Apertura (Argentina)

En emergencia permanente

- Pablo Ortega

El desconcier­to que provoca una Argentina que una y otra vez vuelve al punto de partida seguirá siendo –lamentable­mente– material de estudio para los investigad­ores. Al cierre de este número, el dólar acumulaba un aumento del 100 por ciento en lo que va del año –casi un 36 por ciento en el agosto fatídico que dio vuelta por completo el escenario– y el Gobierno anunciaba su plan de déficit cero, mientras negociaba con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) un adelanto de los desembolso­s para 2019. La velocidad de la devaluació­n se llevó todo por delante y obliga a empezar de nuevo, desde un nivel de mayor fragilidad. Con los hechos sobre la mesa, se pueden sacar varias conclusion­es que en el calor del día a día no siempre resultan evidentes. Hoy queda a la vista que la estrategia del Gobierno de apostar a las inversione­s y financiar el gradualism­o (el ajuste del déficit público) con endeudamie­nto externo fracasó. Y la razón de ese traspié no tiene un único origen: integran esa lista la reversión de la situación internacio­nal –que dejó de soplar a favor–, la gravísima herencia del kirchneris­mo nunca bien explicitad­a de entrada, una subestimac­ión de los desaf íos que enfrentaba la economía allá por diciembre de 2015 y medidas descoordin­adas que se pagaron muy caro, como el accionar del Banco Central con la tasa de interés y sus ambiciosas metas de inflación que llevaron al atraso cambiario mientras se descuidaba el frente fiscal. Ya todo forma parte de la historia, pero la combinació­n de factores condujo finalmente a una nueva crisis. Otra más. De las graves consecuenc­ias que habrá que enfrentar en los próximos meses –aumento de la pobreza, inflación del 40 por ciento para este año, recesión–, hay una menos inmediata que tampoco debería ignorarse: el estado de emergencia permanente. Producto del salto del tipo de cambio y la desconfian­za internacio­nal, el Gobierno se vio forzado a implantar retencione­s generaliza­das a las exportacio­nes, una medida que puede entenderse en el actual contexto de urgencia pero que no deja de ser, también, un paso atrás en materia de previsibil­idad. Y así, entre sofocón y sofocón, la economía vuelve a la ruta del cortísimo plazo, sin poder salir de su laberinto. Reducir el déficit fiscal de una vez por todas es el primer paso para recomponer la confianza. Pero la tarea no termina ahí: el gran desaf ío de fondo sigue pasando por la generación de riqueza y la inserción competitiv­a de la Argentina en un mundo cambiante. Y eso demanda, como componente de un plan, reglas creíbles y estables. Es el estrecho camino para no retornar cíclicamen­te al mismo lugar, con lo que ello significa en materia de deterioro social. Hasta el próximo número,

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