El derrumbe de la producción de petróleo refleja el declive del país
La decadencia de Pdvsa intensifica la búsqueda de una solución para los problemas nacionales.
En la recepción del edificio donde trabaja Iván Freites, una pared está cubierta por la fotograf ía de una torre petrolera. Sobre el estampado de la bandera venezolana se lee una cita del expresidente Hugo Chávez: “Queremos que el petróleo venezolano lleve paz y amor”. A Freites, dirigente sindical de Pdvsa, la compañía petrolera estatal, también le gustaría eso. Pero después de ver que el gobierno de Chávez y el posterior régimen de Nicolás Maduro hundieron a la empresa, la privaron de inversiones y desplazaron a gerentes experimentados para reemplazarlos por militares ya no cree que ese resultado sea posible, al menos no por ahora. “Trabajé 35 años en Pdvsa y nunca vi algo así –confiesa. Lo que necesitamos ante todo es recuperar la democracia”. El estado lamentable de Pdvsa, que domina las mayores reservas petroleras del mundo según la Dirección de Información de Energía de Estados Unidos, ayuda a explicar la profundidad del colapso de Venezuela y por qué se encuentra en el ojo de una tormenta política. La corrupción y la mala administración hicieron que la producción petrolera venezolana, que aporta el 90 por ciento de sus ingresos legales por exportaciones, cayera al nivel más bajo en tres cuartos de siglo. La economía se redujo a la mitad en cinco años, una contracción peor que las de la Gran Depresión o la Guerra Civil española. Mientras tanto, la hiperinflación es similar a la de Alemania en 1923. Esta recesión brutal ha provocado un éxodo comparable a la huida de refugiados sirios. Unos 2 millones de venezolanos (sobre una población de 30 millones) emigraron desde 2015. Como la ONU calcula que hay 5000 partidas diarias, hacia fines de 2019 se habrán ido otros 2 millones. Esto ha convertido al país en una fuente notable de inestabilidad regional. Vecinos latinoamericanos, especialmente Colombia, se esfuerzan por hacerle frente. Ante la implosión de la industria petrolera y la exacerbación del sufrimiento de los venezolanos, la comunidad internacional cree que algo debe hacerse. La pregunta es qué. Desde el comienzo de su presidencia, Donald Trump convirtió a Venezuela en una prioridad de su política exterior, junto con Corea del Norte e Irán. “Literalmente desde el primer día el presidente Trump empezó a preguntar por Venezuela”, aseguró Fernando Cutz, exasesor de la Casa Blanca, en un reciente seminario en el Wilson Center de Washington. “Fue una prioridad desde el comienzo mismo”. Desde entonces, y junto con Europa y Canadá, Estados Unidos aplicó sanciones a funcionarios venezolanos acusados de corrupción y violaciones de los derechos humanos. Meses atrás Trump insinuó la posibilidad de una invasión.
“Todas las opciones están sobre la mesa –dijo. Las fuertes y las menos fuertes. Todas las opciones, y ustedes saben lo que quiero decir con fuertes”. Los gobernantes y diplomáticos de la región son por lo general los últimos en respaldar ese tipo de beligerancia. Pero Luis Almagro, titular de la Organización de Estados Americanos, cree que no debe descartarse ninguna opción. “Toda la premisa en ideas como la ‘responsabilidad de proteger’ es que debemos actuar antes de que contemos los muertos”, expresó. Amnistía Internacional calificó de “sin precedentes” la crisis humanitaria en Veneya zuela, y cinco países latinoamericanos, junto con Francia y Canadá, pidieron que la Corte Penal Internacional investigue a Maduro por crímenes contra la humanidad. A todo esto, Maduro repite el mantra de que Estados Unidos somete a Venezuela a una “guerra económica” para quedarse con el petróleo del país. Pocos lo creen. Y en vista de la contracción de Pdvsa, en verdad no queda hoy mucho por conquistar en la industria petrolera. “Dejen en paz a Maduro por un año y verán hasta dónde llega el nivel de producción. Estados Unidos en verdad no tiene que hacer mucho”, opina Raúl Gallegos, analista de Venezuela en Control Risks. desde su descubrimiento en el Lago Maracaibo en la década de 1920, el petróleo –o “el excremento del diablo” según lo denominó un ministro de energía– ha dominado la economía del país. Venezuela fue miembro fundador de la OPEP y cuando el presidente Carlos Andrés Pérez nacionalizó el sector y fundó Pdvsa, en 1976, producía 3 millones de barriles diarios. Hoy las cifras hablan por sí solas. La producción se redujo a la mitad en seis años y cayó un tercio solo el año pasado. La cantidad de plataformas, un indicador de la producción futura, está en mínimos históricos, lo que apunta a ulteriores declives.
En septiembre, Venezuela produjo apenas 1,2 millones de b/d, la menor producción desde los años ’40. Aunque muchos analistas consideran que el millón de barriles diarios es el piso en vista de los emprendimientos conjuntos con productores internacionales, otros creen que a fines de 2019 podría caer hasta los 700.000 b/d. “Es uno de los peores derrumbes de la historia”, afirma Francisco Monaldi, investigador de política energética en el Baker Institute. La desaparición de Pdvsa ha repercutido en el país. La mayor refinería, Amuay, funciona al 20 por ciento de su capacidad, apunta Freites. Las refinerías más pequeñas de Cardón, El Palito y Puerto La Cruz apenas trabajan, en tanto Pdvsa se esfuerza por llevarles productos químicos y crudo. Como se refina menos petróleo, los apagones son habituales. “Hay ciudades y aldeas en las que no tienen electricidad por cinque co o seis días”, dice Freites. El combustible también escasea. “Acabo de llenar el tanque del auto y tuve que hacer fila una hora. Eso es bastante normal”, acota. Pdvsa está al borde del colapso financiero. Suspendió el pago de todos sus títulos salvo una emisión de 2020 porque, si no cumpliera con ella, se arriesgaría a perder Citgo, su activo de refinado en los Estados Unidos, que ofreció como garantía. La escala del robo y la mala administración que están detrás del desplome de Pdvsa ha sido prodigiosa. En 2015, Jorge Giordani, exministro de Planificación, calculó del US$ 1 billón que recibió Venezuela con el auge de las materias primas, dos tercios se gastaron en programas sociales. El resto, unos US$ 300.000 millones, fueron robados o mal asignados. En un caso reciente, un juez de Andorra acusó a 29 personas, incluidos dos ex viceministros de Energía venezolanos, de montar un plan para lavar US$ 2300 millones que supuestamente habían robado en sobornos pagados por empresas a cambio de contratos con Pdvsa. Investigadores estadounidenses revelaron en agosto pasado otro sistema de lavado de US$ 1200 millones en fondos de la compañía. Documentos judiciales a los que tuvo acceso el FT indican que el plan implicaba a firmas de España y Malta, a lavadores de dinero de Portugal y Uruguay, a un financista alemán, a bancos no identificados de Estados Unidos y Gran Bretaña, falrobo sos fondos comunes, bienes raíces de Miami, al Gazprombank estatal de Rusia y a una compañía fachada de Hong Kong. Algunos elementos de la estafa, que fueron grabados por un delator, pueden tomarse como una película de Quentin Tarantino. En una ocasión, un empresario venezolano abrió unas negociaciones en Caracas poniendo un arma sobre la mesa y señalando a un pastor alemán a sus pies con una enorme “correa de choque” electrónica en el pescuezo. El empresario manejaba el dispositivo a distancia. Los efectos sobre la economía en general de tamaño fueron desastrosos. Al desplomarse las exportaciones petroleras, las importaciones se hundieron un 80 por ciento en seis años, desde US$ 66.000 millones en 2012 a US$ 11.100 millones de hoy, niveles que no se veían desde los años ’40. La escasez de productos básicos provocó rabia, manifestaciones espontáneas y un mayor flujo de refugiados. En vista de todo eso, la situación no puede continuar. Las reformas económicas anunciadas en agosto por Maduro no domaron la hiperinflación, que sigue en torno del 500.000 por ciento anual. Los pronósticos del Fondo Monetario Internacional (FMI) indican que este año el Producto Bruto Interno (PBI) se contraerá un 18 por ciento, 5 por ciento el próximo y seguirá disminuyendo de manera constante a partir de entonces. Aliados como China, que en el último decenio prestó U$S 60.000 millones a Venezuela a cambio de petróleo, parecen reacios a conceder más. Cuando en septiembre Maduro viajó a Beijing, su Ministro de Finanzas alegó que China había accedido a prestar otros US$ 5000 millones. Pero Beijing nunca mencionó el préstamo. De todos modos, Maduro, quien en agosto sobrevivió a un intento de asesinato, no afronta una crisis política inmediata en su país. Con la ayuda de asesores cubanos, parece controlar a los militares y se encamina a imponerse en diciembre en lo que sin dudas serán elecciones municipales amañadas. Al mes siguiente comenzará formalmente otro mandato presidencial, consecuencia de la falsa victoria electoral de mayo. Cada vez se habla más en Europa y en América acerca de que cualquier posible solución de la crisis de Venezuela debe buscarse en La Habana, que por mucho tiempo ha sido la principal consejera de Caracas. Pero hasta ahora los intentos diplomáticos de alejar a Cuba de Venezuela han fracasado. España también propuso reabrir el diálogo entre el gobierno y la oposición, aunque las posibilidades de éxito de las conversaciones son escasas. Todo lo cual pone sobre la mesa opciones más drásticas. Un plan estadounidense consiste en poner fin a la compra de petróleo venezolano. La prohibición empujaría a la suba los precios en los Estados Unidos, algo que Trump quería evitar antes de las elecciones de mitad de mandato de
noviembre pasado, aunque Cutz señala que los cálculos de la Casa Blanca son que sumaría entre 5 y 7 centavos por galón. Pero el impacto en Venezuela sería devastador. Esto es así porque después de haber enviado petróleo a China y Rusia para pagar deudas, abastecido a Cuba y alimentado su mercado interno, el país sólo recibe dinero por unos 450.000 b/d de sus exportaciones, que equivalen a un tercio de la producción. Alrededor del 80 por ciento de esas ventas van a los Estados Unidos.
El colapso de Pdvsa tornó irrelevantes las acciones. “El tipo que más hace por castigarse es el propio Maduro. En esencia ha destruido el sector petrolero”, asegura Gallegos. Lo que lleva a la idea más extrema de una invasión. Así lo expresa Francisco Rodríguez, economista venezolano en la firma Torino Capital de Nueva York: “La idea de una intervención militar ha ganado apoyo… pasó de su etapa previa como posición extrema”. Pero China y Rusia se opondrían a cualquier intento del Consejo de Seguridad Nacional de autorizar la intervención. La idea tampoco convence mucho en la región, que se ha opuesto a ella. Por lo demás, Venezuela no es Panamá, que fue invadida por Estados Unidos en 1989 con ayuda de las tropas apostadas en una base del ejército local. Venezuela tiene el doble de tamaño de Irak y cuenta con 100.000 civiles organizados en milicias pro-gubernamentales fuertemente armadas. El Pentágono rechaza la idea. “La intervención afronta obstáculos legales en la ONU y en otros lugares, pero lo más importante es que se vuelve irreal en vista de la magnitud y la escala que se necesitarían”, resume Shannon O’neil, investigadora del Consejo de Relaciones Exteriores. Persiste la pregunta clave: ¿qué puede hacerse ahora para evitar que la situación se agrave más tarde? La diplomacia no está del todo muerta. En octubre pasado, Bob Corker, titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, se reunió con Maduro en Caracas. “Una opción es seguir haciendo lo que venimos haciendo –indicó a su regreso. Y tal vez haya una o dos alternativas”. No precisó a qué se refería. Pero la vía diplomática requiere paciencia. En el ínterin, la desesperanza empuja a más venezolanos a huir y muchos se permiten la fantasía de una invasión dirigida por Trump. “El mundo tiene tiempo en abundancia para esperar una solución pacífica y democrática –protesta Ramón Muchacho, líder de la oposición en el exilio. Los que no tienen tiempo son los venezolanos… especialmente lo que se están muriendo”.