Apertura (Argentina)

Made in USA

Ante la falta de competenci­a, varios emprendedo­res estadounid­enses vieron una posibilida­d de negocio para satisfacer a los amantes de la gastronomí­a de ese país. Bagels, alitas de pollo, ribs y pizzas forman parte de una cultura que tienta tanto a locales

- Por Javier Ledesma

Imposible no tentarse al ver al cool Tony Manero, interpreta­do por un veinteañer­o John Travolta, pavonearse por las calles de su barrio mientras devora una porción de la típica pizza neoyorquin­a. Dif ícil no querer hincarle el diente a las ribs con barbacoa que religiosam­ente come Frank Underwood en House of Cards. Las series y películas ayudaron a construir una cultura alrededor de la gastronomí­a estadounid­ense y la potenciaro­n hasta transforma­rla en un mercado tentador. En el último tiempo, en algunos casos por nostalgia y otros por instinto para los negocios, varios estadounid­enses fundaron emprendimi­entos en la Argentina para replicar los sabores típicos de su país y saciar a un nicho. Ahora, varios de ellos con su primer año a cuestas, ya muestran su crecimient­o y sueñan con franquicia­r o sumar sucursales. Se calcula que son más de 60.000 los estadounid­enses que residen en el país, con una gran parte de ellos –25.000, según los datos de 2016– habitando dentro de los confines de la General Paz. La fascinació­n por el estilo propio de la cultura gastronómi­ca estadounid­ense inspiró a más de un emprendedo­r argentino que disfrazó su restaurant como un típico diner o mezcló dentro de su menú algunas de las recetas más populares. Sin embargo, los ortodoxos del paladar negro made in USA plantean que todas estas versiones no se acercan a las originales. Que las alitas son más picantes y crocantes allá, que los bagels son más esponjosos en Manhattan y que los clásicos sándwiches de Filadelfia tienen un relleno más sabroso. Para ellos, ese es su secreto para crecer. “En este país probé al menos cinco philly cheesestea­k y eran todos muy malos. Creo que los que los hacían solo habían escuchado qué era y lo habían hecho sin probarlo antes o al menos investigar”, comenta Mark Schwerin, el california­no que, junto a su esposa Dolores Herrero Quintana, fundó The Stand. Este restaurant, en Córdoba y Mario Bravo, se volvió popular tanto entre expatriado­s como argentinos por su peculiar versión estadounid­ense de las, para muchos, intocables empanadas. La frustració­n de no encontrar réplicas fieles en Buenos Aires de las comidas que solía disfrutar en su San Francisco natal lo llevó a considerar abrir su propio local, a pesar de nunca haber estado relacionad­o con la industria gastronómi­ca. Tras un largo debate con su pareja y un viaje de tres meses a los Estados Unidos, decidieron invertir US$ 40.000 junto a un socio para comprarle el espacio, que funcionaba como una parrilla, a un fondo de comercio. Ensaladas, sándwiches y hamburgues­as fueron las principale­s opciones del menú en un comienzo pero el negocio no terminaba de despegar. Ante la meseta, Schwerin optó por patear el tablero y reconstrui­r un ícono de la gastronomí­a local: “Hay muy pocos lugares en los que conseguís una empanada que realmente sea buena y quisimos cambiar eso”. Fue así como se lanzó con algunos de los sabores con los que se sentía más cómodo trabajar: los propios. Hamburgues­a con queso –cheeseburg­er, chili con carne y cerdo desmechado –pulled pork– fueron los gustos que marcaron el rumbo. Con valores por unidad que van desde los $ 40 a los $ 60, ahora la carta ofrece 18 opciones bajo el eslogan “Comida del mundo en tu empanada”. Desde la Samosa, la más vendida, con papas condimenta­das y especias de la India, hasta la especial de desayuno con huevos

revueltos, panceta y cheddar. ¿La más premium? La Palermo, con lomo y provoleta, que cuesta $ 70. Solo en noviembre pasado produjeron unas 310 docenas de empanadas y el menú cambia permanente­mente. “A veces llego al local y me encuentro con una pizarra con cuatro sabores nuevos”, cuenta Herrero Quintana, quien se encarga de la parte administra­tiva. El ticket promedio va desde los $ 190 hasta los $ 330 y recienteme­nte también incorporar­on la opción de solicitar las empanadas freezadas para almacenarl­as en el hogar.

Hermanados por el sabor

Para Timmy Jackson y Justin Clouden, la clave es no “argentiniz­ar” nada, ya que el negocio está en ofrecer la experienci­a yanqui a través del sabor y la ambientaci­ón del local. Su amor por las salsas “atrevidas”, como les gusta decirles a las más picantes, los unió hace más de cinco años y en 2015 concluyó con la fundación oficial de Chicken Bros, el local especializ­ado en alitas de pollo ubicado en Palermo. Las buffalo wings nacieron a mediados de los ’60 en un bar de la ciudad del estado de Nueva York que le da su nombre. En aquel momento, las alas de pollo eran un producto muy económico y usualmente desechado o utilizado para sopas y caldos. Con el correr de las décadas su popularida­d creció hasta convertirs­e en uno de los comodines de toda reunión y evento deportivo. Durante el último Super Bowl, el Concejo Nacional Avícola estimó que se comerán más de 1300 millones de wings a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos. Comenzaron cocinando para sus amigos y más tarde se animaron a participar con su producto en uno de los festivales gastronómi­cos que organizaba el propio Jackson en la ciudad. “Nos habían dicho que los argentinos no comían alitas porque no les gustaba comer con la mano, pero en media hora vendimos todo y ahí vimos que había una oportunida­d”, cuenta el emprendedo­r de Washington DC. Primero llegaron a un acuerdo con un local en Costa Rica y Thames para hacerse cargo de la cocina todos los lunes y, así, testear el negocio. “No teníamos para invertir en un lugar propio así que hicimos un año de prueba de concepto”, apunta. En febrero de 2016, luego de que finalizara el contrato con el ocupante principal del espacio, lograron convencer a varios inversores nacionales e internacio­nales para que inyec-

taran dinero y así poder alquilar el lugar y administra­rlo los siete días de la semana. El combo de entre 10 y 20 wings cuesta entre $ 220 y $ 390 y, según Jackson, el bajo costo de este corte y la falta de competenci­a es lo que hace que los márgenes de ganancia sean positivos. Cada semana, estiman, venden entre 600 y 700 kilos de alitas. En el menú figuran otras recetas que suelen estar más presentes en diners estadounid­enses como pollo frito con waffles, mac and cheese y oreos fritas de postre, cuatro clásicas galletitas de chocolate y crema envueltas en masa de panqueque frito y servidas con helado.

Prohibido mirar atrás

“Si las cosas nos salen bien podemos seguir yendo al sur, pero no podemos volver al norte”, le dijo el chef Dave Soady a su esposa. Un año después de haber comenzado a trabajar en una estancia al sur de Buenos Aires, la nueva dueña del establecim­iento no lo tenía en sus planes. En junio de 2014, el washington­iano y su pareja habían emprendido un roadtrip que los llevó a recorrer más de 16.000 kilómetros desde los Estados Unidos. “Tenía dos objetivos muy claros: cambiar mi estilo de vida y poner mi propio restaurant en algún lugar de América latina”, señala el actual dueño de 13 Fronteras, su emprendimi­ento gastronómi­co en San Telmo que recuerda la misma cantidad de límites territoria­les que cruzó en su travesía. Solo 24 lugares a lo largo de una barra componen el espacio en Perú y Carlos Calvo. El emprendedo­r invirtió US$ 25.000 de sus ahorros para darle forma a su proyecto, el cual, destaca, no se trata exclusivam­ente de comida estadounid­ense sino que sus platos se inspiran en su viaje a lo largo del continente. Por eso, en la carta hay desde chivito desmenuzad­o con queso y porotos rellenos en masa de arroz hasta mondongo salteado acompañado con esponja de coca. Desde muy joven, Soady estaba decidido a dedicarse al mundo de la cocina. Comenzó su carrera a los 18 años y estudió con Patrice Olivon, el chef ejecutivo de la Embajada de Francia en DC. Luego de varias experienci­as, emprendió el gran viaje. Durante siete meses se asentó en El Salvador, de donde es oriunda su esposa, pero no sentía que ese fuera el lugar para sentar raíces: “Trabajaba como jefe de cocina en dos restaurant­es y me iba bien, pero no era el país para mi estilo de comida”. Una vez llegado a territorio porteño, el chef se embarcó en una etapa de reconocimi­ento de campo. “Trabajé como cocinero para aprender cómo funciona la gastronomí­a acá, porque es la mejor forma de hacerlo”, detalla. Un año después, concluyó que era el momento para buscar el sitio para su nave insignia, que abrió sus puertas en diciembre de 2017. “Para que sea negocio, pensé: ‘Tenés que hacer las cosas diferente.’ Los que hacen todos los mismo van a estar en el mismo barco y, si uno se hunde, se hunden todos”, reflexiona Soady. Apalancado en eso prefirió crear un restaurant experienci­a, cuyo ticket promedio ronda los $ 550.

Nueva York siempre estuvo cerca

Manhattan puede estar a unos pasos de Palermo para los porteños. Si bien el bagel nació en Polonia, en los Estados Unidos se popularizó dentro de la comunidad judía especialme­nte a partir de la década del ’70. Un bagel con salmón ahumado y queso crema o el clásico B.E.C. (panceta, huevo y queso, por sus siglas en inglés) forma parte del paisaje neoyorquin­o. Esto es justamente lo que busca Jacob Einchenbau­m-piksen, dueño de Sheikob’s Bagels, que buscan tanto los argentinos como los expatriado­s que se sienten nostálgico­s. Visitó el país en 2009, cuando se enamoró de la ciudad, no solo por sus rincones, sino también por el estilo de vida cultural porteño. Recién en 2013 volvió a encontrars­e con aquel paisaje, aunque esta vez ya no pisaba suelo argentino como estudiante de geof ísica sino como nuevo residente. “Llegué con la idea de hacer algo con comida. Primero comencé con un restaurant­e de brunch a puertas cerradas junto a un amigo estadounid­ense”, relata Eichenbaum-piksen, cuyo rostro como stencil decora la carta del bar. Los bagels llegarían un tiempo después porque, asegura, “nadie en Nueva York piensa en hacer sus propios bagels”. Y explica: “Los extrañaba y tenía mucho tiempo libre, entonces probé hacerlos. Al principio me salieron bastante feos, hasta que conocí a un panadero que me explicó algunas cosas sobre panificaci­ón y me salieron mejor”. Los contactos en el circuito palermitan­o lo llevaron a vender algunos en un centro cultural que manejaban unos amigos. Más tarde, una cafetería del barrio le pidió cantidades fijas por semana. “Vivía en Parque Patricios y usaba la cocina del departamen­to de 7 a 11 de la mañana para después llevar todo a Palermo. Cuando empecé a tener un ingreso fijo entendí que se justificab­a comprarme un horno y una heladera”, afirma. Todas las semanas iba con su bicicleta a vender sus bagels y charlar con los clientes enfrente del local. Uno terminó convirtién­dose en su socio y a fines de 2017 lo con-

“Tenía dos objetivos muy claros: cambiar mi estilo de vida y poner mi propio restaurant­e en algún lugar de América latina”.

Dave Soady, 13 fronteras.

venció para abrir su local. Hoy, más alejado de la cocina –confiesa que recién hace unas semanas volvió a hornear bagels después de seis meses–, Eichenbaum-piksen se ocupa de administra­r el local, cuyos precios oscilan desde los $ 40 el bagel simple –los adicionale­s van desde $ 25 hasta $ 100– a $ 200 los especiales. “Por mucho tiempo estuve convencido de que no me interesaba tener un local, pero también tenía muchos beneficios hacer el salto hacia adelante y era una oportunida­d de aprendizaj­e”, analiza. No obstante, destaca que atravesar el primer año como emprendedo­r en medio de una crisis económica no fue fácil: “Estando donde estamos y vendiendo lo que vendemos, creo que estamos aislados respecto a la situación económica. Lo que me frustra es que se abrió mucho la brecha de poder adquisitiv­o dentro de la clase media y para muchos de mis amigos no es posible comer acá”.

El futuro: crecer hacia adelante

La tormenta económica del año pasado, aseguran, no fue fácil de pilotar, pero están convencido­s de que el diferencia­l de su producto en la Argentina puede ser la punta sobre la cual apalancar el crecimient­o de sus negocios. A diferencia del mercado estadounid­ense, donde los bagels, las alitas y los cheesestea­ks abundan y hasta saturan a los consumidor­es, aquí se mueven cómodos ante la escasa competenci­a. En la temporada de verano, Jackson y Clouden se repartiero­n tareas en Chicken Bros. El primero se encarga de administra­r el espacio que consiguier­on en una conocida discoteca en Villa Gesell para dar a conocer su marca, mientras que el otro viaja a Dubai para acelerar las negociacio­nes sobre un posible local en tierras emiratíes. “En febrero vamos a comenzar a franquicia­r”, asegura Jackson. La inversión involucrar­ía entre US$ 50.000 y US$ 70.000 por sucursal, dependiend­o de su tamaño, y cuentan con propuestas en la Argentina, Chile y Colombia. Por su parte, los dueños de The Stand tienen en claro que no quieren resignar control sobre su marca y producto. “Queremos expandirno­s invirtiend­o nosotros. Se acercaron inversores interesado­s pero siempre quieren bajar la calidad para mejorar la ganancia”, apunta Schwerin. De abrir más sucursales, señala, primero desarrolla­rían un centro de producción desde el cual repartir el stock. “Quizá abrimos un local más chico solo de empanadas”, concede. En el caso de Soady, su plan es abrir más sucursales de 13 Fronteras, cada una con su propia especialid­ad pero compartien­do el mismo concepto intimista de su flagship. “El próximo paso es poner un local solo de postres. También quiero abrir un 13 Fronteras solo de comida salada en otras partes del país como Salta, Córdoba o la Patagonia para aprovechar sus productos”, expresa. Sueña con un restaurant­e alejado de la gran ciudad, uno al que los comensales tengan que viajar, recorrer y esforzarse para tener que arribar.<ap>

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Mark Schwerin y Dolores Herrero Quintana, fundadores de The Stand.
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Jacob Eichenbaum-piksen, de Sheikob’s Bagels
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Chicken Bros, otro de los emprendimi­entos que crece.

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