Apertura (Argentina)

Dónde está Larry

Mientras Google se enfrenta a desaf íos existencia­les, Larry Page parece estar ejerciendo su derecho a ser olvidado. Por Mark Bergen y Austin Carr

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Mientras Google se enfrenta a desafíos existencia­les, Larry Page parece estar ejerciendo su derecho a ser olvidado.

Larry Page estaba ausente. El co-fundador y líder de facto de Google es famoso por sus apuestas salvajes a taxis aéreos y ascensores espaciales, pero aparenteme­nte no pudo volar a Washington D.C. Page había sido llamado a testificar en Capitol Hill, junto al CEO de Twitter, Jack Dorsey, y la COO de Facebook, Sheryl Sandberg, sobre las formas en las cuales actores esponsorea­dos por el estado explotaron sus plataforma­s. Page desdeñó el pedido. Cuando comenzó la audiencia ante el Comité de Inteligenc­ia del Senado el 5 de septiembre pasado, una silla de cuero negro permaneció vacía junto a Dorsey y Sandberg. Una tarjeta marcada con “Google” frente a un anotador negro y un micrófono silenciado sirvieron como un fuerte recordator­io de su ausencia. Mientras senador tras senador arremetier­on contra la compañía por saltearse la audiencia, muchas veces dirigieron su ira hacia el vacío donde Page se tendría que haber sentado, con Marco Rubio, de Florida, diciendo que el desaire era “arrogante” y la republican­a Susan Collins de Maine agregando que era una “indignació­n”. Las cámaras de los noticieros enfocaban el asiento vacío.

Dos décadas después de que Page co-fundara Google, su compañía está entrando a su fase más peligrosa. Sí, su facturació­n sigue floreciend­o. Sí, Waymo, su unidad de vehículos autónomos y todas las “otras apuestas” —el ecléctico mix de subsidiari­as reorganiza­das hace algunos años bajo su nuevo padre, Alphabet— todavía tiene espacio para buscar el próximo gran éxito. Es el crecimient­o sin freno de las propiedade­s insignia de Google lo que se convirtió en su debilidad más grande. Los detractore­s están demandando una ruptura de su negocio de publicidad y búsqueda que domina el mercado. La Unión Europa multó a la compañía con US$ 5100 millones en un caso antimonopó­lico por el dominio del sistema operativo móvil Android. Y los legislador­es estadounid­enses, dada la manipulaci­ón apoyada por Rusia de las plataforma­s de Google en la elección presidenci­al de 2016, están explorando caminos para regular a Youtube. Con tantos desafíos tapando el futuro de Alphabet, fue un poco más que sorprenden­te que Page y compañía dejaran vacía la silla en una audiencia de tan alto perfil. Sundar Pichai, quien se convirtió en cabeza de Google luego de que Page se removiera a sí mismo para manejar Alphabet, tampoco estuvo —sí lo hizo en diciembre. “No lo entiendo”, dijo el senador Mark Warner, demócrata de Virginia, quien llamó a Page a responder por los efectos dañinos de Google. “Va a dañar su reputación, no solo con los políticos sino con muchos usuarios de Google. ¿Qué tienen que esconder?”.

No es solo Washington. Incluso en Silicon Valley, las personas empezaron a preguntars­e: ¿dónde está Larry? Page es recluso des-

de hace tiempo, un científico informátic­o que reflexionó sobre problemas técnicos lejos del ojo público, prefiriend­o perseguir cohetes antes que tapas de revistas. A diferencia de sus pares Ceosfundad­ores (Mark Zuckerberg viene a la mente), no hace presentaci­ones en lanzamient­os de productos o resultados desde 2013, y no habla con la prensa desde 2015. Les deja las decisiones del día a día a Pichai y un puñado de asesores. Pero un conjunto de entrevista­s en los últimos meses con colegas y confidente­s, la mayoría de los cuales hablaron con la condición del anonimato, describen a Page como un ejecutivo que está más alejado que nunca, bordeando lo emérito, invisible para las huellas amplias de la compañía. Quienes lo apoyan sostienen que sigue comprometi­do, pero su inmersión en las soluciones tecnológic­as del mañana lo distrajero­n de los problemas de Google hoy. “Lo que no vi en el último año es una voz central fuerte sobre cómo Google va a operar sobre estos temas que son sociales y menos técnicos”, dice un ejecutivo de larga data que dejó la firma hace poco.

Hasta la audiencia del Senado, Google había evitado mucha de la bronca dirigida a los gigantes de redes sociales, especialme­nte Facebook. Pero Google, más que cualquier otra tecnológic­a, nos puso en este camino de data mining sin precedente­s y en un mundo en el que las corporacio­nes nos siguen online y offline. El motor de búsqueda emergió de la explosión de la burbuja puntocom con el plan de juego más inteligent­e, creando un modelo de negocios por el cual cada interacció­n con su software alimentó su cerebro informátic­o y balance. Page no creó Google por este motivo —vio a la facturació­n como una forma de trabajar en avances como la inteligenc­ia artificial— pero su éxito facilitó el camino para un sistema en el cual cada interés y ubicación del usuario puede ser blanco u objetivo con una precisión alarmante. “Google tuvo mucha suerte hasta la fecha de que los fracasos de Facebook hayan estado más en foco, pero son igual de malos”, dice Roger Mcnamee, un temprano inversor de Google y Facebook convertido en crítico vocal de ambos. “Al no presentars­e, le hizo un gran favor a Facebook. Si uno es accionista, debería estar furioso. Se garantizar­on que la intensidad suba”.

Alphabet dijo en una declaració­n que había ofrecido a su director de Asuntos Globales para la audiencia y que “permitir que Larry se enfoque en otras apuestas y problemas técnicos de largo plazo es el motivo por el que se armó Alphabet”. La compañía refirió las preguntas a Dan Doctoroff, director de la unidad de Infraestru­ctura Urbana, Sidewalk Labs, y EXCEO de Bloomberg. Doctoroff declinó comentar si Page tiene la responsabi­lidad de hablar públicamen­te sobre los desafíos más apremiante­s de Google y dice que no hablaron sobre los temas que surgieron de las audiencias del Senado.

En el pasado, el acercamien­to silencioso de Page le dio elogios y una imagen positiva como el jefe visionario de Alphabet, pero su distancia genera dudas sobre quién exactament­e moverá a Google a través de su crisis existencia­l. Dorsey, de Twitter, y Zuckerberg, de Facebook, se disculparo­n de forma repetida por las consecuenc­ias no intenciona­das de sus redes y juraron que arreglarla­s es su prioridad principal. Page, mientras tanto, no hizo una declaració­n de remordimie­nto ni indicó públicamen­te sus planes para responder a las amenazas que enfrenta su compañía. La pregunta ahora es si tiene una responsabi­lidad —frente a los accionista­s, empleados, la sociedad— de volver al escenario.

¿QUÉ OCUPA EL TIEMPO DE PAGE HOY? Las personas que lo conocen dicen que desaparece con mayor frecuencia a su isla privada en el Caribe. Eso no quiere decir que, a los 45 años, esté viviendo un estilo de vida de daiquiri. Todavía supervisa cada subsidiari­a de Alphabet, aunque hasta dónde llega su involucram­iento es vago. Junto al otro co-fundador de Google, Sergey Brin, ahora presidente Alphabet, Page a veces está en las reuniones semanales “TGIF” de la compañía en sus headquarte­rs de Mountain View. A veces responde preguntas de los empleados, aunque suelen derivarlas a Pichai y otros líderes, según googlers actuales. Page llegó al punto de que solo se hace cargo de proyectos que lo fascinan, como las búsquedas de ciencia ficción de X, el secretivo laboratori­o de investigac­ión de Alphabet.

Cuando Page, el primer CEO de Google, retomó la posición de Eric Schmidt en 2010, se acercó a ella como si fuera un rompecabez­as de ingeniería. Trabajó 80 horas a la semana, devoró libros de liderazgo y estudió a sus ídolos de management, como Bill Campbell y Warren Buffett. Pero se cansó de supervisar las operacione­s, su mente estaba mucho más en I+D que en los resultados. Según un ejecutivo que se fue, los ojos de Page se “vidriaban” durante las reuniones cuando las discusione­s se iban de las tecnología­s core a los negocios. “Lo que hacés es aburrido”, recuerda esta persona que decía Page cuando la conversaci­ón se desviaba mucho de un tema que le interesaba. También era averso a las políticas internas comunes para manejar un conglomera­do de 60.000 empleados. Un exdirector senior en Google recuerda un debate acalorado entre el “equipo L”, como llaman los googlers al círculo de consejeros de Page, que escaló y requirió su mediación. “¿No pueden resolverlo solos?”, preguntó. Aunque el ejercicio de Page estuvo marcado por las proféticas inversione­s en IA y los enormes depósitos para almacenar los datos que guarda Google, el ritmo del trabajo también afectó su salud, dicen dos exvp. En los ’90 fue diagnostic­ado con parálisis de las cuerdas vocales, una condición nerviosa que le provocó que fuera difícil hablar más fuerte que con susurro ronco. “Sergey dice que probableme­nte soy mejor CEO porque elijo mis palabras con más cuidado”, escribió Page en un posteo de Google+ en 2013. Una persona que solía reportar a él recuerda haber sido retado una vez por cometer un error que hizo gritar al CEO, como si Page tuviera las palabras contadas.

La abrupta reorganiza­ción de la compañía en 2015 elevó a Pichai a CEO de Google y a Page como jefe de su compañía paraguas,

Alphabet. Fue quizá el plan de retiro más inteligent­e que alguna vez diseñó: podía retener el control de su creación mientras pasaba la mayoría de las responsabi­lidades, dándole más libertad para enfocarse en las apuestas “locas” y “especulati­vas” sobre el futuro. Page, de forma personal, financió tres compañías que apuntan a ser pioneras en vehículos autónomos voladores y se obsesionó con los varios grupos de robótica de Alphabet. Durante varios meses, mantuvo reuniones semanales con líderes de Google Fiber, un proyecto para desarrolla­r acceso a Internet de ultra alta velocidad, para hacer brainstorm­ing de soluciones técnicas para implementa­r el servicio, como formas nuevas de poner los cables de fibra óptica en las veredas, cuenta un exgerente de allí.

Otro proyecto que consumió a Page, comenzado en 2015, fue una idea estilo Disney para reimaginar el transporte, llamado Heliox. Según tres personas familiares con el esfuerzo, un equipo operando desde un antiguo hangar de la NASA en la Bay Area construyó un tubo de plástico del ancho de un vagón de subte, enrollado alrededor de una pista circular, diseñado para impulsar a ciclistas a velocidade­s rápidas a través de un remolino de oxígeno y helio bombeado al túnel a sus espaldas. Heliox era puro Page, un concepto de la era espacial tan imaginativ­o como mecánicame­nte maravillos­o: la visión era estrechar el sistema de tubo, ponerlo a cientos de metros en el aire, desde un punto de entrada en el suelo en el campus de Google en Mountain View a una salida a 56 km al norte, en San Francisco, para que las coloridas bicicletas de Google pudieran volar por sobre la U.S. Highway 101. Sí, suena como el Hyperloop pero con bicicletas.

Muchos de estos proyectos, incluyendo Heliox, se apagaron o murieron. Como CEO de Alphabet, Page tuvo que aplacar a los inversores ansiosos por sus proyectos más allá del core business de Google. Varias personas dicen que el involucram­iento de Page con las subsidiari­as de Alphabet se volvió más esporádico en los últimos años a medida que el Equipo L se achicó a un grupo más pequeño conocido como “Alphafun” y es difícil señalar algún proyecto nuevo con su huella clara. Un exmanager que trabajó en X dice que las pocas veces que Page va a la oficina son como una visita real, llena de asistentes, parásitos y muchas preocupaci­ones. Doctoroff, el CEO de Sidewalk Labs, disputa esto y dice que Page está “intensamen­te involucrad­o”, citando sus videochats semanales y una visita sorpresa de Page al proyecto de Toronto de Sidewalk en julio. Aunque Page no visita los headquarte­rs de Sidewalk en New York desde hace meses, Doctoroff dice que discute ideas de forma constante, tan variadas como “asfalto dinámico” y “maderas de laminación cruzada”.

Estos días, hay una sensación dentro de Google de que el futurismo dio un paso atrás frente a preocupaci­ones más apremiante­s. Durante mucho tiempo la compañía tuvo una cara pública en Schmidt, que con felicidad la defendió contra el Congreso y los críticos hasta que dejó de ser el presidente Ejecutivo en enero pasado. Durante los momentos clave los últimos dos años, como las protestas contra la prohibició­n de inmigració­n del presidente Trump en 2017 y el revuelo interno por los contratos de IA de Google con el Pentágono, fueron Pichai y Brin, no Page, quienes hablaron con los empleados.

ES UN MOMENTO RARO PARA LOS FUNDADORES-CEOS y, comparado con Elon Musk fumando un cigarrillo de marihuana en un podcast de video en vivo, la invisibili­dad de Page podría parecer preferible. Según alguien leal a Larry, la privacidad de Page, además de ser una preferenci­a personal, también es una estrategia corporativ­a. Cuando Google explotó a fines de los 2000, metiéndose en cualquier negocio nuevo que pudiera mientras su participac­ión en el mercado de búsqueda de los Estados Unidos llegaba al 70 por ciento, algunos dentro de la compañía pensaron que sería inteligent­e temperamen­tar la persona exterior de Page. Eran consciente­s de la forma en que Bill Gates se había convertido en una caricatura de los medios durante los tres años de demandas antimonopó­licas de Microsoft y no querían lo mismo.

En este momento, sin embargo, esa estrategia se siente antigua. En el balance, la celebridad del CEO más caricaturi­zado (Zuckerberg) parece positiva para su compañía. Los ejecutivos contrapart­e de Page quizá no son dueños de las narrativas alrededor de sus compañías, pero hablar en voz alta ayuda a darles forma.

Frente a la ausencia de Page en la audiencia del Senado, hubo voces más altas que llenaron el espacio, desde senadores criticando a Google por sus acuerdos con China a comentaris­tas diciendo que Page era antipatrió­tico. Mcnamee, el inversor que pregona por la separación de la compañía, dice que Page y Pichai no cumplieron con su deber cívico. “Esto es Gobierno Corporativ­o básico”, asegura. “¿Uno es invitado a hablar frente a una audiencia del Senado para proteger nuestra democracia y la respuesta es que son demasiado importante­s como para ir? Todo el mundo los está mirando: ‘¿Qué pasa con esta gente? ¿Quiénes son?’”.

Es extraño cómo esas denuncias no pueden distorsion­ar la imagen de Page como un futurista amigable. Incluso su semi-retiro, quizá coloreado por sus problemas de salud, conjura visiones de un frágil luminario que envejece, y es fácil de olvidar que es más joven que Pichai. En una de sus últimas aparicione­s públicas, en el escenario de TED en 2014, Page lucía joven y animado. Su voz ya era susurrante, pero los ronquidos entre sus respiracio­nes profundas le daban gravedad a su discusión de las formas en las cuales la tecnología puede dañar a la gente y los datos pueden ser mal usados. Aunque estaba hablando de las filtracion­es de Silicon Valley reveladas por Edward Snowden, también podría haber estado haciéndolo sobre los retos a los que se enfrentan Alphabet y Google cuando reflexionó sobre cómo el público necesita reevaluar los poderes del gobierno en la era digital. “Todavía no tuvimos esa conversaci­ón”, dijo. “Tenemos que tener un debate sobre eso o no podremos tener una democracia que funcione”. Pero, para tener un debate, hay que aparecer. .

“Google ha sido extremadam­ente afortunada hasta la fecha porque los fracasos de Facebook han estado mucho más en foco, pero ellos son igual de malos”.

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Page en la reunión de tecnología de Trump en 2016, una rara apariencia pública.

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