Apertura (Argentina)

Virtud y pecado

Dos grandes méritos del Gobierno son los que, hoy, lo condenan. Y, tal vez, los que todavía puedan redimirlo. Ni bien asumió, Cambiemos evitó un estallido. Ahora, transitó la crisis cambiaria con las reglas del mercado. Crédito externo. Macri sigue tenien

- Por Juan Manuel Compte

La bomba estaba activa. Tic, tac, tic, tac. Debía detonarse después del 10 de diciembre de 2015. No estalló. En buena parte, gracias al mérito del Gobierno. En abril de 2018, se escuchó el disparo de largada de la corrida cambiaria. “Tenemos la convicción de salir de esta crisis con las mismas reglas del juego con las que entramos”, declaró Marcos Peña a fines de agosto, cuando la neblina turca empezaba a disiparse y los argentinos se encontraro­n, de repente, otra vez en peregrinac­ión a Washington. Camino del penitente, que lucha por no volver a caer en la tentación del control de cambios. Si se pierde por goleada, no agarrar la pelota con la mano, arrogarse la potestad de cobrar –o no– off side, licencia para ejercer violencia sobre el adversario o ejecutar los tiros libres a favor del rival. Ante la derrota, fair play. Hacer culto de la mentada “seguridad jurídica”. Como si su veneración se expresara a través del dolor, con el punzante rigor del suplicio. Ambas cosas –desactivac­ión de la bomba y aceptar las reglas del mercado– son virtudes de Cambiemos. También, sus pecados. A diferencia de la experienci­a histórica, no fue la crisis la que hizo el ajuste. El Gobierno la evitó y encaró la ingrata tarea. Cometió errores, por supuesto. Desde la inocencia con la que soñó una lluvia de inversione­s a la confianza que depositó en un mundo que ya cambiaba. “Pasaron cosas”. “Tormentas”. Pese a que los nubarrones se veían venir y no se disiparon cuando se celebró que “lo peor ya pasó”. La deuda no fue eterna. Y se desaprovec­hó el momentum político de octubre para terminar de convencer a aquellos a quienes cuyo corazón sedujo pero, todavía, no había terminado de conquistar por el bolsillo. Convirtió una tensión cambiaria en una corrida. Y una corrida, en una crisis económica. Pagó (paga) el costo del gradualism­o. Su pecado original. No todo está perdido. “Afuera nos ven muchísimo mejor que acá”, asegura un industrial que, nacido en la Argentina, es auténtico hombre de mundo. “Sorprende cómo bancan. En otra época, con el 10 por ciento de las cosas que pasaron, ya nos hubieran pedido que desactivár­amos todo”, agrega el lobbysta de un gigante de Silicon Valley. Tiene más crédito el actual Gobierno que el país, de hecho. Y, aunque en buena parte tomado, todavía, no está agotado. “Comparado con la crisis de 2002, los fundamento­s de la economía argentina no están tan mal”, razonó Gabriel Martino –banquero de visita frecuente a Olivos–en el programa de Jorge Lanata. Llamativa participac­ión, la del CEO del HSBC, en TV abierta. En la víspera del anuncio presidenci­al, fue casi tan importante como una cadena nacional. “Hay que tener un plan, explicarlo, comunicarl­o bien y tener algún guiño de la oposición de que lo van a dejar ejecutar. Tan simple como eso”, declaró quien, esa noche, encarnó a José Mercado. “Nos estamos como ahogando en un vaso de agua”, graficó. “Sigue existiendo dinero barato y el mundo quiere ver que la Argentina busca una transforma­ción. Es la crisis en la que podemos hacer ese cambio cultural para transforma­rnos”, arengó. “La política y las finanzas del mundo están ayudando a la Argentina como nunca”, insistió. Usó una palabra mágica: “sustentabi­lidad”. “Uno de los temas del Gobierno es la convicción de insertarse al mundo y mantenerse dentro de las reglas del juego”, valoró Martino, un pájaro que no canta, precisamen­te, hasta morir. Los futboleros recuerdan el escándalo del Mundial juvenil de 1991. El violento paso por Portugal se sancionó con la no participac­ión en la siguiente edición. Después, el campeonato de 1995, en Qatar, fue el inicio fundaciona­l del ciclo virtuoso de José Pekerman al frente de los juveniles. Tal vez, no se le escape el dato a Mauricio Macri, alguien capaz de tomarse 90 minutos para ver a Boca en, dijo, los peores días que vivió tras su secuestro. La oportunida­d para que sus virtudes rediman a los pecados. Y que no sea el infierno el único destino al purgatorio que transita.

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