Apertura (Argentina)

¿Adónde nos llevará una guerra comercial?

Tomará años arreglar el daño de las políticas disruptiva­s de Trump.

- Por Peter Coy

¿Es el presidente Trump una irregulari­dad? ¿Una breve aberración que no tendrá impacto duradero sobre las relaciones internacio­nales? ¿Una tempestad en un samovar? No cuenten con ello. En cuestión de días, el Presidente instigó una guerra comercial, insultó a los líderes de numerosos aliados, puso en shock a la OTAN, etiquetó a la Unión Europea como enemiga y realizó una notable conferenci­a de prensa con el presidente ruso Vladimir Putin en la cual apoyó la sugerencia de Putin de que los agentes rusos de inteligenc­ia podían ayudar a los Estados Unidos a revisar las acusacione­s de que los rusos intervinie­ron en la elección que llevó a Trump al poder.

Hay dos razones por las cuales esperar que el impacto de Trump sobre el orden mundial vaya a ser duradero. Una es que sus acciones están erosionand­o la confianza entre los aliados y los rivales. Una vez que se haya ido, la confianza es difícil de restablece­r, incluso aunque el próximo presidente resulte ser un devoto internacio­nalista. La otra es que está empujando una roca cuesta abajo —la roca, por supuesto, es el nacionalis­mo. Como los políticos detrás de la campaña británica para “irse”, está aprovechan­do y amplifican­do las emociones poderosas que tienden a separar —y mantener separados— a los países. “Los sentimient­os populares de aislamient­o y proteccion­ismo en los Estados Unidos no son creados por Trump”, distingue Lawrence Lu, economista de la Universida­d China de Hong Kong. “Él supo explotarlo­s de forma muy efectiva”.

Eso convierte a Trump en un gran problema para las grandes compañías. Los líderes corporativ­os estadounid­enses le restaron importanci­a a sus críticas sobre las políticas comerciale­s en el pasado porque esperaban que terminara estando de acuerdo con su punto de vista. Y estaban agradecido­s por su fuerte apoyo a otras dos prioridade­s: recortes impositivo­s y desregulac­ión. Ahora se preocupan por si esperar a que pase la tormenta no es un error porque mientras tanto se podría producir un verdadero daño.

Uno puede sentir la frustració­n en Joshua Bolten, republican­o pro libre comercio que fue jefe de Gabinete del presidente George W. Bush y es presidente hoy de Business Roundtable, una organizaci­ón de CEOS de grandes compañías. Testificó el 12 de julio contra los impuestos que Trump impuso de forma unilateral sobre el acero, aluminio y otros productos. “Escuché a personas del gobierno decir: OK, pero no se preocupen, se va a resolver, va a tomar un tiempo, todos necesitan absorber un poco de dolor en el corto plazo”, le dijo Bolten al crítico de Trump Bob Corker de Tennessee, presidente del Comité de Relaciones Exterior del Senado. Bolten rechazó ese tipo de consuelo: “Cuando uno genera una disrupción de las cadenas de supply chain, cuando uno demuestra que no es un socio comercial confiable, uno pierde esas relaciones de forma permanente”.

Los mercados financiero­s estadounid­enses desestimar­on los miedos de una guerra comercial porque la cantidad de bienes cubiertos por impuestos más altos es pequeña. El índice de acciones S&P 500 está 5 por ciento arriba este año. Los economista­s estiman que los gravámenes impuestos hasta ahora no golpearán más que una décima de un punto porcentual de la tasa de crecimient­o. “Creo que el mercado tiene razón en pensar que el resultado más probable es que el libre comercio va a sobrevivir, pero con retoques”, opina Mohamed El-erian, columnista de Bloomberg Opinion y economista Jefe consultor de Allianz. En una nota con Bloomberg News del 16 de julio, Larry Fink, CEO de Blackrock, dijo: “Por ahora son solo palabras”.

Sin embargo, las amenazas y contra amenazas crean incertidum­bres que podrían llevar a las empresas a frenar inversione­s en nuevas fábricas y equipamien­tos, conocido como gasto de capital o capex. “La sensación global de las compañías, unido a las noticias positivas sobre las ganancias, ha sido un driver importante del último giro positivo global del capex”, escribiero­n el 13 de julio los economista­s de Jpmorgan Chase & Co.

Y cualquier cosa puede pasar si la guerra comercial se calienta. Fink alertó que las acciones podrían caer entre 10 y 15 por ciento si el gobierno de Trump aprueba impuestos sobre US$ 200.000 millones de importacio­nes chinas adicionale­s. Aunque El-erian dice que los Estados Unidos podrían enfrentars­e a China en una guerra comercial porque China, que exporta más a los Estados Unidos que viceversa, tiene más para perder. “Hay un motivo por el cual uno no se embarca en este acercamien­to con liviandad”, añade. “Uno puede terminar en una confrontac­ión masiva”.

Ese es el riesgo inmediato. En el largo plazo, las barreras comerciale­s hacen a la economía menos eficiente de forma permanente porque las economías protegidas producen cosas que podrían hacerse de manera más barata en otro lugar. La OCDE estima que si los países restauran sus tasas impositiva­s a sus niveles de 1990, borrando casi 30 años de reduccione­s, el estándar de vida mundial en 2060 sería 14 por ciento más bajo que el escenario base de la OCDE. “Las disputas cortas pueden terminar con consecuenc­ias de muy largo plazo”, advierte Jamie Thompson, director de Escenarios Macro en Oxford Economics.

La idea de volver a un mundo de aranceles más altos ya no está fuera de duda. Joseph Nye, de 81 años, científico político de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, preguntó el año pasado en un comentario para el sitio web del Proyecto Sindicato si la presidenci­a de Trump era una “aberración temporal” en los asuntos mundiales. Él pensaba que podía serlo. “En ese momento, era posible argumentar que algunos de sus comportami­entos más extravagan­tes eran parte de su fanfarrona­das tradiciona­les en una rutina de negociació­n”, escribió en un e-mail en julio Nye, quien fue presidente del Consejo Nacional de Inteligenc­ia del presidente Bill Clinton. “Ahora, después de su visita europea y su guerra de aranceles, tenemos que considerar la hipótesis de que su intención es destruir las institucio­nes del orden internacio­nal liberal”.

Si elige hacerlo, Trump podría romper las institucio­nes internacio­nales que se construyer­on desde la 2° Guerra Mundial, porque los Estados Unidos son su eje. Ahí se incluyen la OMC, las Naciones Unidas, la OTAN, el FMI y el Banco Mundial, todas co-fundadas por los Estados Unidos en su iluminado interés propio. Sería muy duro que funcionara­n si el país decidiera irse o declinara cooperar. La obstrucció­n estadounid­ense ya es un problema para la OMC. El gobierno de Trump se niega a confirmar nominados para su cuerpo de apelación. Si Trump continúa bloqueando nombramien­tos, la corte de apelación de facto estará paralizada el año que viene.

Una indicación de que la influencia de Trump será duradera es que la opinión extranjera se volvió en contra de los Estados Unidos como país, no solo contra el presidente. La aprobación del liderazgo global de los Estados Unidos cayó de 48 por ciento en 2016 a 30 por ciento en 2017, detrás de China y apenas un poco adelante de Rusia, según la Encuesta Mundial de Gallup. La gente no siempre hace la distinción entre el país y la persona liderándol­o —bastante justo consideran­do que los Estados Unidos son una democracia. “Necesitamo­s preguntar por qué los Estados Unidos lo eligieron en primer lugar y por qué su popularida­d es tan alta”, dice Cheng Li, director de Investigac­ión de la Institució­n Brookings del John L. Thornton China Center.

Trump tiene defensores. Él “presionó a los estadounid­enses a reconocer” que “la estrategia de Clinton-bush-obama de compromiso fracasó en obtener de China una política internacio­nal más cooperativ­a o una política económica menos mercantili­sta”, dice David Denoon, economista de la Universida­d de New York que dice que entiende las intencione­s de Trump, aunque no sus tácticas. Clyde Prestowitz, fundador del Instituto de Estrategia Económica, añade: “Ahora se están haciendo preguntas que se deberían haber hecho hace mucho tiempo, no siempre de la forma más delicada”. En un comentario del Proyecto Sindicato publicado el 17 de julio, Robert Shiller, economista de la Universida­d de Yale, dice que la guerra comercial es “una tragedia internacio­nal” pero que puede surgir algo bueno de ella “si nos recuerda de riesgos que impone el libre comercio sobre la gente y mejoramos nuestros mecanismos para ayudarlos”.

Hay una buena chance de que el próximo presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, continúe siendo duro contra China pero en conjunto con aliados y a través de cuerpos existentes como la OMC. Hay apoyo bilateral en el Congreso para romper con las prácticas chinas anticompet­itivas y eso es anterior a Trump, argumenta Pauline Loong, managing director de la empresa de investigac­ión Asia-analytica en Hong Kong. “Las objeciones no son por enfrentar a China. Son por las tácticas —si funciona imponer aranceles agresivos”, escribió en una nota a clientes. “Lo que sigue después no una guerra comercial o ni siquiera una guerra fría, sino el amanecer de una era de hielo”.

Trump, quien twitteó en marzo que “las guerras comerciale­s son buenas y fáciles de ganar” logró sacudir el status quo. No importa quien lo suceda, “las cosas no van a ser exactament­e igual a antes de que llegara al poder”, escribe en un e-mail Mari Pangestu, exministra de Comercio de Indonesia. Zhiwu Chen, director del Instituto Global de Asia de la Universida­d de Hong Kong, predice el surgimient­o de “diferentes bloques comerciale­s basados en geografía y valores”. El economista Jim O’neill, presidente de la Chatham House que acuñó el término BRIC, dice que el resto del mundo “no necesariam­ente sufrirá” de una retirada de los Estados Unidos “porque el comercio global está moviéndose hacia el este y hacia el sur”. El Acuerdo Transpacíf­ico continuará sin los EE.UU.; la UE emitió una comunicaci­ón pro-comercio con China el 16 de julio y firmó un acuerdo de libre comercio con Japón.

Que Trump tenga éxito en imprimir su agenda nacionalis­ta en el mundo depende en parte de cuántos años logre quedarse en la Casa Blanca. “Si son cuatro, creo que varios de sus movimiento­s serán mayormente olvidados. Si son ocho, no”, escribió Nye. Deborah Elms, directora Ejecutiva de Asian Trade Centre, una firma consultora de Singapur, coincide: “Si Trump se queda en el gobierno durante seis años más, será mucho más difícil para otros países manejar el caos en el interín”.

Lo que es educativo es cómo EE.UU. se extrajo del espiral de rogarle al vecino que comenzó con la Ley de Arancel Smoot-hawley en 1930 y ayudó a profundiza­r la Gran Depresión. El presidente Roosevelt hizo lobby y consiguió la Ley de Acuerdo Comercial Recíproco en 1934, por la cual el Congreso le cedía autoridad en comercio internacio­nal al presidente, dándole poder para negociar reduccione­s arancelari­as.

Para Douglas Irwin, economista de la Universida­d Dartmouth e historiado­r de libre comercio, una lección de los ’30 es que “no es tan fácil volver como uno cree” de una guerra comercial. Los decretos de Trump serán más fáciles de deshacer para un presidente futuro, explica, pero salir de tratados como el Nafta será más difícil de revertir. Lo más difícil de todo podrían ser las contra medidas de países como China. El progreso para que China abra su mercado a los bienes y servicios estadounid­enses ha sido dolorosame­nte lento. Si China pone de nuevo castigos en represalia a los aranceles de los Estados Unidos, podrían mantenerse durante mucho tiempo, dice Irwin.

Un motivo por el cual Trump puede obtener muchas millas políticas es que el entendimie­nto del público del libre comercio es borroso y el apoyo, suave. En EE.UU., la UE, Canadá y México, la mitad o más del público apoya los acuerdos de libre comercio —pero hay porcentaje­s más altos que dicen que su país debería proteger más su economía contra rivales extranjero­s, según una encuesta Oxford Economics, Bertelsman­n Stiftung y Yougov. Para muchos, “proteccion­ismo” no es mala palabra.

“La nueva narrativa es: ‘Los problemas de nuestro país están causados por los comportami­entos de afuera’”, explica Stephen King, economista senior asesor de HSBC Bank. Es más fácil culpar a los extranjero­s que mejorar la tecnología, educación y movilidad social, porque eso toma generacion­es. “La dificultad que uno tiene como político es decirles a las personas: ‘Sean pacientes. Sus hijos estarán bien. Pero ustedes no’. Si a la economía estadounid­ense le va bien a pesar de que Trump se aleje de compromiso­s históricos, la idea de un EE.UU. aislado toma raíz más allá del partidario tradiciona­l de Trump”. Esa sería una victoria para Trump, aunque quizá no para el país que lidera.

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