En emergencia permanente
El desconcierto que provoca una Argentina que una y otra vez vuelve al punto de partida seguirá siendo –lamentablemente– material de estudio para los investigadores. Al cierre de este número, el dólar acumulaba un aumento del 100 por ciento en lo que va del año –casi un 36 por ciento en el agosto fatídico que dio vuelta por completo el escenario– y el Gobierno anunciaba su plan de déficit cero, mientras negociaba con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un adelanto de los desembolsos para 2019. La velocidad de la devaluación se llevó todo por delante y obliga a empezar de nuevo, desde un nivel de mayor fragilidad. Con los hechos sobre la mesa, se pueden sacar varias conclusiones que en el calor del día a día no siempre resultan evidentes. Hoy queda a la vista que la estrategia del Gobierno de apostar a las inversiones y financiar el gradualismo (el ajuste del déficit público) con endeudamiento externo fracasó. Y la razón de ese traspié no tiene un único origen: integran esa lista la reversión de la situación internacional –que dejó de soplar a favor–, la gravísima herencia del kirchnerismo nunca bien explicitada de entrada, una subestimación de los desaf íos que enfrentaba la economía allá por diciembre de 2015 y medidas descoordinadas que se pagaron muy caro, como el accionar del Banco Central con la tasa de interés y sus ambiciosas metas de inflación que llevaron al atraso cambiario mientras se descuidaba el frente fiscal. Ya todo forma parte de la historia, pero la combinación de factores condujo finalmente a una nueva crisis. Otra más. De las graves consecuencias que habrá que enfrentar en los próximos meses –aumento de la pobreza, inflación del 40 por ciento para este año, recesión–, hay una menos inmediata que tampoco debería ignorarse: el estado de emergencia permanente. Producto del salto del tipo de cambio y la desconfianza internacional, el Gobierno se vio forzado a implantar retenciones generalizadas a las exportaciones, una medida que puede entenderse en el actual contexto de urgencia pero que no deja de ser, también, un paso atrás en materia de previsibilidad. Y así, entre sofocón y sofocón, la economía vuelve a la ruta del cortísimo plazo, sin poder salir de su laberinto. Reducir el déficit fiscal de una vez por todas es el primer paso para recomponer la confianza. Pero la tarea no termina ahí: el gran desaf ío de fondo sigue pasando por la generación de riqueza y la inserción competitiva de la Argentina en un mundo cambiante. Y eso demanda, como componente de un plan, reglas creíbles y estables. Es el estrecho camino para no retornar cíclicamente al mismo lugar, con lo que ello significa en materia de deterioro social. Hasta el próximo número,