Apertura (Argentina)

La dimensión desconocid­a

Expertos en reinventar la rueda, los argentinos buscan la fórmula mágica: ajuste sin tocar mucho gasto, ni bajar impuestos (más bien, al contrario).

- Por Juan Manuel Compte

El “Método Dujovne” parece encarrilad­o. La pregunta es la de siempre: “¿Y después?”.

Un alcohólico está en un bar. Obviamente, bebiendo. Un hombre mayor, misterioso, se le acerca y le deja una tarjeta para que lo contacte. Al día siguiente, va a su consultori­o y le ofrece un método, infalible, para dejar de beber. Con apenas ingerir una píldora, ya nada será igual. Tan tentador como un buen escocés. Acepta. A la mañana siguiente, llenó un vaso con agua en la canilla del baño, se miró al espejo y adentro. Esa misma tarde, empezó a disfrutar de los beneficios. Bebió y su cuerpo no sintió los efectos del alcohol. Espectacul­ar. La panacea de todo alcohólico: tomar, tomar y tomar, una copa detrás de otra, y mantenerse lúcido y espléndido del primer hasta el último trago. Auténtico placer. Aunque sólo en los primeros días. Al cabo de una semana, ese paraíso comenzó a convertirs­e en un infierno. La sobriedad, para él, es mucho más dura y dif ícil que la peor resaca. Lo de no sentir efectos del alcohol era literal. Ninguno. Nada de la alegría y el desenfado que le generaba un buen trago. Mucho menos, el borrón transitori­o de su mente, el olvido de todos los padecimien­tos –trabajo insoportab­le, finanzas desastrosa­s, fracaso familiar– que lo habían empujado a la adicción. Intentó abandonar la bebida. No pudo. Insoportab­les, tortuosos dolores en su estómago lo doblaban al medio. Como si lo estuvieran carcomiend­o desde el interior de su cuerpo. El asunto es que era en serio. La píldora milagrosa contenía un parásito que absorbía el alcohol que ingresaba al cuerpo de su huésped. Era su alimento. Pequeña, diminuta… al inicio. La lombriz crecía con cada gota de destilado que ingresaba al organismo. Era lo que la mantenía quieta, adormecida. Satisfecha. Si no comía, enfurecía. Y se lo hacía saber. Es, a grandes rasgos, la trama de “The Hellgrammi­t Method”, séptimo episodio de la tercera temporada de la “Dimensión Desconocid­a”. Emitido a fines de 1988, su moraleja es que no existen curas mágicas, pastillas prodigiosa­s que curen una adicción, una patología, cuyo tratamient­o requiere, por encima de todo, disciplina. Expertos en reinventar la rueda, los argentinos buscan, siempre, la fórmula mágica: ajuste, pero sin tocar mucho el gasto; devaluació­n sin inflación; aumentos salariales sin mejoras de productivi­dad; competitiv­idad exportador­a con impuestos y retencione­s. El “Método Dujovne” parece encarrilad­o. Llegó a la fuerza, después de dos años y medio de gradualism­o. La más reciente auditoría del Fondo Monetario auspició el cumplimien­to del mentado “déficit cero” el año próximo –piedra angular de los actuales esfuerzos de la administra­ción Macri–, con elogios a la contracció­n monetaria del Banco Central. La pregunta, por supuesto, es: “¿Y después?”. ¿Avanzará, finalmente, la Argentina en un programa de reformas, que le permita encaminars­e por el sendero de la sustentabi­lidad? Hasta ahora, no se percibe más que la recalibrac­ión de variables (tipo de cambio, tasa de interés, nivel de emisión), con recesión e inflación desbordada como consecuenc­ia inmediata. El G20 dio alivio. Un paréntesis, en el que el mundo se mostró comprensiv­o –y entusiasta­con el camino que el país –o, al menos, el Gobierno- intenta emprender. El peor error sería creer, otra vez, que, con voluntad y apoyo internacio­nal, alcanza. Otra píldora. En este caso, como la de “Matrix”. La realidad sigue ahí, amenazante. Tanto, como el peligro de aferrarse a otra solución mágica. Pero se sabe: todo es posible, en el reinado de la dimensión desconocid­a.

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