Israel con un pie en el acelerador
La Startup Nation apuesta por los modelos de apoyo que ofrecen las aceleradoras y las incubadoras. Cómo funcionan las opciones más nuevas del país y qué se puede aprender de ellas.
Israel es cuna de emprendedores innovadores y disruptivos. Con los años, el país supo posicionarse a nivel mundial como referente en materia de creación de empresas, especialmente de base científico tecnológicas, que la llevaron a ganarse el nombre de Startup Nation. Los factores que condujeron el éxito de su modelo fueron varios, pero uno de los más destacados es el ecosistema de aceleradoras e incubadoras que apuestan por los emprendimientos en su etapa más temprana. El comienzo de estas iniciativas fue en 1991, cuando el gobierno israelí creó 24 incubadoras tecnológicas para darle empleo a la gran
cantidad de inmigrantes que llegaban de la Unión Soviética. Medio millón de judíos soviéticos arribaron al país con la particularidad de que uno de cada tres era ingeniero, científico o técnico. La creación de estas instituciones les proveyó capital inicial, un espacio de trabajo y apoyo gerencial. Hoy, Israel cuenta con aceleradoras e incubadoras cada vez más especializadas. Desde espacios pensados para potenciar a los emprendimientos de los judíos ultraortodoxos hasta hubs de innovación para desarrollar startups relacionadas a los negocios marítimos, quien inicia un negocio tiene a su alcance una amplia carta de opciones pensadas para que su proyecto despegue. Un lugar para hacer Idan Keisar era un diseñador de muebles al que esta oferta no le parecía suficiente. Pensaba que el sistema israelí de apoyo a emprendedores estaba muy enfocado en los proyectos de tecnología, pero poco se estaba haciendo por aquellos que apostaban por las manufacturas. En respuesta a esa necesidad se asoció con Wework, la cadena pionera en espacios de coworking, y creó Impact Lab. “Israel es muy conocido por el software, pero poco conocido por el hardware o los productos f ísicos. Queremos cambiar eso. Cuando yo era diseñador me encontré con muchos ‘no’: no conseguirás inversión, no conseguirás suministros, no conseguirás los contactos. Entonces pensamos un lugar donde se puedan escuchar muchos ‘sí”, explica. La aceleradora se montó en una de las seis oficinas que Wework tiene en Tel Aviv, con el fin de ofrecer tres servicios: acceso al equipamiento, acceso al conocimiento y acceso a las oportunidades.a la vez, atiende a tres tipos de audiencias. La primera, a individuos particulares, que pueden ser estudiantes, emprendedores, PYMES o cualquiera que necesite el espacio. Segundo, las corporaciones, a las que les ofrecen espacios de innovación tanto interna como externa. Y tercero, las organizaciones sin fines de lucro. “Este es el punto en el que el mercado falla. Nosotros apoyamos a quienes desarrollan soluciones que responden a necesidades pequeñas que las grandes compañías no pueden atacar”, explica Keisar sobre estas últimas. El equipo fundador llegó a la conclusión de que estos jugadores tienen diferentes capacidades y
roles que se potencian entre sí cuando se sientan en un mismo espacio: “Vimos que los individuos son muy innovadores y eficientes, pero no tienen muchos recursos. Las corporaciones tienen los recursos, pero son poco eficientes e innovadoras. Y las ONGS conocen las necesidades pero no tienen recursos y no son muy eficientes. Cuando están los tres juntos, el propio ambiente contribuye a su éxito”, suma Keisar. Con menos de un año en el mercado, Impact Lab cuenta con 10 sponsors que proveen desde impresoras 3D o softwares de diseño hasta robots y herramientas para la fabricación de prototipos. Con capacidad para 300 puestos de trabajo, hoy tienen a los primeros 50 usuarios trabajando. Por una membresía que arranca en US$ 150 por mes (las ONGS tienen precios subsidiados), pueden acceder a cortadoras láser, impresoras, un estudio para fotograf ía de producto, un workshop con herramientas, brazos robóticos, un espacio con máquinas de coser y otras facilidades como una habitación de descanso, lockers y vestuario con duchas. “Tenemos equipamiento por un valor de US$ 1 millón”, aporta el fundador. La comunidad también contribuye a la integración del conocimiento. Cuando un miembro se une, los encargados del espacio les preguntan qué quieren aprender y qué pueden enseñar. “Se fomenta el intercambio y el compartir”, asegura Keisar. Además de organizar encuentros entre los miembros, convocan a expertos de afuera para colaborar en las distintas etapas del desarrollo de los productos en temas que van desde lo soft hasta lo hard. El acceso a las oportunidades también se da gracias a una serie de inversores con los que están en contacto y miran constantemente los desarrollos que surgen de esta usina.