Apertura (Argentina)

“La recuperaci­ón argentina dependerá de cuánta claridad política haya”

Carlos Zarlenga, presidente de General Motors.

- Por Juan Manuel Compte

El 30 de agosto fue dramático. A media mañana, el dólar se había disparado fuerte, hasta los $ 42. Como todos los asistentes al Council of the Americas, Carlos Zarlenga, presidente de General Motors Mercosur, estaba más pendiente de lo que ocurría afuera que adentro de los salones y pasillos del Alvear. “Qué locura…”, alcanzaba a responder, rápido, para salir del paso, a quien se lo cruzara en el hall del hotel, mientras salía rumbo a su headquarte­r en Vicente López. “Por esa devaluació­n, anunciamos un aumento de precios del 20 oir cuebti en un solo día”, recuerda, en la misma oficina a la que llegó aquel mediodía. “Tomamos la decisión entre cuatro personas y la ejecutamos al día siguiente. En 24 horas. Absolutame­nte rápido y con toda la autoridad para decidir”, explica. “Si uno mira 4, 5 años atrás, se da cuenta de toda la burocracia que había en la organizaci­ón. Antes, en la Argentina, no había autoridad para decidir los precios. Tenían que ser aprobados por mi equipo de Finanzas, en Brasil”, contrasta. Argentino, con décadas de carrera internacio­nal, inició su tercer año como presidente de GM Mercosur, división que unificó las operacione­s de la automotriz estadounid­ense en la región. Pese a que él está radicado en San Pablo, la nueva estructura integró el día a día de las filiales brasileña y argentina. Una reorganiza­ción que tuvo su prueba de fuego el año pasado. “Al unificar la operación, la toma de decisiones es mucho más rápida. En una crisis, eso ayuda muchísimo”, enfatiza. “El impacto de la devaluació­n se siente muy fuerte en nuestro sector. Tuvimos una política muy racional de precios. Decidimos no retrasar el aumento porque, de hecho, los márgenes no dan. Y, si no, uno retrasa a toda la industria y está en una situación constante de pérdida”. ¿Afectó a la rentabilid­ad? Desde el punto de vista de rentabilid­ad, tanto en la Argentina como en Brasil, la industria no tuvo un buen resultado. Nosotros tampoco. Y eso está 100 por ciento correlacio­nado con las devaluacio­nes. La del peso fue mucho más marcada. Pero el real, también, se depreció en más del 25 por ciento. Fue un año de rentabilid­ad dif ícil. Pero este es un negocio de largo plazo. Seguimos construyen­do sobre lo que veníamos haciendo. En diciembre, GM anunció siete lanzamient­os en la Argentina para 2019. Con un mercado menor al que se esperaba hace un año, ¿se alteró el plan comercial? Es un balance. Brasil crecerá poco más del 10 por ciento, a 2,85 millones de unidades. La Argentina es un interrogan­te. Todos coincidimo­s en que la primera mitad continuará con la tendencia que vimos en el último trimestre. Eso, anualizado, sin estacional­idad, da una industria de 630.000 o 640.000 unidades. Las 700.000 no están fuera de la posibilida­d. Probableme­nte, más que eso será dif ícil. ¿De qué dependería que se alcancen esas 700.000 unidades? Tres cosas impactaron al sector el año pasado. Es muy dif ícil financiar un auto a estas tasas. Hay incertidum­bre en el consumidor. Un auto es el segundo ítem más caro que una persona comprará en su vida, después de su casa. En un escenario de poca confianza, no muchos van y hacen ese compromiso. El tercer punto es la relación entre los aumentos de precios y los salarios reales. Según cómo evolucione­n inflación y sueldos, podrá haber una recomposic­ión de la industria. Pero dif ícilmente la veo por encima de las 700.000. Por más que en la segunda mitad del año haya una buena recuperaci­ón, en esta industria, el mayor volumen se genera en la primera mitad. ¿Influirá el año electoral? Depende. En Brasil, la elección fue en noviembre y el problema no fue ese, sino que hubo una indefinici­ón importantí­sima acerca de quiénes eran los candidatos con mejores chances hasta la primera rueda. Lo que ocurra en la Argentina dependerá más de eso: de cuánta claridad haya. Será un proceso largo. A nivel industria, todavía hay 240.000 autos en stock. Nunca tuvimos como objetivo llenar a los concesiona­rios de inventario. Eso nunca es bueno. Sin duda, nuestra red tiene un nivel mayor al que necesita. Lo que pasa es que la caída que intentamos anticipar en la segunda mitad fue bastante más importante. Pese a todo lo que hicimos (cortes de producción, sacarle unidades al mercado argentino y ponerle más a Brasil), no llegamos a ajustar todo el nivel que queríamos. Eso se está estabiliza­ndo ahora. Es un problema que se resolverá a lo largo del primer trimestre. ¿Con qué volumen de producción terminó Rosario? Cerca de 40.000. Para este año, esperamos crecimient­o. Pero fue caída contra 2017. Más o menos. Hubo una aceleració­n importante en el cuarto trimestre de 2017, que fue para ventas de 2018. ¿Qué pasó? Esperá-

bamos una industria un poco más fuerte en Brasil y no esperábamo­s esto en la Argentina. La forma correcta sería sumar los dos años y dividir por dos. Si se hace eso, no da tanto la caída. Debe oscilar entre 47.000 o 48.000 unidades por año. ¿La devaluació­n mejoró la competitiv­idad del Cruze para exportar a algún mercado además de Brasil? Nuestro programa de Cruze es para la Argentina y Brasil. Estamos cumpliendo con lo que fueron las expectativ­as de la inversión. El problema de Cruze, en este momento, es más de rentabilid­ad por el tipo de cambio. Por todos los componente­s importados que tiene y la capacidad de generar precio en Brasil es menor. Pero, en share y volumen, estamos muy bien. ¿Cómo marcha el proyecto, de US$ 500 millones, para fabricar un nuevo modelo en Rosario? Sigue. Ya hay trabajos en planta. El auto se empezará a vender a fines de 2020, inicios de 2021. Ese es el escenario en este momento. ¿Cuándo develarán el modelo? Probableme­nte, cinco minutos antes de empezar a venderlo (se ríe). Será un entrada de segmento sobre los que ya participam­os. Todavía, tenemos productos que vender hasta entonces. Bolsonaro y después “El auto será un producto global. Completame­nte nuevo”, desliza Zarlenga. “De hecho, estuve manejando hace poco las unidades de test en Brasil. Y está muy bueno”, sugiere el ejecutivo, quien no desaprovec­ha oportunida­d para sentarse al volante de un vehículo, sea de serie o competició­n. No es la única novedad que trae desde el país en el que reside. GM es el mayor fabricante de vehículos de Brasil (unas 400.000 unidades en 2018) y, también, la que más vende (433.955 coches el año pasado, 17,6 por ciento de share). Situación que pone a Zarlenga de testigo privilegia­do del proceso que se inició en ese país. No tuvo contacto directo con Jair Bolsonaro pero sí con gente de su equipo económico, aclara. “Demostraro­n vocación de escuchar. Están hablando con la gente correcta y haciendo las preguntas correctas”, resume. La industria automotriz es de lo poco que funciona integrado en el Mercosur. ¿Cómo ve que Brasil, con Bolsonaro, avance en acuerdos de libre comercio con otros bloques y países? Ahí hay un punto interesant­e. Cuando uno habla de acuerdos de libre comercio en el mundo de hoy, el paradigma es distinto al de hace 20 años. Gente del gobierno de Bolsonaro comentó algo interesant­e. Dijo: “Históricam­ente, las negociacio­nes eran de reduccione­s de aranceles. Ahora, muchos de los mercados destino son países que ya no tienen tarifas”. Entonces, no es esa la negociació­n. Brasil y la Argentina, juntos, son el cuarto, quinto, mercado automotor del mundo por capacidad de producción. Que tenga capacidad de exportar no es una discusión externa de negociació­n de libre comercio. Es interna, de generación de competitiv­idad. El que crea que, en la industria automotriz, la competitiv­idad está de la puerta de la fábrica para adentro se equivoca. ¿Por qué? Porque nadie desarrolla un proceso de manufactur­a diferente para

fabricar un auto cuando el modelo es global. No se fabrica distinto que en cualquier otro lugar. Porque costaría mucho dinero. Es, exactament­e, el mismo proceso. La gente es igual de productiva. Rosario es una de las plantas más modernas de GM y Gravataí (Brasil), una de las más productiva­s de la compañía en el mundo. ¿Dónde está la competitiv­idad, entonces? Está en la infraestru­ctura. Está en los impuestos. En la reforma laboral. En el costo de logística. Y en los impuestos. Ahí está la gran dificultad. Porque eso es lo realmente dif ícil de cambiar. Ese es el principal desaf ío del Gobierno. Y el equipo de Bolsonaro lo entiende mejor ahora que durante la campaña. Con Temer, Brasil aprobó la reforma laboral y el Rota 2030, un ambicioso plan sectorial para la industria automotriz. ¿No produjo mejoras de competitiv­idad en esos puntos? El Rota 2030 no las genera. Es más: esa es su principal falla. No genera ningún tipo de mejora en competitiv­idad. Básicament­e, propone una cuerva de emisiones a futuro y un porcentaje muy pequeño de las inversione­s en investigac­ión y desarrollo que se pueden deducir del impuesto a las ganancias. Después, sobre el final, se juntaron sobre eso los incentivos estaduales que tienen tres automotric­es, que se engancharo­n en la aprobación de la ley. Pero, desde el punto de vista de atacar competitiv­idad, no lo veo como algo que vaya a ser un cambio. Es más: es una oportunida­d perdida, que tiene que ser discutida con el nuevo gobierno. En 2019, vence el actual acuerdo de la Argentina con México. ¿Sería convenient­e avanzar al libre comercio? Somos empresas globales. La apertura comercial, siempre, es positiva para nosotros. Pero hay que balancearl­a con el nivel de empleo e inversión industrial­es que se pretendan. Nosotros estamos dispuestos a hacer las dos cosas, a ir por cualquiera de los dos caminos. Lo importante es tener una visión de mediano plazo. Porque, si se cambian las reglas a mitad de camino, es problemáti­co. Es muy prematuro ir al libre comercio con México ahora. Pero una conversaci­ón de mediano plazo es positiva y debe ocurrir. Pero, ¿a GM le convendría? México tiene un footprint muy alineado con los Estados Unidos. Podría haber algunas oportunida­des. Pero, frente a un escenario de apertura absoluta, con estos niveles de diferencia de productivi­dad, no hay un caso de exportació­n del Mercosur a México. También es un momento clave para el “flex” que rige el comercio automotor entre la Argentina y Brasil. Estamos en la misma situación. Es una buena oportunida­d para discutir el ajuste. Pero asociado al libre comercio con otros mercados… En definitiva, hacia los puntos a converger. De 1,5 a 5 o 7, junto con una reducción de tarifas graduales con Europa; o con México… Ese debería ser el camino. Tener una visión de bloque. Como GM en la región. Hay una discusión interminab­le en las empresas. ¿Cómo se diseña la cajita, la unidad de negocio? La Argentina, por ejemplo, no tiene desarrollo de producto. El 80 por ciento de lo que vende acá se fabrica en Brasil y el 80 por ciento de lo que produce se exporta a allá. La estructura de manufactur­a es globalment­e integrada. Es decir, tiene una base de exportació­n y manufactur­a que, ni siquiera, está conectada con el mercado local, que depende más de la suerte que tenga el Onix. ¿Qué es, entonces? Un equipo de marketing y ventas. ¿Para qué organizar toda una estructura alrededor de eso? Prefiero hacerlo orgánico. El 83 por ciento de lo que vendo en el Mercosur lo fabrico en el Mercosur. Tenemos ingeniería y sourcing localizado­s así. Todo, realmente, dentro de la caja “Mercosur”. ¿Por qué es importante? Porque, si no, se empiezan a tomar decisiones y nada funciona. Porque hay que llamar a gente de afuera. Eso es lo que intentamos: encontrar los lugares en los que hay una “caja” real. ¿Mejoró eso la situación, de cara a nuevas inversione­s? Si uno mira a las terminales y a los proveedore­s, el 80 por ciento de la inversión total del Mercosur es de empresas globales. Por el volumen de esos desembolso­s, son decisiones que no se toman en el Mercosur. Hoy, la esencia del Mercosur es invertir para un mercado local defendido con una tarifa del 35 por ciento. ¿Es dif ícil un Mercosur como plataforma exportador­a? Las inversione­s netamente exportador­as se hacen en Corea, México… En otros lugares. Tenemos que lograr que esas decisiones globales de inversión, que condiciona­n a la mayoría de los que vivimos acá, sean proyectos netamente exportador­es. Pero tenemos que ser más competitiv­os que aquellos que se llevan las inversione­s. ¿Cómo? Básicament­e, cuatro cosas: estabilida­d del país, estabilida­d laboral, estabilida­d de tipo de cambio y competitiv­idad. Si esas cuatro cosas funcionan, se pueden tener programas exportador­es. Ahora viene la gran pregunta: ¿cómo puede ser que tengamos una industria en el Mercosur, con capacidad para producir 4 millones de unidades, sin programas netamente exportador­es? En esta industria, la capacidad es la esencia de la eficiencia de costos. Y, acá, tenemos la escala. ¿Entonces? El tema es que nuestra eficiencia es tan atroz. Los dos gobiernos que tenemos ahora, los del presidente Macri y el presidente Bolsonaro, tienen una oportunida­d de una discusión seria este año para arreglar la competitiv­idad, de visión a futuro. Sobre todo, con Brasil como locomotora. Porque, además, esta industria cambiará. Se viene un borrón y cuenta nueva. Todas las inversione­s serán para eléctricos. Ese es el escenario de los próximos 10 años. Si logramos generar una cadena de producción y de supply chain extremadam­ente eficiente para la electrific­ación, tendremos la oportunida­d de exportar. Es una gran oportunida­d. En los diálogos con Detroit para futuros proyectos, ¿ya se habla de eléctricos? Para el plan actual de producción hasta 2020, todavía, no tengo eléctricos. Pero no me sorprender­ía que, dentro de poco, eso ya comenzase a evoluciona­r. <AP>

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Zarlenga, en el headquarte­r de Vicente López: “El que crea que la competitiv­idad está de la puerta para adentro de la fàbrica se equivoca”.

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