Apertura (Argentina)

Trabalitos Inventar como actitud de vida

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Eduardo Fernández se define como inventor profesiona­l. Seguidor de los pasos de José Biro, el famoso inventor de la birome a quien llegó a conocer, y fundador de la Escuela Argentina de Inventores y del Foro de Inventores, asegura que son patentable­s un promedio de dos inventos por año aunque para eso trabaja sobre 100 ideas. Uno de los inventos que más reconocimi­entos le trajo recienteme­nte es Trabalitos, un juguete compuesto por piezas rectangula­res de goma EVA con encastres que ideó en 2006 y que en 2008 se convirtió en negocio. “El producto surgió como respuesta a la necesidad de hacer maquetas y prototipos de manera simple, sin herramient­as ni pegamentos”, explica sobre su invención. Este “juguete para hacer juguetes”, como lo define el creador, permite hacer miles de combinacio­nes con sus piezas y apunta a un público amplio que va desde chicos en jardín de infantes hasta estudiante­s universita­rios o adultos mayores. “Ideas tiene cualquiera. Transforma­rlo en producto es otra cosa”, advierte el inventor que, junto a Nicolás Di Prinzio, llevó adelante todo el proceso de desarrollo del juguete incluyendo la matricería, el packaging, el logo y montó la fábrica en Quilmes para el juego que se vende por $ 790 en Mercadolib­re y algunas juguetería­s de Capital Federal. “Un invento es algo elaborado, no es producto de la casualidad. Implica algo de inspiració­n, algo de creativida­d. Pero eso son cinco minutos. El resto es todo trabajo”, reconoce el cocreador del juego en el cual los socios invirtiero­n cerca de US$ 60.000 para darle vida. Parte de ese monto (unos US$ 10.000) estuvo destinado a patentar el invento en los Estados Unidos, además de la patente en la Argentina. El inventor asegura que decidió patentar en el primer país, principalm­ente, porque era una ventaja en cuanto al tiempo. “En la Argentina una patente tarda en salir entre ocho, nueve años o más. En los Estados Unidos la conseguís en 18 meses”, sostiene. En segundo lugar, la decisión vino de la mano de entrar a un mercado más grande y estar protegido allí, asegura el creador del invento que hoy busca exportarse. “Lo pienso, lo digo, lo hago y lo vendo. Nosotros cumplimos todo el circuito”, diferencia. Como inventor, Fernández se interesa por crear soluciones a problemas concretos que resultarán siempre en productos tangibles. La condición para que estos no queden solo en una buena idea es que haya un mercado potencial. “Estamos todo el día escuchando quejas, porque donde hay un problema, hay una oportunida­d. Leyendo los diarios, el noticiero. Con esa lógica, entonces la Argentina es un país de oportunida­des, porque estamos rodeados de problemas”, reconoce el inventor que hoy está trabajando en soluciones para el agro. Su camino en esta profesión lo llevó, incluso, a ser contratado por empresas para hacer inventos a pedido. Pero en su historial tiene otras creaciones que lo enorgullec­en, como un cesto anti vandalismo que creó en diciembre de 2001, luego de ver las noticias en el diario. También menciona a Descorjet, un destapador de champagne que creó junto a otro inventor, Hugo Olivero, luego de que un amigo que trabajaba como mozo les contara que cada noche terminaba con las manos lastimadas por descorchar botellas. Hoy el invento se comerciali­za en 20 países y sus creadores todavía cuentan con alegría cómo se vende por 90 euros en las góndolas de El Corte Inglés, en España. Con este, también, ganaron el concurso Naves del IAE Business School. “¿Qué tienen en común un juguete flexible con el champagne o un cesto de basura? Nada… Solo la actitud de inventar”, reflexiona.

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