Apertura (Argentina)

Un club para ganarse las alas

- Por Eugenia Iglesias

Una nueva forma de agrupar a los inversores ángeles se consolida en el país. Se presentan como una alternativ­a para estar cerca de los startups más innovadore­s y esperan seguir sumando miembros para potenciar el ecosistema local. Los secretos de su funcionami­ento.

Existe en la Argentina un pequeño grupo de clubes de los que, todavía, se habla poco. Reúnen a un puñado de inversores con ciertas particular­idades, que hacen apuestas de alto riesgo pero que, al final del día, no es solo el retorno lo que persiguen. Los clubes de inversores ángeles en la Argentina son, aún, dif íciles de encontrar, pero de a poco se corre la voz sobre sus virtudes. Porque además de poner a disposició­n de sus miembros una oferta de emprendedo­res de alto potencial, permiten a sus integrante­s participar de la cocina de las empresas que, en el futuro, se van a destacar por sus ideas, por la conducción de sus líderes disruptivo­s y por ser el semillero de grandes innovacion­es. En el país, según la Asociación Argentina de Capital Privado, Emprendedo­r y Semilla (Arcap), hay nueve clubes de este tipo, con la singularid­ad de que todos apuestan a proyectos con base tecnológic­a, aunque en diversos sectores. Su fin es ser el nexo que une a inversores ángeles –aquellos que aportan capital semilla a empresas en sus comienzos– con fundadores de startups. Pero más allá del objetivo financiero, ambas partes buscan nutrirse de la sinergia que generan estos entornos: “Es una actividad social, a fin de cuentas. El fin del inversor no es ganar más plata, si bien todos queremos que la inversión rinda lo más posible, pero la principal motivación es ver talento. Estar cerca de la innovación y no leer en el diario que Satellogic manda satélites al espacio, sino haber sido parte de que eso suceda”, explica Daniel Salvucci, director de Cygnus Angels Club. El club, que se creó en 2013 de la mano del fondo Cygnus Capital, participó en los inicios de la empresa fundada por Emiliano Kargieman, que puso en órbita el primer nanosatéli­te de la historia argentina. “Se trata de conocer gente interesant­e como Emiliano. Poner a disposició­n redes de contacto, experienci­a profesiona­l o simplement­e reinventar­se, darle una vuelta de rosca a su curva profesiona­l”, resalta Salvucci. Los ángeles son aquellos inversores que aportan su propio capital para proyectos en etapas tempranas. “Atrás de una gran inversión de Venture Capital siempre hay un inversor ángel que permitió que se llegara a eso”, asegura Juan Giner, director Ejecutivo de Arcap. Para un sector que viene en crecimient­o y que en el primer semestre de 2018 registró US$ 115 millones levantados en capital emprendedo­r, el rol de los clubes de ángeles es importante porque funciona como puerta de entrada para muchos potenciale­s inversores que hacen que este número venga en crecimient­o desde 2016, según la institució­n. “Es un buen camino para aquella persona que suele hacer inversione­s tradiciona­les y le interesa el tema emprendedo­r pero no sabe por dónde empezar. Allí se genera comunidad, aprende del tema y se rodea de pares con más experienci­a”, puntualiza Giner.

Dime de dónde vienes...

Las puertas de este club están abiertas a quien quiera sumarse, pero es cierto que, por más heterogéne­os que puedan ser sus orígenes, sí se identifica­n tres patrones claros entre sus miembros. El primer grupo, y el que en general domina las membresías, lo integran los corporati-

“Lo que buscan en los clubes, muchas veces, es algo más blando: contención” Juan Martín Rodríguez y Eduardo Carrizo, del IAE.

vos, en funciones o retirados, con un seniority alto. El segundo, suma a empresario­s PYMES con buen pasar económico que buscan diversific­ar su riesgo e innovar en proyectos que les resulten novedosos. Y, por último, emprendedo­res que supieron tener éxito con su startup y quieren cerrar el círculo invirtiend­o en nuevos proyectos, un acto que, a la vez, les permite ser parte de un emprendimi­ento en sus inicios, pero sin todo el trabajo que involucra ser el fundador de uno. Si bien siempre hay bemoles, el inversor ángel argentino suele ser hombre (apenas se registra un 5 por ciento de inversoras mujeres de este tipo) y se concentran en la ciudad de Buenos Aires y la provincia, según datos de Arcap. Pero eso sí, todos muestran gran capacidad de networking, una agenda nutrida de contactos y fuertes conocimien­tos de gestión. “Muchas veces los emprendedo­res buscan algo más blando que es la contención de apoyarse para tomar decisiones importante­s en alguien que conoce el paño”, agrega Juan Martín Rodríguez, director del Club de Business Angels del IAE. El del IAE, la escuela de Negocios de la Universida­d Austral, fue punta de lanza en la materia. En 2005 nació de la mano de Silvia Torres Carbonell y un grupo de exalumnos que percibiero­n la falta de acceso a inversión, un factor que elevaba la mortalidad de los proyectos. Lo que hace el club, que se aplica a la forma de trabajo de todas las demás institucio­nes, es agrupar a los individuos que toman las decisiones de inversión. No actúan como un fondo, sino que cada uno a título individual decide en qué proyectos entrar, y pueden hacerlo solos o en grupo. Otro caso es el de Emprear, una ONG con 17 años de trayectori­a que promueve el desarrollo de emprendedo­res en etapas tempranas. Su club de ángeles nació en 2013 con el fin de colaborar en el financiami­ento de quienes recién arrancaban el proceso. “Es un circulo virtuoso que se genera en la red. Hoy ya con cinco años de actividad tenemos más de 50 miembros con perfiles variados”, sostiene su director, Elián Álvarez. Coincide en que se manejan con dos modalidade­s de inversión. La primera, quienes actúan a título personal, y la segunda, cuando se arman pools de inversión donde un actor con más experienci­a en la industria hace de líder del grupo. Cuando esto sucede en Emprear, los grupos no suelen tener más de tres integrante­s. La organizaci­ón, además, les provee de un estudio de abogados especialis­tas para asesorarlo­s. Eduardo Carrizo es uno de los miembros más activos del club del IAE. Se sumó en 2015, tras retirarse de una larga carrera en Accenture, luego de haber participad­o como mentor y jurado en algunas actividade­s que organizaba la universida­d para emprendedo­res. “Me pareció sumamente divertido para esta etapa de mi vida porque podía dedicarme a brindar mis conocimien­tos, y también a generar alternativ­as de inversión que habitualme­nte no se dan espontánea­mente”, reconoce. El caudal de proyectos a evaluar es grande. “Todas las semanas vemos startups nuevos”, registra Carrizo. Los emprendedo­res interesado­s en postularse para recibir capital de los miembros del IAE cargan sus datos en una web en la que los administra­dores del club hacen un primer filtro. Luego, avanzan hacia una instancia de pitcheo en donde se presentan ante un grupo de miembros, pero Carrizo se encarga de aclarar que no es el típico discurso breve de cinco minutos, sino que en las reuniones dedican más de una hora a entender el proyecto, hacer preguntas y dar una devolución. Este club cuenta con más de 100 miembros, pero los que se suman a las reuniones no son, en general, más de 10. El grupo restante usa la evaluación que se hizo para saber si les interesarí­a avanzar con un emprendedo­r o no. Todos los inversores buscan proyectos que puedan crecer en valuación rápidament­e, que estén en instancias iniciales del desarrollo y con un sólido equipo fundador. “La tecnología va de la mano de lograr una valuación que se multipliqu­e por 10 en cinco años. No tiene que ser sí o sí un desarrollo o un producto tecnológic­o, pero la tecnología suele tener un rol importante para hacerlo crecer”, explica Rodríguez. En otras latitudes, a quienes buscan ingresar en estas actividade­s

“La principal motivación del inversor no es ganar más plata, sino ver talento. Estar cerca de la innovación”. Daniel Salvucci, Cygnus.

se les suele exigir una liquidez mínima, o un monto básico de inversione­s anuales, pero en el país las restriccio­nes no aplican, porque el ecosistema es joven y se busca sumar más adeptos. “Creo que no debemos hacerlo todavía porque es muy pequeño el mercado y si encima ponemos barreras de entrada sería peor”, explica Rodríguez, quien asegura que es común ver cómo los miembros que recién ingresan se sorprenden con lo primero que ven, por lo que les aconseja no apurarse. Desde Emprear coinciden, y aseguran que ellos tampoco ponen requisitos monetarios ni de otro tipo. “La idea es tener una entrevista o un café para conocerlos y ver si se están metiendo en el lugar indicado y si tienen en cuenta cuáles son los riesgos y las recompensa­s que existen”, asegura Álvarez. Su rol, explica el director del club de Emprear, está en hacer un buen filtro de candidatos. El año pasado, asegura, recibieron más de 200 propuestas en estadios muy diferentes, de los cuales presentaro­n un 10 por ciento a su comunidad. A lo largo del año organizan encuentros en los que se presentan de a tres y, a modo de pitcheo, explican lo que hacen a los inversores. Salvucci, por su parte, aclara que no es necesario que los miembros vengan con experienci­a previa como ángeles. Es más, ellos mismos están enfocados en educarlos en la actividad. “Invertir en startups de tecnología es muy diferente a invertir en economía real, con procesos de evaluación y lógicas de negocios diferentes, para las que no todos están preparados por más que tengan formación en negocios o finanzas”, aclara el director del angels club de Cygnus, quien dedica mucho de su tiempo a acercarse a posibles inversores, a resolver sus inquietude­s y acompañarl­os en este primer acercamien­to a la industria. “Es una buena forma de empezar, porque no hay un mercado de inversores ángel profesiona­l. Hay que crearlo”, agrega Salvucci. El club, que hoy tiene 60 miembros, facilitó, desde su fundación, inversione­s por más de US$ 1,4 millones en 12 startups. Sin embargo, el director aclara que un club de ángeles no es un buen negocio, pero que desde Cygnus lo fomentan por la sinergia que genera con otras patas de su negocio, ya que es una bue-

“La red genera un círculo virtuoso. Hoy tenemos más de 50 miembros con perfiles variados”. Elián Álvarez, Emprear

na forma de acercarse a compañías en etapas tempranas. El modelo de negocios del club consiste o en cobrar un fee a los emprendedo­res por transacció­n (5 por ciento de la inversión), o en sindicar a los inversores. Este último mecanismo consiste en crear un vehículo específico para la inversión, del que el club se queda luego con acciones.

Algo más que números

Smart money es la palabra clave de la actividad. Los inversores no aportan solo capital, sino que se involucran activament­e en los proyectos. “Si hay algo que aprendí es que tiene que ser algo híper atractivo financiera­mente como para que ponga la plata y la deje ahí y que se haga lo que Dios quiera”, explica Carrizo. En el caso del exaccentur­e, asegura que, luego del retiro, decidió hacer foco en sumar a su portfolio a empresas que tuviesen un propósito social o ambiental y menciona su experienci­a con Procer, un proyecto en el cual se involucró como mentor en 2017 y en el que luego aportó capital. Se trata de un desarrollo de un grupo de jóvenes cordobeses que ofrece un dispositiv­o que transforma texto en audio para personas ciegas: “Yo comprometí el 20 por ciento de mi tiempo y participo en temas de índole estratégic­a, no operativas. Cuando hay que tomar una decisión, se toma por la mayoría. Siento que soy parte de la compañía”, relata. De a poco, más institucio­nes van dando paso a estas acciones. Otro de los casos que ya lleva tiempo en la escena es el del club que surgió como iniciativa de la revista Inversor Global en 2007. Con especial interés por las fintech, aunque abiertos a otras alternativ­as, contabiliz­an más de 2000 personas que invirtiero­n a través del club utilizando la plataforma South Ventures que crearon para canalizar las acciones. “Desde nuestros inicios, hemos invertido en más de 30 proyectos, incluyendo empresas como Trocafone, Cargox o Amaro, y hemos invertido más de US$ 5 millones”, aporta Sebastián Ortega, su fundador. Por su parte, hasta la fecha, en el club del IAE llevan invertidos US$ 4,5 millones en 28 empresas (hicieron 33 inversione­s si se tiene en cuenta que participar­on en más de una ronda de algunos de los emprendimi­entos). Este año cerrarán con tres inversione­s realizadas luego de haber visto más de 40 emprendedo­res en reuniones presencial­es. Una típica inversión del club del IAE puede ser, ejemplific­a su director, de US$ 200.000, con cuatro inversores que aportan cada uno US$ 50.000 a cambio de un 15 o 20 por ciento de valuación de la compañía. Sin embargo, asegura que tuvieron un caso de un ticket de US$ 30.000 con dos inversores, pero también otro de US$ 1,5 millones con 17 inversores involucrad­os. Para el director del club de Emprear, se trata de una buena oportunida­d para rodearse de gente del palo y beneficiar­se de la inteligenc­ia colectiva del grupo. En esta institució­n el ticket promedio ronda entre los US$ 25.000 y US$ 35.000. “Vemos siempre proyectos de base tecnológic­a, aunque somos más agnósticos acerca de la industria: fintech, agtech, biotech, Software as a Service, Apps, de todo”, sostiene Álvarez. De los 20 pitcheos que analizan al año, quienes consiguen inversión suelen ser entre el 10 y el 15 por ciento. “Particular­mente en los últimos años bajó la tasa de inversione­s por las condicione­s macroeconó­micas. Es más dif ícil para los inversores tomar una decisión sin tanta certeza en el corto plazo. Hoy el proceso se alargó bastante”, explica Álvarez y comenta que este año solo concretaro­n una inversión, mientras que hace dos ese número llegó a cinco. En su historia, el club lleva invertidos US$ 750.000 en 12 proyectos. En Cygnus ponen foco en emprendimi­entos de tecnología porque son estos los que tienen potencial para ser globales. En un proceso de selección que definen como “antipitche­o”, presentan a los miembros unos seis proyectos al año. “El análisis no es una foto, sino que los vemos a lo largo del tiempo”, comenta Salvucci. El ticket promedio varía mucho, y el rango va desde US$ 10.000 a US$ 200.000. En una inversión directa, en una compañía de etapa más temprana, el ticket suele ser de US$ 25.000 a US$ 50.000. “El año pasado sindicamos US$ 550.000 de 22 inversores para una startup de biotecnolo­gía. También en el 2017, sindicamos ocho inversores por un total de US$ 335.000 como parte de una ronda Serie A en una startup de tecnología de energía renovable”, explica el director que cuenta que, en promedio, evalúa de forma personal cinco candidatos por semana. Y lo que empieza con una charla y un café, espera, se convertirá en el punto de partida para un gran negocio.

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