¿Adónde nos llevará una guerra comercial?
Tomará años arreglar el daño de las políticas disruptivas de Trump.
¿Es el presidente Trump una irregularidad? ¿Una breve aberración que no tendrá impacto duradero sobre las relaciones internacionales? ¿Una tempestad en un samovar? No cuenten con ello. En cuestión de días, el Presidente instigó una guerra comercial, insultó a los líderes de numerosos aliados, puso en shock a la OTAN, etiquetó a la Unión Europea como enemiga y realizó una notable conferencia de prensa con el presidente ruso Vladimir Putin en la cual apoyó la sugerencia de Putin de que los agentes rusos de inteligencia podían ayudar a los Estados Unidos a revisar las acusaciones de que los rusos intervinieron en la elección que llevó a Trump al poder.
Hay dos razones por las cuales esperar que el impacto de Trump sobre el orden mundial vaya a ser duradero. Una es que sus acciones están erosionando la confianza entre los aliados y los rivales. Una vez que se haya ido, la confianza es difícil de restablecer, incluso aunque el próximo presidente resulte ser un devoto internacionalista. La otra es que está empujando una roca cuesta abajo —la roca, por supuesto, es el nacionalismo. Como los políticos detrás de la campaña británica para “irse”, está aprovechando y amplificando las emociones poderosas que tienden a separar —y mantener separados— a los países. “Los sentimientos populares de aislamiento y proteccionismo en los Estados Unidos no son creados por Trump”, distingue Lawrence Lu, economista de la Universidad China de Hong Kong. “Él supo explotarlos de forma muy efectiva”.
Eso convierte a Trump en un gran problema para las grandes compañías. Los líderes corporativos estadounidenses le restaron importancia a sus críticas sobre las políticas comerciales en el pasado porque esperaban que terminara estando de acuerdo con su punto de vista. Y estaban agradecidos por su fuerte apoyo a otras dos prioridades: recortes impositivos y desregulación. Ahora se preocupan por si esperar a que pase la tormenta no es un error porque mientras tanto se podría producir un verdadero daño.
Uno puede sentir la frustración en Joshua Bolten, republicano pro libre comercio que fue jefe de Gabinete del presidente George W. Bush y es presidente hoy de Business Roundtable, una organización de CEOS de grandes compañías. Testificó el 12 de julio contra los impuestos que Trump impuso de forma unilateral sobre el acero, aluminio y otros productos. “Escuché a personas del gobierno decir: OK, pero no se preocupen, se va a resolver, va a tomar un tiempo, todos necesitan absorber un poco de dolor en el corto plazo”, le dijo Bolten al crítico de Trump Bob Corker de Tennessee, presidente del Comité de Relaciones Exterior del Senado. Bolten rechazó ese tipo de consuelo: “Cuando uno genera una disrupción de las cadenas de supply chain, cuando uno demuestra que no es un socio comercial confiable, uno pierde esas relaciones de forma permanente”.
Los mercados financieros estadounidenses desestimaron los miedos de una guerra comercial porque la cantidad de bienes cubiertos por impuestos más altos es pequeña. El índice de acciones S&P 500 está 5 por ciento arriba este año. Los economistas estiman que los gravámenes impuestos hasta ahora no golpearán más que una décima de un punto porcentual de la tasa de crecimiento. “Creo que el mercado tiene razón en pensar que el resultado más probable es que el libre comercio va a sobrevivir, pero con retoques”, opina Mohamed El-erian, columnista de Bloomberg Opinion y economista Jefe consultor de Allianz. En una nota con Bloomberg News del 16 de julio, Larry Fink, CEO de Blackrock, dijo: “Por ahora son solo palabras”.
Sin embargo, las amenazas y contra amenazas crean incertidumbres que podrían llevar a las empresas a frenar inversiones en nuevas fábricas y equipamientos, conocido como gasto de capital o capex. “La sensación global de las compañías, unido a las noticias positivas sobre las ganancias, ha sido un driver importante del último giro positivo global del capex”, escribieron el 13 de julio los economistas de Jpmorgan Chase & Co.
Y cualquier cosa puede pasar si la guerra comercial se calienta. Fink alertó que las acciones podrían caer entre 10 y 15 por ciento si el gobierno de Trump aprueba impuestos sobre US$ 200.000 millones de importaciones chinas adicionales. Aunque El-erian dice que los Estados Unidos podrían enfrentarse a China en una guerra comercial porque China, que exporta más a los Estados Unidos que viceversa, tiene más para perder. “Hay un motivo por el cual uno no se embarca en este acercamiento con liviandad”, añade. “Uno puede terminar en una confrontación masiva”.
Ese es el riesgo inmediato. En el largo plazo, las barreras comerciales hacen a la economía menos eficiente de forma permanente porque las economías protegidas producen cosas que podrían hacerse de manera más barata en otro lugar. La OCDE estima que si los países restauran sus tasas impositivas a sus niveles de 1990, borrando casi 30 años de reducciones, el estándar de vida mundial en 2060 sería 14 por ciento más bajo que el escenario base de la OCDE. “Las disputas cortas pueden terminar con consecuencias de muy largo plazo”, advierte Jamie Thompson, director de Escenarios Macro en Oxford Economics.
La idea de volver a un mundo de aranceles más altos ya no está fuera de duda. Joseph Nye, de 81 años, científico político de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, preguntó el año pasado en un comentario para el sitio web del Proyecto Sindicato si la presidencia de Trump era una “aberración temporal” en los asuntos mundiales. Él pensaba que podía serlo. “En ese momento, era posible argumentar que algunos de sus comportamientos más extravagantes eran parte de su fanfarronadas tradicionales en una rutina de negociación”, escribió en un e-mail en julio Nye, quien fue presidente del Consejo Nacional de Inteligencia del presidente Bill Clinton. “Ahora, después de su visita europea y su guerra de aranceles, tenemos que considerar la hipótesis de que su intención es destruir las instituciones del orden internacional liberal”.
Si elige hacerlo, Trump podría romper las instituciones internacionales que se construyeron desde la 2° Guerra Mundial, porque los Estados Unidos son su eje. Ahí se incluyen la OMC, las Naciones Unidas, la OTAN, el FMI y el Banco Mundial, todas co-fundadas por los Estados Unidos en su iluminado interés propio. Sería muy duro que funcionaran si el país decidiera irse o declinara cooperar. La obstrucción estadounidense ya es un problema para la OMC. El gobierno de Trump se niega a confirmar nominados para su cuerpo de apelación. Si Trump continúa bloqueando nombramientos, la corte de apelación de facto estará paralizada el año que viene.
Una indicación de que la influencia de Trump será duradera es que la opinión extranjera se volvió en contra de los Estados Unidos como país, no solo contra el presidente. La aprobación del liderazgo global de los Estados Unidos cayó de 48 por ciento en 2016 a 30 por ciento en 2017, detrás de China y apenas un poco adelante de Rusia, según la Encuesta Mundial de Gallup. La gente no siempre hace la distinción entre el país y la persona liderándolo —bastante justo considerando que los Estados Unidos son una democracia. “Necesitamos preguntar por qué los Estados Unidos lo eligieron en primer lugar y por qué su popularidad es tan alta”, dice Cheng Li, director de Investigación de la Institución Brookings del John L. Thornton China Center.
Trump tiene defensores. Él “presionó a los estadounidenses a reconocer” que “la estrategia de Clinton-bush-obama de compromiso fracasó en obtener de China una política internacional más cooperativa o una política económica menos mercantilista”, dice David Denoon, economista de la Universidad de New York que dice que entiende las intenciones de Trump, aunque no sus tácticas. Clyde Prestowitz, fundador del Instituto de Estrategia Económica, añade: “Ahora se están haciendo preguntas que se deberían haber hecho hace mucho tiempo, no siempre de la forma más delicada”. En un comentario del Proyecto Sindicato publicado el 17 de julio, Robert Shiller, economista de la Universidad de Yale, dice que la guerra comercial es “una tragedia internacional” pero que puede surgir algo bueno de ella “si nos recuerda de riesgos que impone el libre comercio sobre la gente y mejoramos nuestros mecanismos para ayudarlos”.
Hay una buena chance de que el próximo presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, continúe siendo duro contra China pero en conjunto con aliados y a través de cuerpos existentes como la OMC. Hay apoyo bilateral en el Congreso para romper con las prácticas chinas anticompetitivas y eso es anterior a Trump, argumenta Pauline Loong, managing director de la empresa de investigación Asia-analytica en Hong Kong. “Las objeciones no son por enfrentar a China. Son por las tácticas —si funciona imponer aranceles agresivos”, escribió en una nota a clientes. “Lo que sigue después no una guerra comercial o ni siquiera una guerra fría, sino el amanecer de una era de hielo”.
Trump, quien twitteó en marzo que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar” logró sacudir el status quo. No importa quien lo suceda, “las cosas no van a ser exactamente igual a antes de que llegara al poder”, escribe en un e-mail Mari Pangestu, exministra de Comercio de Indonesia. Zhiwu Chen, director del Instituto Global de Asia de la Universidad de Hong Kong, predice el surgimiento de “diferentes bloques comerciales basados en geografía y valores”. El economista Jim O’neill, presidente de la Chatham House que acuñó el término BRIC, dice que el resto del mundo “no necesariamente sufrirá” de una retirada de los Estados Unidos “porque el comercio global está moviéndose hacia el este y hacia el sur”. El Acuerdo Transpacífico continuará sin los EE.UU.; la UE emitió una comunicación pro-comercio con China el 16 de julio y firmó un acuerdo de libre comercio con Japón.
Que Trump tenga éxito en imprimir su agenda nacionalista en el mundo depende en parte de cuántos años logre quedarse en la Casa Blanca. “Si son cuatro, creo que varios de sus movimientos serán mayormente olvidados. Si son ocho, no”, escribió Nye. Deborah Elms, directora Ejecutiva de Asian Trade Centre, una firma consultora de Singapur, coincide: “Si Trump se queda en el gobierno durante seis años más, será mucho más difícil para otros países manejar el caos en el interín”.
Lo que es educativo es cómo EE.UU. se extrajo del espiral de rogarle al vecino que comenzó con la Ley de Arancel Smoot-hawley en 1930 y ayudó a profundizar la Gran Depresión. El presidente Roosevelt hizo lobby y consiguió la Ley de Acuerdo Comercial Recíproco en 1934, por la cual el Congreso le cedía autoridad en comercio internacional al presidente, dándole poder para negociar reducciones arancelarias.
Para Douglas Irwin, economista de la Universidad Dartmouth e historiador de libre comercio, una lección de los ’30 es que “no es tan fácil volver como uno cree” de una guerra comercial. Los decretos de Trump serán más fáciles de deshacer para un presidente futuro, explica, pero salir de tratados como el Nafta será más difícil de revertir. Lo más difícil de todo podrían ser las contra medidas de países como China. El progreso para que China abra su mercado a los bienes y servicios estadounidenses ha sido dolorosamente lento. Si China pone de nuevo castigos en represalia a los aranceles de los Estados Unidos, podrían mantenerse durante mucho tiempo, dice Irwin.
Un motivo por el cual Trump puede obtener muchas millas políticas es que el entendimiento del público del libre comercio es borroso y el apoyo, suave. En EE.UU., la UE, Canadá y México, la mitad o más del público apoya los acuerdos de libre comercio —pero hay porcentajes más altos que dicen que su país debería proteger más su economía contra rivales extranjeros, según una encuesta Oxford Economics, Bertelsmann Stiftung y Yougov. Para muchos, “proteccionismo” no es mala palabra.
“La nueva narrativa es: ‘Los problemas de nuestro país están causados por los comportamientos de afuera’”, explica Stephen King, economista senior asesor de HSBC Bank. Es más fácil culpar a los extranjeros que mejorar la tecnología, educación y movilidad social, porque eso toma generaciones. “La dificultad que uno tiene como político es decirles a las personas: ‘Sean pacientes. Sus hijos estarán bien. Pero ustedes no’. Si a la economía estadounidense le va bien a pesar de que Trump se aleje de compromisos históricos, la idea de un EE.UU. aislado toma raíz más allá del partidario tradicional de Trump”. Esa sería una victoria para Trump, aunque quizá no para el país que lidera.