La dimensión desconocida
Expertos en reinventar la rueda, los argentinos buscan la fórmula mágica: ajuste sin tocar mucho gasto, ni bajar impuestos (más bien, al contrario).
El “Método Dujovne” parece encarrilado. La pregunta es la de siempre: “¿Y después?”.
Un alcohólico está en un bar. Obviamente, bebiendo. Un hombre mayor, misterioso, se le acerca y le deja una tarjeta para que lo contacte. Al día siguiente, va a su consultorio y le ofrece un método, infalible, para dejar de beber. Con apenas ingerir una píldora, ya nada será igual. Tan tentador como un buen escocés. Acepta. A la mañana siguiente, llenó un vaso con agua en la canilla del baño, se miró al espejo y adentro. Esa misma tarde, empezó a disfrutar de los beneficios. Bebió y su cuerpo no sintió los efectos del alcohol. Espectacular. La panacea de todo alcohólico: tomar, tomar y tomar, una copa detrás de otra, y mantenerse lúcido y espléndido del primer hasta el último trago. Auténtico placer. Aunque sólo en los primeros días. Al cabo de una semana, ese paraíso comenzó a convertirse en un infierno. La sobriedad, para él, es mucho más dura y dif ícil que la peor resaca. Lo de no sentir efectos del alcohol era literal. Ninguno. Nada de la alegría y el desenfado que le generaba un buen trago. Mucho menos, el borrón transitorio de su mente, el olvido de todos los padecimientos –trabajo insoportable, finanzas desastrosas, fracaso familiar– que lo habían empujado a la adicción. Intentó abandonar la bebida. No pudo. Insoportables, tortuosos dolores en su estómago lo doblaban al medio. Como si lo estuvieran carcomiendo desde el interior de su cuerpo. El asunto es que era en serio. La píldora milagrosa contenía un parásito que absorbía el alcohol que ingresaba al cuerpo de su huésped. Era su alimento. Pequeña, diminuta… al inicio. La lombriz crecía con cada gota de destilado que ingresaba al organismo. Era lo que la mantenía quieta, adormecida. Satisfecha. Si no comía, enfurecía. Y se lo hacía saber. Es, a grandes rasgos, la trama de “The Hellgrammit Method”, séptimo episodio de la tercera temporada de la “Dimensión Desconocida”. Emitido a fines de 1988, su moraleja es que no existen curas mágicas, pastillas prodigiosas que curen una adicción, una patología, cuyo tratamiento requiere, por encima de todo, disciplina. Expertos en reinventar la rueda, los argentinos buscan, siempre, la fórmula mágica: ajuste, pero sin tocar mucho el gasto; devaluación sin inflación; aumentos salariales sin mejoras de productividad; competitividad exportadora con impuestos y retenciones. El “Método Dujovne” parece encarrilado. Llegó a la fuerza, después de dos años y medio de gradualismo. La más reciente auditoría del Fondo Monetario auspició el cumplimiento del mentado “déficit cero” el año próximo –piedra angular de los actuales esfuerzos de la administración Macri–, con elogios a la contracción monetaria del Banco Central. La pregunta, por supuesto, es: “¿Y después?”. ¿Avanzará, finalmente, la Argentina en un programa de reformas, que le permita encaminarse por el sendero de la sustentabilidad? Hasta ahora, no se percibe más que la recalibración de variables (tipo de cambio, tasa de interés, nivel de emisión), con recesión e inflación desbordada como consecuencia inmediata. El G20 dio alivio. Un paréntesis, en el que el mundo se mostró comprensivo –y entusiastacon el camino que el país –o, al menos, el Gobierno- intenta emprender. El peor error sería creer, otra vez, que, con voluntad y apoyo internacional, alcanza. Otra píldora. En este caso, como la de “Matrix”. La realidad sigue ahí, amenazante. Tanto, como el peligro de aferrarse a otra solución mágica. Pero se sabe: todo es posible, en el reinado de la dimensión desconocida.