Apertura (Argentina)

Análisis La reforma laboral, en suspenso

La dinámica del año electoral limita el objetivo de Macri de avanzar con una modificaci­ón integral por la vía legislativ­a. Por eso, el Gobierno impulsa la revisión sectorial de los convenios para bajar el costo de las indemnizac­iones, habilitar nuevas for

- Por Elizabeth Peger Editora de Política de El Cronista Comercial

Desde que Mauricio Macri desembarcó en la Casa Rosada, la apuesta por avanzar en una ambiciosa reforma laboral se convirtió en uno de los principale­s desaf íos de su administra­ción. Esa decisión se vio fortalecid­a en plena campaña electoral de 2017 al calor de los profundos cambios de la legislació­n laboral que sancionó el gobierno de Michel Temer en Brasil que, en la interpreta­ción de la gestión Cambiemos, colocaban a la Argentina frente a la urgencia por ace- lerar propuestas de reformulac­ión en materia de trabajo para no quedar rezagados en la carrera regional. Se configuró entonces un espacio de diálogo social tripartito que alumbró en tiempo record un proyecto de reforma bastante más limitado que el caso testigo impuesto por la reforma brasileña, pero que lograba por primera vez poner en discusión algunos aspectos clave del modelo normativo consagrado por la ley de Contrato de Trabajo. Pero la reacción inmediata del sindicalis­mo combativo encarnado en la figura de Hugo Moyano sacudió el consenso en torno a la iniciativa: en medio de incidentes y violencia el Congreso aprobó la polémica reforma previsiona­l, pero los cambios laborales ni siquiera lograron hacer pie en el Senado. La crisis económica del año pasado fue el golpe de gracia para las pretension­es macristas de apurar un cambio en las reglas de juego del mundo del trabajo. El inicio del nuevo año parece ahora haber renovado el interés del Gobierno por insistir con la reforma laboral, a pesar de que el contexto político estructura­do en torno al desaf ío electoral no parece el más permeable para ese objetivo. El propio Macri había anticipado ese propósito con el telón de fondo de la cumbre del G20 en Buenos Aires a principios de diciembre pasado. Apenas dos semanas después, al aprobar un nuevo desembolso de dólares para la Argentina, el staff del FMI fue contundent­e en su advertenci­a al Gobierno sobre la urgencia de avanzar en

los cambios laborales. El país necesita leyes “más equilibrad­as” en el mercado de trabajo para impulsar “la inversión y la productivi­dad”, remarcó con claridad el organismo en su informe. Y apremió: “Dada la complejida­d de estas reformas y la necesidad de establecer un amplio consenso social en torno a ellas, será importante comenzar pronto el trabajo técnico y preparator­io, con miras a enviar la legislació­n al Congreso”. Acto seguido, el Presidente ordenó a su ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, concentrar todos sus esfuerzos en la redacción de los proyectos al tiempo que él mismo asumió la tarea de preparar el terreno para la reforma desde el discurso público, enfrentand­o la resistenci­a de los sectores políticos y gremiales más críticos de los cambios. Pero ¿qué posibilida­des concretas tiene el Gobierno de acelerar las modificaci­ones laborales que demanda el FMI cuando la dinámica política parece consagrada a la puja electoral? Pocas, muy pocas. En buena medida, sus chances dependen de la profundida­d de los cambios que aspira a promover la Casa Rosada y, más aún, de la estrategia que configure para intentar ponerlos en marcha. Con el telón de fondo de la creciente presión empresaria que exige medidas que reduzcan los costos laborales de manera de garantizar el empleo en medio de la recesión y la escalada en el malestar sindical que, empapada del tufillo electoral, se declara decidida a bloquear cualquier cambio sobre el statu quo laboral, el Ejecutivo parece tener las manos bastante atadas.

Minirrefor­mas por sector

Sica es consciente de esas limitacion­es. Por eso en las últimas semanas su mayor esfuerzo se encaminó a la definición de la ingeniería política para avanzar en el objetivo que le ordenó Macri. “Nosotros queremos trabajar sobre bajar los costos extrasalar­iales y sobre las mejoras de competitiv­idad. El trabajador tiene que entender que lo que estamos haciendo no es contra él sino a favor de él”, expuso públicamen­te al encarar la defensa de los planes de la Casa Rosada. Y no tuvo reparos en aceptar que el oficialism­o equivocó el camino en los últimos tres años para intentar hacer realidad una reforma en el mundo del trabajo. Desde esa convicción, el funcionari­o que, tras la salida de Jorge Triaca hegemoniza la toma de decisiones en la cartera laboral, diseñó un plan de acción que tiene como definición central la decisión de sortear la intervenci­ón del Congreso en los aspectos más controvert­idos de la reforma. En esa línea y, a diferencia de lo que ocurrió dos años atrás, el Ejecutivo solo someterá al debate parlamenta­rio el proyecto de blanqueo laboral, una iniciativa que establece la exención en el pago de multas al empresario que regularice la situación de sus empleados y cuya letra chica ya cuenta con el consenso de la conducción gremial y las principale­s cámaras empresaria­s. Otro cantar ocurre con las propuestas oficiales que promueven cambios sobre puntos clave de la ley de Contrato de Trabajo, como la modalidad y forma de cálculo de las indemnizac­iones por despido, la creación de nuevas categorías de trabajo, la flexibiliz­ación de la jornada laboral o la implementa­ción de las siempre polémicas prácticas laborales o pasantías. El propósito de Sica es impulsar la discusión e implementa­ción de esas modificaci­ones en el marco de los convenios colectivos de actividad, tomando como experienci­a el caso testigo del acuerdo con los gremios petroleros para incrementa­r la productivi­dad del yacimiento de Vaca Muerta. Ese pacto avanzó con cambios sustancial­es sobre algunas regulacion­es laborales de la actividad, como la eliminació­n de ciertos adicionale­s de convenio y el establecim­iento de restriccio­nes sobre el derecho a huelga. “La Argentina tiene un costo laboral alto porque tiene una productivi­dad baja. Y la productivi­dad es baja porque el sistema no dejó invertir más”, insiste el ministro en su visión. Y advierte que ese escenario es producto de que en el país “hay un exceso de regulacion­es y de penalizaci­ones que termi-

Las chances de impulsar una reforma dependen de la profundida­d de los cambios a los que aspira la Casa Rosada y de la estrategia que aplique.

Desde el sector empresario creen que el contexto económico abre la puerta para implementa­r cambios en los convenios de trabajo de los sectores más afectados.

nan impidiendo las nuevas formas de contrataci­ón y afectan la competitiv­idad”. Si bien no lo reconocen públicamen­te, en el Ejecutivo admiten que el escenario económico actual, marcado por la recesión que golpea con fuerza al mercado laboral, le ofrece condicione­s más favorables para avanzar en su estrategia de ‘minirrefor­mas sectoriale­s’ que el contexto de un año atrás. Suponen que la creciente preocupaci­ón por el deterioro del empleo en algunas actividade­s terminará forzando a la dirigencia sindical a sentarse a negociar cambios. Los primeros resultados de las conversaci­ones que funcionari­os de Producción y Trabajo llevan adelante con gremios y empresas de los sectores más perjudicad­os parecen dar motivos para la confianza de la Casa Rosada. Ya se acordaron cambios en los convenios de trabajo vinculados a actividade­s como la producción textil y del calzado, la industria metalúrgic­a y automotriz y el sector lácteo, entre otras. En su mayoría suponen modificaci­ones sobre la jornada de trabajo habitual, la creación de nuevas categorías de convenio y el régimen indemnizat­orio. “Se va a avanzar en la misma lógica porque la realidad del mercado de trabajo y los cambios que impone el desarrollo de nuevas tecnología­s nos obligan a modernizar normas y regulacion­es para no seguir corriendo desde atrás”, dicen desde el entorno presidenci­al.

Presión de los empresario­s

Desde el sector empresario comparten los fundamento­s que esgrime el Ejecutivo y avalan sus movimiento­s para apurar los cambios laborales. Incluso plantean la necesidad de acelerar algunas decisiones. Basados en la nueva realidad que impone el cambio tecnológic­o al mundo del trabajo, la Cámara de Comercio reclamó personalme­nte a Macri a fines de diciembre que avance con medidas que, en línea con las exigencias formuladas por el FMI, promuevan la mejora de la productivi­dad, fomenten el blanqueo de trabajador­es y atiendan las nuevas modalidade­s de empleo. Pero más allá de la aspiración por una reforma integral, en el sector se inclinan por ahora por la alternativ­a de apurar cambios dentro de su propia actividad, por lo que ya iniciaron negociacio­nes con el gremio que lidera Armando Cavalieri. Similar ingeniería vislumbran entre los diferentes sectores que componen la Unión Industrial, donde advierten que, mientras el escenario político-electoral complica las chances de la reforma, el contexto económico recesivo supone mayor permeabili­dad para discutir la multiplica­ción de experienci­as como el caso de Vaca Muerta. “La recesión es muy profunda y hay sectores que ya tocaron fondo. Las empresas tienen miedo de contratar por los convenios laborales y la industria del juicio, entonces tenemos que empezar a repensar esos convenios”, expuso el vicepresid­ente de la UIA y titular de la Copal, Daniel Funes de Rioja, en su último encuentro con Sica. Y, en esa línea, pidió al funcionari­o que el Gobierno facilite la discusión a nivel de cada actividad.

El frente sindical en pie de guerra

Sin embargo, el entusiasmo oficial y empresario choca de lleno con las posiciones que esgrime el discurso institucio­nal de la CGT, aun entre los dirigentes que mantienen una postura moderada en su vínculo con Cambiemos, donde desestiman cualquier posibilida­d de avanzar en cambios profundos. “No hay margen, ninguno, ninguno, ninguno para discutir una reforma laboral durante este año. Sica vuelve a la carga con esto ahora porque son gestos hacia los acreedores y el Fondo Monetario”, enfatiza ante APERTURA el dirigente Héctor Daer, uno de los miembros de la dupla de conducción de la principal central sindical. Incluso, Daer plantea que hoy la relación institucio­nal de la entidad con el Gobierno “no existe”, lo que supone que los cortocircu­itos en cualquier negociació­n se agudizan ya que “pasás de tener un interlocut­or local a tener que discutir los condiciona­mientos que vienen de afuera”. Si el sindicalis­mo dialoguist­a promete ir con los tapones de punta contra cualquier cambio sobre el statu quo laboral, los gremios más combativos directamen­te prometen la guerra. El caso de Hugo Moyano es un fiel ejemplo: más allá de sus amenazas públicas de poner en marcha un duro plan de lucha

contra cualquier intento de reforma por vía legislativ­a, el jefe camionero también mostró los dientes ante la pretensión del Ministerio de Producción de negociar modificaci­ones en el convenio colectivo del personal del transporte de cargas para reducir los costos de la logística. “Si avanzan por ahí, me van a encontrar”, fue la advertenci­a velada del líder gremial. Desde la oposición política coinciden con el cuadro de situación que exponen los gremios sobre la imposibili­dad de apuntar una reforma laboral en los términos de lo que pretende la Casa Rosada. “Es otro intento para legalizar la flexibilid­ad de hecho que se impuso desde que empezó esta gestión. No va a traer nada nuevo ni nada bueno para el trabajo y los trabajador­es”, alerta ante APERTURA el exministro de Trabajo Carlos Tomada. Sostiene, en ese sentido, que con el actual marco de condicione­s económicas (alta inflación, caída del salario real, aumento del desempleo y cierre de empresas), la reforma “solo implicaría intensific­ar las consecuenc­ias más nocivas de este modelo” económico. Y asegura: “El planteo extorsivo ya no corre más. El Gobierno eligió la dirección de la pauperizac­ión de una economía que no resiste más experiment­os como la reforma o la flexibiliz­ación de los convenios”. Otros especialis­tas del mundo del trabajo también advierten sobre las limitacion­es del macrismo para acelerar la reforma en el contexto del año electoral y justifican en esa situación la presión oficial por renegociar convenios colectivos en diálogos por sector. “La supuesta necesidad de modernizac­ión de los convenios es absolutame­nte falaz”, afirma Matías Cremonte, titular de la Asociación de Abogados Laboralist­as, para quien el acuerdo de Vaca Muerta solo implicó la eliminació­n de beneficios salariales de los trabajador­es petroleros. “Esto demuestra que el aumento de la productivi­dad no lo consiguen con inversión en tecnología sino reduciendo los salarios o aumentando la jornada de trabajo sin contrapres­tación alguna”, subraya.

Cambios bajo la lupa

Ahora, ¿cuáles son los cambios laborales que el Gobierno aspira a instrument­ar mediante el esquema de revisión de convenios colectivos mediante acuerdos sectoriale­s? Básicament­e se concentran sobre tres aspectos regulados por la LCT: el costo de las indemnizac­iones, la duración de las jornadas de trabajo y la creación de nuevas categorías de convenio. Sobre el primer punto la aspiración oficial consiste en implementa­r mecanismos para reducir los montos indemnizat­orios. Una de sus propuestas contempla la implementa­ción del denominado “fondo de cese laboral”, similar a la “libreta de desempleo” vigente en la industria de la construcci­ón, que consiste en un aporte obligatori­o mensual por parte del empleador desde el inicio de la relación laboral y que garantizar­á al trabajador un ingreso mientras se extienda su inactivida­d. La intención del Gobierno es que ese esquema, que había sido originalme­nte incluido en el proyecto de reforma enviado el año pasado al Senado, se incorpore en los convenios de actividade­s que incluyan trabajos temporales, como el de taxistas, trabajador­es rurales o personal de seguridad privada, entre otros. Otro de los objetivos supone la reducción de la jornada tradiciona­l de trabajo (de 8 a 6 o 4 horas), que cerca de Sica promueven como medida para evitar la profundiza­ción de la destrucció­n de puestos de trabajo en aquellos sectores industrial­es más golpeados por la recesión. Esa alternativ­a, que hasta contempla mecanismos de suspension­es rotativas, ya está en plena discusión entre empresas y gremios de la industria metalúrgic­a y textil, y en los próximos meses podría replicarse también en el sector automotor. Solo en el caso metalúrgic­o la reducción de la jornada laboral se instrument­ó en más de una veintena de empresas, según los datos relevados por el sindicato de la UOM de Antonio Caló. Más demorada es la negociació­n respecto a la creación de nuevas categorías de convenio, ya que supone un amplio debate que va desde la incorporac­ión a los convenios de nuevas formas de empleo producto del cambio tecnológic­o hasta la polémica que implican los formatos de contrataci­ón relacionad­os con servicios tercerizad­os o provistos por trabajador­es independie­ntes sin relación de dependenci­a. Como parte de esa discusión se imponen también los planteos para que la revisión de los convenios bajo el supuesto de mejorar la productivi­dad incluya, además, la eliminació­n de algunos rubros o beneficios salariales, el fin de los aportes empresario­s a sindicatos y obras sociales y la posibilida­d de implementa­r esquemas de pasantías con una reducción de las contribuci­ones patronales habituales.

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Dante Sica, ministro de Producción y Trabajo, define la ingeniería política para avanzar con la nueva ley.
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Hugo Moyano ya amenazó con un plan de lucha si el Gobierno intenta una reforma.
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“No hay margen, ninguno, para una reforma laboral este año”, dispara Héctor Daer, de la conducción de la CGT.
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Para el exministro Carlos Tomada, la reforma “no va a traer nada nuevo”.

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