Invento argentino
Hay una nueva generación de emprendedores que no solo fundan empresas sino también desarrollan desde cero sus productos y servicios. El desafío de llevar una idea a un prototipo que luego se transforme en un negocio.
Hay una nueva generación de emprendedores que no solo fundan empresas sino también desarrollan desde cero sus productos. El desafío de llevar una idea a un prototipo que luego se transforme en un negocio.
“Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”, decía el pintor español Pablo Picasso. Y esa actitud frente al trabajo se replica en cada uno de los casos de inventores a los que APERTURA convocó para conocer sus historias. Todos emprendieron y tienen la virtud de haber desarrollado un producto desde cero, pero muy lejos están de la idea del inventor clásico presente en el imaginario colectivo. Los inventores de esta época son constantes trabajadores que encuentran problemáticas, elaboran una solución y la bajan a la realidad. De la idea al prototipo y, luego, al mercado. Estos emprendedores-inventores vienen de formaciones diferentes y de industrias diversas, pero todos tienen en común el hecho de que a ninguno se le prendió la lamparita de un día para el otro, sino que sus creaciones son resultado de un arduo proceso que implica prueba y error, y un trayecto en el que estuvieron dispuestos a iterar y pivotear. “Empecé contándole la idea a muchas personas”, admite Rodrigo Córdoba, fundador de Tigoût. Lejos de celar su proyecto, este emprendedor buscó rodearse de feedback y de distintas opiniones que lo ayudaron a armar el dream team que fue capaz de darle vida a su visión de crear la primera máquina capaz de cocinar postres gourmet a partir de cápsulas. Muchos no se sienten inventores. Otros lo definen como su profesión. Eduardo Fernández, creador de Trabalitos, supo desde chico que quería ser inventor y hoy asegura que trabaja con un promedio de 100 ideas al año. Desde juguetes hasta artículos para el hogar o maquinaria agrícola, la cabeza creativa de Fernández no tiene límites. “¿Qué tiene todo esto en común? La actitud de inventar”. A diferencia de Fernández, Laura Cherny y Nicolás Demarco trabajan con la mentalidad de diseñadores que los caracteriza. El proceso proyectual que está detrás de sus creaciones tiene otro cantar. Pero comparten el mérito de haber visualizado un producto desde el boceto, con una innovación que revolucionó su mercado y lo materializaron en un negocio: el primer mate de silicona. Todos, además, pasaron por el, muchas veces, engorroso proceso de patentar su producto. Protegerlo en el país pero también en el mundo resulta un desaf ío que se suma a la carrera emprendedora. Muchos, como el caso de Sebastián Sajoux, de Arqlite, buscan el Tratado de Cooperación en materia de Patentes (PCT) para protegerse en el exterior, mientras que otros ven que las patentes quedan relegadas en sus industrias. Sebastián García Marra, de la tecnológica Less, opina que las innovaciones muchas veces avanzan a pasos más rápidos que los tiempos burocráticos de las patentes: “En definitiva, si hay un negocio masivo detrás, lo ganará el que juegue mejor sus cartas”. En un contexto donde crecen las economías colaborativas, la propia automotriz Tesla fue noticia por liberar más de 200 patentes en 2014 para facilitar la fabricación de vehículos eléctricos. La idea de que abrir el conocimiento va a repercutir en un beneficio para todo el sector es cada vez más compartida por sus distintos jugadores. Inventores, innovadores, emprendedores o diseñadores, a continuación, sus historias en primera persona.