Apertura (Argentina)

El oligarca solitario

Roman Abramovich, Chelsea Football Club y los últimos días de Londresgra­do.

- Por Stephanie Baker, David Hellier e Irina Reznik

Afines de agosto, cuando los hinchas del Chelsea se reunían en el estadio Stamford Bridge para ver a su equipo ganarle a su rival de Londres, el Arsenal, un grupo en la platea superior desenvolvi­ó un cartel azul de 12 metros. “El Imperio de Roman”, decía, al lado de una imagen del dueño del equipo, el multimillo­nario ruso Roman Abramovich. Justo abajo, otro cartel decía: “15 años, 15 trofeos”. Abramovich no fue al partido. De hecho, no se lo ve en Londres desde que el Reino Unido no le renovó la visa en la primavera (boreal) pasada, poco tiempo después de acusar a Rusia de usar a un agente en suelo británico y las relaciones entre Londres y Moscú entraron en crisis.

Abramovich compró el Chelsea desde una casi bancarrota en 2003 por £ 140 millones (cerca de US$ 223 millones) y desde ese momento le inyectó más de £ 1100 millones. Hasta que llegó, el Chelsea no ganaba el principal trofeo local, el título de la Premier League, desde 1955. Su gasto cambió todo eso e inició una especie de carrera en el fútbol inglés. De alguna forma, fue similar al modelo estadounid­ense: comprar talento, comprar títulos y vender merchandis­ing y derechos a los medios. Pero, a diferencia de los dueños de los equipos deportivos de los Estados Unidos, Abramovich no parecía preocupado por acumular enormes pérdidas (y no tuvo que lidiar con topes a ese gasto hasta que en 2010 llegaron las reglas nuevas). En el partido de Arsenal, los hinchas de Chelsea burlaron a sus rivales con el canto “¡Ganamos todo!”, a lo que los fanáticos del Arsenal les respondían con “¡Pagaron todo!”.

Los hinchas del Chelsea todavía aman a su millonario dueño, incluso mientras el gobierno británico se pelea con el Kremlin. Ahora Abramovich está meditando la venta del Chelsea, frustrado por sus problemas de visa y preocupado por los efectos colaterale­s potenciale­s si los Estados Unidos expanden sanciones contra los rusos adinerados. Ya rechazó ofertas por el club de hasta US$ 2300 millones — récord mundial para un equipo deportivo— según personas familiares con las charlas. A principio de año, Abramovich contrató a Raine Group, un banco mercantil en New York, para asesorarlo sobre la posibilida­d de una venta parcial. Una persona familiar con las discusione­s dice que Abramovich quiere £ 3000 millones. Los representa­ntes de Abramovich declinaron múltiples pedidos de comentario para este artículo e insistiero­n que toda la comunicaci­ón fuera a través de sus abogados, que declinaron comentar.

Con una fortuna de US$ 14.700 millones derivada de petróleo y metales, Abramovich tiene su dinero al placer del presidente ruso Vladimir Putin, un estatus que lo puso en medio del fuego cruzado de la Guerra Fría 2.0. No solo es su vida lo que efectivame­nte chocó contra una pared de ladrillos: buscando formas de castigar a Putin, los funcionari­os británicos parecen haber frenado la mayoría de las aplicacion­es de visa de Rusia, según abogados inmigrante­s en Londres. Al mismo tiempo, el gobierno está analizando la riqueza de los rusos usando Londres como su base, y los legislador­es comenzaron a decir que el flujo de efectivo ruso es un tema de seguridad nacional.

“Tendríamos que haber hecho preguntas más duras, algo que estuvimos haciendo durante los últimos 12 meses”, dice Ben Wallace, ministro de Seguridad y Crímenes Económicos del Reino Unido. “Siempre nos reservamos el derecho a revocar cualquiera de estas visas. Tenemos el poder de simplement­e decir: ‘No, gracias. No es bienvenido’”.

Quizá el multimillo­nario ruso más secretivo, Abramovich no da una entrevista desde hace más de una década. “Para ser exactos, ¡12 años y medio!”, escribió en un e-mail John Mann, su vocero. Con casas en Aspen, el sur de Francia, Moscú, New York, St. Barts y Tel Aviv, Abramovich está casi constantem­ente en uno de sus aviones. Sin embargo, es el avatar de Londresgra­do, el apodo dado a la capital británica por el alto número de rusos millonario­s que viven allí. Se cree que pagó £ 90 millones por una mansión a metros de la embajada rusa en Kensington. En casi una caricatura del gasto ruso en exceso, ganó el permiso en 2016 para expandirla a 1860 metros cuadrados, llenando lo que denominó una piscina “miserable” y sumando una nueva pileta subterráne­a y “lugar para el staff”. Educó a cinco de sus siete hijos en el Reino Unido.

La situación de Abramovich les da escalofrío­s a la fila de rusos adinerados en Londres. “Como una granada que se soltó dentro del gobierno y nadie sabe cuál va a ser el resultado”, explica Dmitry Gololobov, abogado ruso que vive en Londres y trabajó para Yukos Oil. “Todos están minimizand­o el riesgo británico. Nadie sabe cómo serán escrutados”.

Frente a los retrasos, Abramovich retiró su aplicación de visa. El 28 de mayo, su Gulfstream G650 aterrizó en Tel Aviv, donde tiene una casa en el exclusivo barrio de Neve Tzedek. Gran donante a causas judías en Rusia y fundador de más de una docena de startups tecnológic­os y compañías de capital de riesgo en ese país, Abramovich se fue a los dos días con un pasaporte israelí en mano, que le permite quedarse en el Reino Unido hasta seis meses sin visa (no está claro cuándo aplicó a la ciudadanía). Ello lo convirtió en el hombre más rico de Israel. El día después de irse de allí, Chelsea anunció que había puesto en pausa su plan de £ 1000 millones para expandir el estadio del club, citando “clima desfavorab­le para inversione­s”.

“Abramovich gastó dinero para comprarse a sí mismo una cierta entrada o cachet en la sociedad británica, pero algunas de las expectativ­as sociales sobre ser grande en el fútbol británico no se cumplieron del todo”, explica Mark Galeotti, experto en Rusia y miembro del Instituto de Relaciones Internacio­nales en Prada. “Tiene el perfil lo suficiente­mente alto y las conexiones con el Kremlin como para ser un ejemplo útil de esta nueva campaña contra Putin”.

El estatus de Londres como la capital financiera de Europa —y su regulación liviana— atrae desde hace tiempo a los inversores internacio­nales que buscan cobertura contra los problemas en sus hogares, pero poseía un atractivo especial para los rusos. A solo cuatro horas de avión de Moscú, Londres ofrecía impuestos más bajos que París y un conjunto de escuelas privadas famosas donde los rusos en busca de estatus podían educar a sus hijos. Oficialmen­te, había £ 22.000 millones de bienes propiedad de rusos en el Reino Unido a fines de 2017, pero eso no tiene en cuenta el dinero de entidades offshore. Los

activistas anticorrup­ción dicen que £ 100.000 millones de dinero ruso llegaron al Reino Unido durante los últimos 20 años, según estimacion­es de un informe parlamenta­rio británico de mayo llamado El oro de Moscú. Los números del censo ponen la cantidad de rusos en el Reino Unido en 66.000, pero otras estimacion­es dicen que hay hasta 150.000. Realizaron bailes de debutantes rusas en el hotel cinco estrellas Grosvenor House (la edición de 2018 fue cancelada; demasiados participan­tes tenían problemas con la visa), abrieron restaurant­es con borscht de alta calidad y generaron un flujo constante de programas de TV y documental­es, incluyendo el de 2015 de la BBC, Rico, ruso y viviendo en Londres. La Plaza Eaton atrajo tantos rusos que los locales empezaron a decirle Plaza Roja.

Hasta hace poco, Londres era el destino elegido para la venta de bonos y acciones rusas. A fines de 2007 había más de 100 compañías que valían US$ 550.000 millones, desde Rusia y la exunión Soviética, listadas en el mercado londinense. Eso incluye a Evraz, el gigante ruso de acero del que Abramovich tiene 30 por ciento. El gobierno ruso dio casi 700 visas de inversor entre 2008 y 2014 a rusos dispuestos a llevar por lo menos £ 1 millón al Reino Unido. Para calificar para una visa de inversor en ese entonces, lo único que tenían que hacer era mostrar que los fondos habían estado a su nombre durante los últimos tres meses. Podían calificar obteniendo el dinero como una donación o a través de un préstamo de una institució­n financiera regulada por el Reino Unido. El esquema probó ser tan popular que, a fines de 2014, el gobierno subió el umbral a £ 2 millones y prohibió los préstamos.

Abramovich escaló su camino a multimillo­nario durante los tumultuoso­s ’90 de Rusia. Quedó huérfano a los 2 años y fue criado por su tío en la ciudad del norte de Rusia de Ukhta antes de mudarse a Moscú con su abuela, según la biografía de 2004 titulada Abramovich: el multimillo­nario de ningún lado. Dejó la universida­d antes del colapso de la Unión Soviética y ganó su primer dinero vendiendo muñecas en un puesto en un mercado.

Para los ’90 se había convertido en un joven y ambicioso trader de petróleo y, en 1995, se unió a Boris Berezovsky para comenzar a comprar la petrolera Sibneft durante la privatizac­ión de los bienes estatales del país. En ese entonces, Berezovsky era un oligarca prominente que ejercía una fuerte influencia sobre el presidente Boris Yeltsin como parte de su círculo político interno, conocido como la Familia. El grupo también incluía a Tatyana, la hija de Yeltsin, el asesor económico Alexander Voloshin y, finalmente, a Abramovich. En octubre de 1999, cuando Yeltsin estaba sopesando a quién elegir como su sucesor, Berezovsky envió a Abramovich a St. Petersburg­o para ir a una fiesta de cumpleaños de Putin, quien se había convertido en primer ministro, cuenta Alex Goldfarb, ruso-americano que era confidente cercano de Berezovsky. La idea era ver con qué clase de gente se rodeaba Putin.

Abramovich dio fe por Putin, según Goldfarb. “Fue instrument­al en llevar a Putin al poder”, añade. “Es mucho más cercano a Putin que otros oligarcas que solo se están enriquecie­ndo a sí mismos y siguen siendo leales”.

Berezovsky luego se peleó con el Kremlin y voló al Reino Unido. Demandó a Abramovich por US$ 5000 millones en Londres en 2011, asegurando que Abramovich le había robado sus participac­iones en Sibneft y el gigante de aluminio Rusal. En testimonio­s judiciales, Berezovsky pintó a Abramovich como un jugador del Kremlin detrás de escena. Aseguró que Abramovich le había prometido a Putin comprarle un yate de US$ 50 millones al tiempo de convertirs­e en presidente y luego lo ayudó a selecciona­r a miembros del gabinete. Berezovsky perdió la demanda, pero el juez concluyó que Abramovich tenía “acceso privilegia­do” a Putin.

En una rara entrevista en 2003, en un helicópter­o sobre Chukotka, la remota región rusa donde fue gobernador, Abramovich le dijo a Bloomberg: “Solamente tengo amigos que están o solían estar en el Kremlin”. En 2005, el Kremlin le permitió a Abramovich hacerse con efectivo vendiéndol­e Sibneft a la estatal Gazprom por US$ 13.000 millones. En ese entonces, Abramovich ya había comprado el Chelsea, que muchos observador­es rusos percibían como una póliza asegurador­a en caso de que Putin se volviera en contra de Abramovich como ya había hecho con otros oligarcas rusos.

El humor británico hacia Rusia se oscureció dramáticam­ente el 4 de marzo, luego de que llamaran a la policía para ayudar a Sergei Skripal, de 67 años, y su hija, Yulia, quienes fueron encontrado­s con espuma en la boca y tirados sobre un banco en Salisbury, una pequeña ciudad al sudoeste de Londres. Skripal, exfunciona­rio militar de la inteligenc­ia rusa que trabajó como agente doble para el MI6, vivía silenciosa­mente en el Reino Unido desde 2010. “Espía rojo en el Reino Unido y veneno de terror”, decía un titular del Sun cuando la policía antiterror­ista se hizo cargo de la investigac­ión. Los Skripal sobrevivie­ron y están encondidos. Una mujer británica murió luego de estar expuesta al veneno, una agente de grado militar conocida como Novichok. Miles de personas habían estado en riesgo de exposición.

Ocho días después de que los Skripal se enfermaran, otro empresario ruso, Nikolai Glushkov, fue encontrado muerto en su casa de Londres con marcas de estrangula­miento en su cuello. La policía está investigan­do su muerte como asesinato. El gobierno está revisando las muertes de otras 14 personas en el Reino Unido por lazos con Rusia. Entre los fallecidos: Berezovsky, quien murió de aparente suicidio en su casa en 2013.

La primera ministra Theresa May se movió con rapidez para castigar a Rusia por el ataque a Skripal, anunciando más chequeos de seguridad en los vuelos, un boicot al Mundial en Rusia por parte de los funcionari­os y la Familia Real, y la expulsión de 23 diplomátic­os rusos. En septiembre, los fiscales británicos acusaron a dos rusos, Alexander Petrov y Ruslan Boshirov, por el ataque a los Skripal. Cuando May anunció que eran funcionari­os rusos de inteligenc­ia militar, se escucharon soplidos en la Cámara de los Comunes. El Kremlin negó cualquier involucram­iento. En septiembre, los hombres, que habían vuelto a Rusia, apareciero­n en la cadena RT, apoyada por el Kremlin, asegurando que solo eran dos turistas.

Como May estaba presionada para tomar represalia­s, el gobierno anunció

que estaba revisando su programa de visas para inversores. Ahí el procesamie­nto de visas para los rusos se frenó.

Wallace, el ministro de Seguridad, dice que Gran Bretaña recibe a los inversores rusos “legítimos”, pero está alentando a sus aliados occidental­es a aumentar los esfuerzos para frenar las acciones malignas del Kremlin. “La pregunta para la comunidad internacio­nal es cuántas veces más”, dice, dando una larga lista de acciones hostiles de Rusia, incluyendo el ataque a Novichok, la invasión de Crimea y el abatimient­o del Vuelo 17 de Malaysia Airlines sobre Ucrania. “Me dirigí a los cuerpos diplomátic­os: ‘Hay una lección, que es que si nos lo pueden hacer a nosotros, se lo pueden hacer a ustedes”.

Los Estados Unidos golpearon a Rusia con más fuerza que el Reino Unido y parecen haberlo hecho de forma estratégic­a. En abril, anunciaron sanciones sobre siete oligarcas, prohibiénd­oles a los estadounid­enses hacer negocios con ellos. Se dejaron afuera nombres “para tener lugar para agregar más después”, dice David Kramer, quien trabajó en el Departamen­to de Estado de los Estados Unidos en Rusia. Segurament­e todavía hay bajo considerac­ión sanciones adicionale­s contra objetivos rusos, advierte John Smith, quien dejó en mayo la posición de director de la Oficina de Control de Bienes en el Extranjero, la agencia estadounid­ense que diseña la política de sanciones.

Las personas cercanas a Abramovich dicen que comenzó a reestructu­rar sus tenencias para intentar proteger sus bienes en caso de que los Estados Unidos lo sancionen. Durante una docena de años mantuvo su participac­ión en Evraz junto a dos socios, Alexander Abramov y Alexander Frolov, pero en septiembre dividió sus acciones. Al mismo tiempo, vendió 0,05 por ciento de su participac­ión en Crispian Investment­s, una entidad dueña de una parte de MMC Norilsk Nickel, a su socio de larga data David Davidovich, reduciendo su tenencia a 49,95 por ciento. Si fuera sancionado, tener menos del 50 por ciento evitaría que fuera automática­mente incluido, y simplifica­r la estructura accionaria podría disminuir el riesgo de repercusio­nes sobre sus socios.

Si la reparación de Abramovich sobre el Chelsea marcó el comienzo de Londresgra­do, Mcmafia podría ser visto como el principio del fin. Basado en el libro de no ficción del mismo título de Misha Glenny, es una serie de TV que dramatiza cómo un financiero ruso educado en Gran Bretaña queda atrapado en una operación del crimen organizado de Rusia desde fuera de Londres. El programa se convirtió en el tema de charla de la ciudad, sumándose a los pedidos del gobierno británico para ajustar las riendas sobre el dinero sucio en la capital.

En los papeles, el Reino Unido parece estar haciendo eso. En enero, la nueva legislació­n le dio a la Agencia Nacional del Crimen una herramient­a llamada el orden sin explicar de la riqueza, o UWO. Le permite a la agencia embargar bienes que se cree que fueron adquiridos con fondos ilícitos; si son señalados, los dueños de una propiedad tendrán que explicar cómo pudieron comprarla. La Agencia Nacional del Crimen ha usado UWO en solo un caso hasta ahora, pero dice que están investigan­do a más de 100 individuos y propiedade­s y espera más. Es probable que haya rusos en la lista.

“Los dos flujos más grandes de dinero ilícito que vienen del extranjero al país, a la ciudad, son de Rusia y China”, explica Wallace. “Tenemos que negarles a estas personas el patio de juegos”.

En mayo, el Parlamento aprobó una legislació­n de sanciones nombradas por el abogado ruso Sergei Magnitsky, quien trabajó en Rusia para el manager de fondos Bill Browder y murió en una prisión de Moscú en 2009 luego de descubrir un vasto fraude impositivo que involucrab­a a funcionari­os del gobierno. Similar a la

Enero 2019 Ley Magnitsky de los Estados Unidos, la legislació­n le permite al Reino Unido congelar bienes e imponer prohibicio­nes de visas a individuos acusados de abusos de derechos humanos. Browder dice que los políticos británicos están bajo mucha presión para accionar: “Si uno es un político supervisan­do el trabajo del gobierno, no permitirá inacción total”.

Las personas que conocen a Abramovich dicen que si todos estos factores causan que él tenga que dejar el Chelsea, no lo hará feliz. El equipo se convirtió en una obsesión. Cuando está en New York, ve los partidos del Chelsea en Legends, un bar deportivo del centro, con otros fanáticos (y sus guardaespa­ldas, que vigilan con discreción). “Si uno va a sus casas o su yate, hay una pantalla virtualmen­te en cada sala, casi siempre con fútbol”, ha dicho uno de sus asociados cercanos.

El gran gasto de Abramovich vino acompañado de un estilo poco convencion­al. La mayoría de los dueños de equipos de fútbol miran los partidos, de traje, desde el palco del director, pero el dueño del Chelsea suele sentarse en jeans en un palco privado con sus amigos. Visitó menos el estadio durante los últimos cuatro años que cuando compró el club pero, inusual para un dueño, de forma esporádica se presenta en la cancha para entrenamie­ntos.

Abramovich manejó el club de forma agresiva. Tiene peso sobre las opciones de transferen­cia y entrevista a los potenciale­s técnicos, a veces incluso llevándolo­s a su casa de Kensington a través de una entrada subterráne­a para escudarlos de la prensa, según una persona que fue a una de esas reuniones. Su cambio de managers es legendario. Cuando reemplazó a Antonio Conte con Maurizio Sarri en julio, Sarri se convirtió en el 11° manager de Chelsea en 15 años.

Algo que no logró Abramovich con el Chelsea es ganar dinero —el club mostró ganancias antes de impuestos solo una vez, en 2014. Pero tener ganancias segurament­e nunca haya sido el punto, aunque puede embolsar un retorno decente si lo vende. Los asociados dicen que Abramovich vio al club como una forma de construir un legado. Parece que ese premio por ahora le huye. Con Scott Soshnick y Yuliya Fedorinova.

“Los dos flujos más grandes de dinero ilícito… viniendo a este país, a la ciudad, provienen de Rusia y China. Tenemos que negarles a estas personas el patio de juegos”.

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