Democracia en la era de la desinformación
FAKE NEWS EN BRASIL
Para Stela Wanda Pereira da Silva, el punto de quiebre llegó cuando su padre subió en el grupo familiar de Whatsapp un video de una mujer siendo asesinada , diciendo que era un ejemplo de la violencia que vendría si Fernando Haddad, el candidato de la izquierda del Partido de los Trabajadores, ganaba las elecciones presidenciales en Brasil.
Da Silva, residente de 22 años de la ciudad de Salvador y simpatizante de Haddad, investigó un poco y descubrió que la mujer del video era la víctima de un robo que había salido mal y no un golpe motivado por la política, como decía su padre. Cuando le mostró a su familia que era fake news —y encima de Venezuela— hubo una guerra civil, con la mitad de los miembros del grupo defendiéndola a ella y la otra mitad poniéndose del lado de su padre.
“Nuestra familia estaba totalmente dividida por esta elección, así que me fui del grupo”, dice da Silva, quien reconoce que la relación con su padre siempre fue turbulenta. Su experiencia en la plataforma no es única: “Tengo muchos amigos que preferirían abandonar los grupos familiares en Whatsapp para no tener que lidiar con su ambiente poco saludable”.
Los brasileños están entre los principales usuarios del mundo de redes sociales, lo que los deja especialmente expuestos a las fake news y las campañas online de influencia política. Los foros de redes sociales reemplazaron a los medios tradicionales, que durante décadas fueron controlados mayormente por un solo conglomerado brasileño, Globo Group. Whatsapp, de Facebook, se convirtió en el principal vehículo para las discusiones internas que en otros lados se dan en Facebook o Twitter. Brasil es el principal mercado de Whatsapp, con más de 208 millones de personas contadas como usuarios. Se reúnen en grupos familiares o de afinidad cuya interacción típica es cotidiana, planes de vacaciones, el próximo partido de voley, la comida del jueves a la noche. Pero el grupo también funciona como motor de propulsión virtual para las noticias políticas, tanto reales como falsas.
“Brasil está lidiando con una combinación muy poderosa ahora”, dice Mauricio Santoro, politólogo de la Universidad Estatal de Rio de Janeiro. “Es una combinación de la falta de confianza en los medios tradicionales y el acceso fácil a las redes sociales alternativas”.
Esta dinámica también se dio frente al dramático escenario de la elección presidencial de octubre, uno de los votos más críticos del mundo este año. Jair Bolsonaro, el líder de derecha del Partido Social Liberal y excapitán de la Armada, ganó la segunda vuelta el 28 de octubre con 55,1 por ciento del total, derrotando a Haddad, un candidato sustituto del Partido de los Trabajadores, cuyo anterior líder, Luiz Inácio “Lula” da Silva, está preso por acusaciones de corrupción. El mensaje de “mano dura” contra el crimen de Bolsonaro resonó en una nación donde, el año pasado, fueron asesinadas 63.880 personas, pero otros aspectos de su retórica —incluyendo la defensa de las torturas de las dos décadas de régimen militar— sacudieron a los analistas preocupados por el futuro de la democracia en Brasil.
El flujo de fake news durante la campaña también generó preocupaciones de que esta no era una pelea justa. Una investigación explosiva publicada una semana y media antes de la segunda vuelta por Folha de São Paulo, uno de los diarios más respetados de Brasil, reveló que un grupo de emprendedores le había pagado a influencers para divulgar contenido anti-haddad desde sus grupos privados de Whatsapp. El informe llevó a los representantes del Partido de los Trabajadores a la corte electoral del país reclamando fraude, argumentando que las acciones equivalían a donaciones ilegales de campaña. La corte abrió una investigación, pero no tomó una determinación.
Es imposible cuantificar cuánto impulso recibió Bolsonaro por las fake news,y sus partidarios dicen que esas críticas están sobreestimadas. Más allá del tamaño del impulso, la difusión de información falsa en las redes sociales podría convertirse en una amenaza de largo plazo a las normas e instituciones democráticas. La política en la principal economía de América latina siempre estuvo fragmentada —no menos de 13 partidos compitieron por la presidencia— pero es difícil recordar que haya estado tan polarizada.
Brasil tiene más usuarios de Internet que cualquier otro país de América latina y una larga tradición de adopción temprana de redes sociales. ¿Se acuerdan de Orkut? En los Estados Unidos, la red social propiedad de Google fue eclipsada después de su lanzamiento en 2004 por rivales como Myspace y Facebook. Pero despegó en Brasil; para fines de 2007 había 40 millones de cuentas registradas de Orkut allí. En un libro sobre la democracia del país, Bryan Mccann, profesor de
Historia de la Universidad de Georgetown, le atribuye el crecimiento a lo que acuñó como la “regla Orkut”, que dice que los brasileños usan los medios digitales para propósitos sociales en cada oportunidad. Dominaron tanto Orkut que, en 2008, Google le dio las operaciones de toda la red a su oficina de allí.
Desde entonces, la afinidad de los brasileños por las redes sociales creció, impulsada por un boom económico entre 2008 y 2011. Sin embargo, la subsecuente caída hizo que los iphones y los
datos móviles fueran más difíciles de costear. Whatsapp, que puede correr sobre cualquier plataforma y su uso de datos no es contado por los carriers, se convirtió en el sistema de mensajería de facto en el país. Para julio, el servicio tenía 120 millones de usuarios activos en Brasil, 7 millones debajo del conteo de Facebook.
Esta predilección le dio al debate político sobre las redes sociales brasileñas un conjunto de características. A diferencia del timeline de Facebook, que comparte los posteos y la actividad de un usuario con sus contactos y a veces con el público, Whatsapp es simplemente un conjunto de conversaciones privadas en grupo. Sus salas de chat están protegidas por la encriptación, una medida que apunta a aumentar la seguridad del usuario y que también tiene el efecto de bloquear los esfuerzos de monitoreo de los externos.
En la carrera a las elecciones, las características de privacidad de Whatsapp se convirtieron en una impenetrable tierra de información falsa. Cuando las 24 redacciones brasileñas participando en Comprova —un proyecto del Centro Shorenstein de Medios, Política y Políticas Públicas, fundado por Google y Facebook— les pidieron a los usuarios que marcaran los mensajes de Whatsapp que parecían ser fake news, recibieron más de 60.000 envíos en dos meses.
“Lo que tenemos acá que es diferente a los Estados Unidos es una elección mediada por Whatsapp, una plataforma cerrada, donde no podemos medir con exactitud el volumen o el contenido de las fake news que se divulgan, mucho menos quién es responsable por esa información falsa”, explica Tai Nalon, directora Ejecutiva y co-fundadora de Aos Fatos (“A los hechos”), un grupo brasileño de chequeo de datos. Su organización rastrea las
fake news virales y las desmiente en tiempo real, sumando los datos correctos.
En una instancia memorable, Aos Fatos tomó la declaración de un candidato que decía que 400 millones de brasileños, casi el doble de la población del país, vivía en pobreza extrema. Durante el fin de semana de la primera vuelta de la elección presidencial, el grupo desmintió 12 piezas de fake news virales que habían sido compartidas de forma conjunta 1,2 millones de veces en Facebook. Uno de estos ítems —una historia que decía que Haddad estaba promoviendo un
“kit gay” que divulgaría “ideologías” homosexuales a los chicos en el sistema público de educación, fue compartido 400.000 veces, según el conteo de Aos Fatos.
Los intentos por limitar la información falsa por parte de las compañías de tecnologías y la corte electoral de Brasil, la TSE, un cuerpo de siete personas que escucha los casos relacionados a fraude electoral, apenas rasgan la superficie, dice Nalon. Incluso después de que la corte prohibiera la difusión de la noticia del “kit
gay”, señala, fue compartida 100.000 veces durante la semana siguiente.
En junio, la corte le pidió a cada partido político que firmara un acuerdo accediendo a no divulgar fake news,
pero ninguno lo hizo. El cumplimiento fue efectivamente un gesto, dados los desafíos de seguir a las fake news hasta su fuente. Una vez que la campaña estaba en plena ebullición, la TSE invitó a representantes de Whatsapp y Facebook a discutir métodos para evitar la distribución de fake news; Facebook finalmente armó lo que llamó una “sala de guerra” para combatir las fake news, mientras que Whatsapp prohibió cientos de miles de cuentas entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones. Pero la sensación entre los brasileños es que esto fue muy poco y tarde.
El riesgo para un país tan apegado a las redes sociales es que, cuando no hay una moderación o regulación efectiva, la política digital se convierte en una versión permanente de la cena familiar de Día de Acción de Gracias, marcada por broncas que convierten un arco iris de perspectivas en una discusión embarrada. Pedro Abreu, diseñador gráfico de 37 años de Salvador, se transformó en un crítico abierto de los grupos cerrados de Whatsapp. “Me enfurecí. Terminé llorando cuando escuché historias de cómo mis amigos se sentían atacados por los propios miembros de sus familias”, cuenta. Cuando su madre se fue del grupo familiar porque se ofendió por lo que él describe como el tenor “cándido y crudo” de un debate político, creó un grupo para los brasileños que dejaron sus grupos familiares, como uno podría levantarse e irse de la mesa de Día de Acción de Gracias.
Históricamente, los consumidores de medios brasileños confiaban para las noticias en Globo, una compañía fundada en 1925 y propiedad de la familia del fundador Irineu Marinho. Pero, con el paso de los años, a medida que cre-
Videos que divulgan fake news sobre el crecimiento del comunismo en Brasil; esperando los resultados de la segunda vuelta en Rio de Janeiro.
“Enfurecí. Incluso terminé llorando cuando escuché historias de cómo mis amigos se sintieron atacados por los propios miembros de sus familias”.
cía en tamaño y poder, su influencia fue puesta bajo escrutinio. El apoyo de Globo a la dictadura militar estableció las pautas para muchos brasileños, quienes continuaron sospechando, incluso después de que el régimen terminara en 1985, que los programas de TV y radio de la empresa conspiraban para atacar a los candidatos que no le gustaban y pasar por encima acusaciones de corrupción contra los candidatos que sí apoyaban, con la meta final de asegurarse que los miembros más ricos de la sociedad siguieran siéndolo (la empresa rechazó su apoyo a la dictadura en un editorial de 2013 y ha dicho que considera a la democracia “un valor absoluto”). Santoro, el politólogo, dice que en esta elección Globo parece no haber tenido virtualmente ningún rol en la dirección de la opinión pública, la primera vez que pasa eso en la historia moderna de Brasil.
El cambio a las redes sociales dejó vacilando a Mccann, el profesor que alguna vez alabó la adopción agresiva de Brasil de Orkut y sus descendientes. Él sí, dice, predijo el alza de la derecha en Brasil y el mayor aumento del consumo no tradicional de medios, pero se perdió la forma en la que las redes sociales, especialmente Whatsapp, serían usadas para distorsionar la información que llega al electorado. “Esto es un desastre”, admite. “Siento que fui ingenuo en no ver antes que iba a llegar esto”.
Si el patrón evidente en las elecciones de este año se arraiga, las implicaciones para Brasil —y otros países con adicciones a las redes sociales e instituciones democráticas tambaleantes— tendrán mucho más alcance. Michael Patrick Lynch, profesor de Filosofía de la Universidad de Connecticut que estudia las fake news, dice que, a medida que las opiniones de las personas se distorsionan por la información falsa, “empiezan a no saber qué pensar o en quién confiar”. Con el tiempo, esta rotura de lo que él llama confianza “epistemológica” o basada en conocimiento puede amenazar a la propia democracia. Cuando la gente empieza a creer que toda la información es parcial, advierte Lynch, tienden o a duplicar sus creencias preexistentes o a salir. El electorado entonces se divi- de entre quienes dominan el discurso con información que apoya solo sus opiniones personales y aquellos que directamente no le prestan atención a la política.
Hay evidencia abundante en Brasil sobre el primer grupo, pero también hay signos del segundo. Votar es obligatorio por ley, lo que en teoría asegura la participación en el proceso político. Pero los brasileños pueden votar en blanco o nulo en los comicios, que son vistos como votos de protesta que no entran en la cuenta final. Algunos también se pueden abstener porque se mudaron de sus domicilios registrados. En la segunda vuelta, 30 por ciento del electorado cayó en alguna de estas tres categorías, sumando 42,5 millones de no votos en una elección que fue decidida por 10,8 millones de votos.
Las tendencias gemelas de polarización y apatía pondrán un peso fuerte sobre iniciativas esponsoreadas por compañías como Comprova y grupos de la sociedad civil como Aos Fatos. “Para 2022, necesitaremos una forma mucho mejor para lidiar con las fake news”, anticipa Nalon, la presidenta de Aos Fatos, refiriéndose a la próxima elección. “Necesitamos tecnología nueva y necesitaremos que Whatsapp y Facebook inviertan más en manejar la información de sus plataformas”. Su grupo, financiado por donaciones, se expandió de dos a nueve empleados y empezó a monitorear campañas en otros niveles gubernamentales, como la elección local en el estado de San Pablo. Mientras tanto, la gente detrás de Comprova espera que el proyecto siga y están trabajando para establecer iniciativas similares en India, Indonesia y Nigeria.
Sin embargo, podrían cambiar muchas cosas en Brasil para 2022. La retórica antidemocrática de Bolsonaro augura problemas, al poco tiempo de ganar la segunda vuelta, atacó a Folha de São Paulo diciendo: “Este diario está terminado”. Con él en el poder, predice Mccann, el país “será más partidario y atomizado”. El sentimiento brasileño compartido de identidad nacional sobrevivió a décadas de dictadura pero ahora, dice, “la elección muestra que eso ya no existe en realidad, que la gente tiene ideas totalmente opuestas a lo que significa ser brasileño”.