análisis inverso: a quién financia ese impuesto y de qué manera se podría prescindir de él. Los analistas coinciden en que el costo laboral es el más dif ícil de desatar y que tanto en el corto como en el largo plazo solo podría llegarse a un acuerdo en la reducción de las cargas sociales. El especialista de Abeceb reconoce este punto, pero sostiene que la estrategia en lo laboral no puede apuntar a los costos, dado que muchos países industriales tampoco pueden competir a nivel salarial y se concentran en estrategias de agregado de valor. “La pregunta es: cuando se remuevan todos los obstáculos macro, se baje la tasa impositiva a valores razonables y haya convenios más razonables en el marco de nuestra idiosincrasia, ¿las empresas estarán preparadas para competir?”, lanza. El caso Toyota surge como uno de los ejemplos a seguir por las firmas que operan en el país. Su especialización en la fabricación de la pick-up Hilux hizo que gran parte de la industria local evalua-