Una recesión que sí es caída
La devaluación de agosto hundió aún más la economía y dejará un arrastre que condicionará el nivel de actividad de 2019. Cuándo se tocaría el piso.
Desde el 3,5 por ciento que suponía el Presupuesto, el ritmo de actividad fue en escalera descendente a lo largo del año: primero se conoció el efecto de la peor sequía en 50 años y luego se desató en abril la volatilidad cambiaria que obligó al país a volver a firmar un acuerdo con el FMI. La crisis financiera se mantuvo en tal nivel que la estimación oficial se recortó a una caída de 1 por ciento del PBI, pero un dólar sin techo obligó al Gobierno a rever el acuerdo firmado con el Fondo ofreciendo un ajuste fiscal hasta llegar al déficit cero en 2019. En esa propuesta de suba de impuestos y recorte de gasto público es que el Gobierno tomó como supuestos una caída de actividad del 2,4 por ciento en 2018 y un crecimiento nulo en 2019. “El número de crecimiento filtrado por el Gobierno concuerda con nuestras proyecciones luego de la última corrida”, dice Rodrigo Álvarez, CEO de la consultora Analytica. “Esto es por el impacto del tipo de cambio, el nivel de encajes y la tasa de interés que genera una caída en el ingreso real y frena en seco el consumo privado”, agrega. Espera que la recesión de este año deje un “arrastre negativo” para 2019: “Si bien se verá un pequeño rebote a partir del segundo trimestre, la actividad será menor y se ubicará 1 por ciento por debajo de este año”. Para frenar la corrida contra el peso, el Banco Central aumentó cinco veces las tasas de interés este año hasta el 60 por ciento actual. Mientras los esfuerzos pueden lucir insuficientes para atraer a los inversores a los activos en pesos, el nivel de actividad no resiste este nivel de costo de financiapagar miento, y se resienten el consumo y la producción, sobre todo a nivel PYME y en el sector industrial. Además, la falta de un valor estable de tipo de cambio demora las decisiones comerciales y deteriora las perspectivas de crecimiento. La actividad económica requiere, entonces, una estabilización del tipo de cambio y en un nivel competitivo para que no se profundice la recesión. “El crecimiento de este año y el que viene dependerá de que se logren estabilizar las expectativas y se revierta la salida de capitales”, analiza Fernando Marengo, socio de Arriazu Macroanalistas. “El mercado quiere ver la plata sobre la mesa para los vencimientos de deuda y estabilizar el tipo de cambio”, agrega. Para 2018 espera una caída del 2 por ciento en el PBI suponiendo que se estabiliza el mercado de capitales y se desacelera la dolarización de portafolios. Para 2019, ve una recuperación de la actividad cercana al 2 por ciento. Así, a fines del año próximo, el producto quedará por debajo del nivel al que comenzó este año. “Si se logra financiar este año, se estabiliza el mercado de cambios y la cuenta capital, y se llega a fin de año con menos déficit fiscal y un tipo de cambio competitivo, se contará, además, con la campaña agropecuaria 2017-2018 de US$ 12.000 millones más que la anterior y un aumento de la producción de energía gracias a Vaca Muerta, que ya está ocurriendo e impacta en la balanza energética”, explica Marengo, y añade que en el intercambio comercial con Brasil se está ajustando el sector de autopartes. Agro, energía y la cuenta capital serán las claves en 2019. “Desde el pico de las Lebac, en marzo pasado, el BCRA perdió US$ 15.000 millones de reservas en el mercado de cambios. Si la cosecha es de US$ 12.000 millones extra y hay pérdidas en la cuenta capital, la combinación no ayuda”, agrega Marengo. En tanto, hay incertidumbre sobre el efecto de la recesión sobre la actividad de la construcción, un sector que volaba de la mano de la obra pública, pero que ahora se resiente por el ajuste fiscal y el efecto de los “cuadernos k” sobre los proyectos público privados que iban a compensar la retirada del Estado. Sobre llovido, mojado.