Especial Green companies: El ciclo sin fin
¿Qué pasaría si existiesen embalajes no tóxicos que pudieran disolverse en agua y los pudiéramos beber? ¿Y si los motores fueran refabricables y pudiéramos recuperar sus componentes? ¿Y si pudiéramos recoger desechos y basura y convertirlos en energía, fertilizantes o calor? Estas son solo tres de un gran número de preguntas que Ellen Macarthur plantea en las distintas exposiciones que realizó alrededor del mundo. Macarthur ya había dado la vuelta al planeta Tierra en su propia embarcación, proeza con la que logró romper el récord mundial de navegación en solitario. Para ella, una de las mayores recompensas que le dejó esta aventura fue la toma de conciencia sobre el uso y la gestión de los recursos. Este recorrido la llevó a crear, en 2010, su propia fundación con el objetivo de acelerar la transición hacia una economía circular regenerativa. Los gerentes y líderes de Sustentabilidad y Medioambiente de las empresas que operan en la Argentina y consultados por APERTURA citan sus frases como faro de sus propias estrategias, como si se tratara de uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la ONU. El concepto de economía circular llegó para darle un giro a los sistemas productivos. En concreto, el objetivo está en hacer que cualquier residuo o excedente generado por la producción vuelva a ingresar en el circuito para evitar daños en el medioambiente y el derroche de recursos. En este sentido, quienes están al frente de las áreas de sustentabilidad y medioambiente tienen una doble tarea: hacer que esto suceda y que, al mismo tiempo, sea negocio. “El paradigma histórico de extraer, producir, usar y tirar no va más. Hay un cambio en las nuevas generaciones que son las que empiezan a impulsar el concepto de economía circular, que implica que cada cadena de valor tiene que ser responsable de la gestión de los residuos que genera”, explica Mariano Tomatis, socio de PWC Argentina y líder de Desarrollo Sostenible. A modo de ejemplo, cita la última reunión con uno de sus clientes en París, en la que a la hora de presentar un producto para el cabello no solo se tuvo en cuenta el impacto que genera en el pelo sino, también, qué sucede con esos químicos cuando llegan a las cañerías. “Hay mayor conciencia, pero además se trabaja en todos los puntos, desde la fabricación hasta el impacto final. Esto implica un trabajo en investigación y desarrollo que hace 10 años no existía”, remata. Félix Bombarolo asesora a empresas en temáticas de RSE y cuidado ambiental. En esta línea diseñó estrategias de RSE para compañías como Shell, Techint y Massalin Particulares, entre otras. Al igual que Tomatis, reconoce que la conciencia ambiental, lejos de tratarse de un slogan, llegó a las mesas de los directorios. “Algo que me pasa habitualmente, en el último tiempo, es llegar a una reunión y ver un cambio rotundo de posición en ejecutivos vinculados a temas ambientales”, destaca Bombarolo, aunque reconoce que, muchas veces, esto viene dado por el cambio en las condiciones del mercado: “He tenido clientes que me llamaron porque no podían concretar una venta por no tener una certificación ambiental”. A esto suma la llegada de una nueva generación de líderes de entre 30 y 40 años que tienen “otra concepción del mundo” por lo que luchan para introducir cambios en las operaciones. Sin embargo, aunque Tomatis y Bombarolo coinciden en que el trabajo en acciones que promuevan la economía circular termina siendo redituable en el largo plazo, su realización depende de fuertes inversiones y toma de riesgos en el corto. Y es en este
punto cuando empieza a tomar protagonismo el contexto, es decir, qué hacen los Gobiernos a nivel nacional, provincial o municipal para incentivar acciones verdes por parte del sector privado. En la Argentina, la gestión de los residuos depende directamente de los municipios, por lo que es dif ícil contar con un diagnóstico realista. Al cierre de esta edición, los últimos datos figuran en el Informe del Estado del Ambiente publicado en 2017, que se compone de la recopilación de datos generados por el Estado Nacional, las provincias, ONG e instituciones privadas. Allí se informa que en la Argentina se genera una tonelada de residuos sólidos urbanos cada dos segundos, cifra que alcanza las 16,5 millones de toneladas anuales. Con respecto al tratamiento, el informe reconoce que “en la Argentina se evidencian graves problemas ambientales en materia de servicios públicos de saneamiento”. En total, se calcula que existen cerca de 5000 sitios de disposición final irregulares, como los basurales a cielo abierto. En contraposición, lo que respecta a los residuos industriales peligrosos, el informe presenta un avance con respecto a su tratamiento. En total, el 50 por ciento va o a rellenos sanitarios (13 por ciento) o a incineración (37 por ciento), mientras que el 50 por ciento restante se destina a acciones de coprocesamiento. Los consultores reconocen que el compromiso por parte de las grandes empresas se aceleró en los últimos años, pero quedan pendientes mejoras en las regulaciones e incentivos fiscales. “Así como cuando el Estado quiere promover el empleo juvenil genera exenciones impositivas para la mejora laboral, haría falta que reconozca los procesos de economía circular y cuidado ambiental y los estimule no solo con exención de impuestos, sino, también, con difusión y premiaciones”, considera Bombarolo. Por su parte, Tomatis indica que la clave está en la articulación entre los recicladores y el Gobierno. “El primer paso siempre lo tiene que dar el Gobierno. Poner un tipo de incentivo es algo bueno. Tenemos que ser más conscientes de que mantenemos un nivel de consumo que es insostenible”, concluye.
I+D en clave green
Para las empresas, concretar la economía circular no solo depende de una gran inversión, sino, también, de crear un equipo idóneo y darle el tiempo necesario para que pueda determinar cuál será la mejor solución para reutilizar los desechos de la producción. Esto sucedió en Pfizer. En 2017, la firma invirtió US$ 10 millones en una nueva planta para generar medicamentos de cápsula blanda con foco en el ibuprofeno como principio activo. Carolina Annacondia, líder de Operaciones de Calidad y responsable de Seguridad y Medioambiente, explica que tanto a nivel global como local la compañía mide la sustentabilidad con tres métricas: generación de residuos, consumo de agua y consumo de energía. “Cuando incursionamos con la nueva tecnología nos dimos cuenta de que íbamos a tener un fuerte incremento en las métricas de residuos, por lo que tuvimos que empezar a pensar en proyectos adicionales para disminuir el impacto”, comenta. El residuo generado por la nueva planta es “una gelatina” utilizada para recubrir el contenido de las cápsulas. El primer
paso para entender la mejor manera de tratarlo consistió en armar un equipo interdisciplinario que determinara qué se tiraba, cómo se producía y generar estadísticas. “Queríamos ver si todo era residuo peligroso o una parte se podía llevar a compostaje”, agrega Annacondia y confirma que constataron que una porción de la gelatina no era peligrosa, por lo que la reclasificación de desechos permitió pasar 5,5 toneladas peligrosas a no peligrosas. Recategorizada la gelatina surgió una nueva incógnita: ¿qué hacer con ellos? El trabajo en equipo también sirvió para confirmar que muchos de los residuos generados por la planta provenían del comedor. Al trabajar sobre esto, pudieron reducir el porcentaje de toneladas producido allí y darse cuenta de otro punto: tanto la gelatina no peligrosa como lo generado por el comedor podía ser llevado a compostaje. Annacondia explica que comenzaron a buscar proveedores locales, pero no los encontraron. “En Brasil están iniciando el mismo proceso, por lo que empezamos a contactar a otros proveedores”, relata y explica que, al momento, hallaron uno en China y otro en Europa que podrían brindarles la compostera que necesitan. Annacondia resalta que, más allá de la ganancia medioambiental, es importante destacar la reducción de costos a la hora de disminuir la cantidad de residuos peligrosos y, con los no peligrosos, el ahorro en el servicio de transporte y el tratamiento de basura. En Henkel también desarrollaron una solución local para bajar los costos del tratamiento de residuos. Dentro del plan medioambiental de la compañía se destacan dos desarrollos locales con un fuerte impacto en la operación: el trabajo con lombricultura y la creación de nuevos contenedores. Ignacio Sabino, gerente de Comunicación Corporativa y Asuntos Públicos de Argentina & Chile, y quien tiene a su cargo el área de Sustentabilidad, explica que el desarrollo comenzó en 2004 con una prueba piloto, fruto de una articulación con la Universidad de Luján: “Generamos adhesivos a base de agua que se utilizan para el pegado de cajas de cartón o cartón corrugado. Eso genera un lodo que hay que tratarlo, por lo que empezamos a buscar alternativas para no enviarlo a un tratador de residuos normal”. Con el nuevo proceso, también lograron reutilizar el agua que se usa en los procesos de limpieza. Estos componentes se colocan en unas cunas en las que lombrices californianas se terminan de comer el lodo. “En 2006 homologamos la primera cuna con el Senasa y ahora tenemos cinco. Anualmente esto nos permite recolectar 50 m3 de compost y reutilizar 2500 m3 de agua”, detalla Sabino. El ejecutivo aclara que el tratamiento de 1 m3 o 1000 kilogramos de lodo requiere una inversión de $ 7290, pero la práctica de este sistema permite ahorrar alrededor de $ 42.000 anuales –monto calculado antes de la devaluación del peso, por lo que Sabino asegura que ahora es el doble de la cifra medida. A esta solución se suma el trabajo sobre la logística. Los adhesivos son transportados en contenedores de plástico con capacidad de 1000 litros que, para reutilizarse, tienen que lavarse. Cada proceso de lavado consume 500 litros de agua, para un ciclo de vida total de seis usos promedio. A mediados de 2015, empezaron a reemplazar el contenedor tradicional de plástico por los de cartón. “Se pueden plegar cuando están vacíos y eso permite ahorrar en transporte”, explica Sabino y agrega que “es un proceso que estamos incorporando de manera paulatina, dado que el cartón no se puede dejar bajo la lluvia, por ejemplo. Pero una vez que se complete estimamos un ahorro promedio por mes de 200 contenedores y 96.000 litros de agua”. Una de las pioneras en I+D con el objetivo puesto en la economía circular es Ledesma ¿El motivo? La necesidad de bajar el consumo de gas. En 2010 el recurso escaseaba por lo que un parate en la producción por la falta de energía era un riesgo que la firma no se podía dar. “Preveíamos que podía haber dificultades, que iba a subir el precio y que iba a empezar a ser un insumo que no se conseguía fácilmente”, detalla Humberto Solá, director de Innovación, Medioambiente y Energía de la firma. La empresa apostó al desarrollo del combustible biomásico, es decir, a la generación de energía a partir de los restos vegetales de la plantación. En total se invirtieron US$ 33 millones. “El desarrollo del proceso fue complejo, porque tiene una logística que hubo que estudiar, es decir, cómo recoger la maleza, se la trae, se la pica y se la prepara para las calderas. También hay que pensar en cómo preservar la malhoja para preservarla de bacterias. Es un proceso que no existía porque no había calderas en el país”, destaca Solá. En total, un 50 por ciento de la energía que consume la operación se genera a partir de biomasa. Actualmente la firma está trabajando en el desarrollo de chips de
madera para sumar a la malhoja y el bagazo utilizados para la generación de energía. “Por un lado se sustituye el fósil y, por otro, no se quema la malhoja en el campo”, explica Solá, quien agrega que solo en el complejo biomásico la firma emplea a 100 personas. A futuro, Solá comenta que Ledesma había considerado subirse a la red con 30 megavatios de energía, pero el “cambio en las reglas del juego” hizo que el proyecto quedara en stand-by. “Los ‘mini Renovar,’ con solo 10 megavatios, no tienen el retorno suficiente para la inversión. Eso, sumado al riesgo que implica un contrato de 20 años con el Estado”, sostiene Solá quien agrega que la clave a futuro estará en mantener los costos en relación con el precio del gas: “Tiene que quedar igual o más barato para justificar las inversiones. Supongamos que uno sigue la inversión y el gas baja por el efecto Vaca Muerta. Hay que tenerlo en cuenta, pero todos los años le encontramos la vuelta”. Al ahorro que genera el tratamiento de residuos y la reutilización de recursos naturales para la generación de energía se suma el tratamiento y la generación de subproductos derivados del proceso productivo. Desde Cervecería y Maltería Quilmes, Vanesa Vázquez, jefa de Sustentabilidad, resalta que la visión medioambiental está en cada uno de los procesos de la compañía: desde la producción de la cebada hasta la llegada a la góndola. Vázquez destaca que, para esto, resulta fundamental basar el negocio en el paradigma de la economía circular, punto que permite “buscarle a cada cosa una segunda vida”. Por ejemplo, en el caso de la levadura que se utiliza para la producción de cerveza, la firma estableció una planta de secado para, cumplido el proceso de regeneración, venderla. “Se vende como alimento balanceado con normas de calidad internacional”, señala Vázquez. Lo mismo hace con el bagazo generado en el proceso cervecero, que se vende como alimento de ganado, o el CO2 generado, que se captura y se comercializa a otras industrias. Por ejemplo, para la carbonatación de las gaseosas. “De esta manera, alcanzamos el 99,7 por ciento de reciclabilidad de los procesos”, destaca. En el caso de la levadura, la firma invirtió en la compra de tres secadoras para exportar el producto a países como Australia o Brasil. Además, está trabajando en el desarrollo de barritas de cereal de bagazo de la cebada que lanzará este año. “Es una prueba piloto de un producto natural con un porcentaje de proteína de cebada”, adelanta Vázquez.
La cuarta R
La economía circular no solo se aplica en los procesos productivos sino, también, en el consumidor final. A los ya conocidos objetivos de reducir, reciclar y reutilizar se suma un cuarto: reeducar. La tendencia demuestra que la clave está en hacer que quien adquiera un
producto se convierta en usuario. “En esta línea, se apuesta al envase retornable de vidrio. No tenés residuos y te permite convertir al consumidor en usuario del producto. Paga la cerveza, no el envase”, destaca Vázquez. Hoy, el 80 por ciento del volumen de cerveza es retornable. Esta temporada de verano lanzó en Mar del Plata la prueba piloto de carga virtual de envases. “Se cargan en una plataforma y se dejan en cualquier mercado de la red para luego comprar en el lugar que uno desee”, explica Vázquez. Unilever tiene un compromiso asumido a 2025: que todos sus envases sean reutilizables, reciclables o aptos para compostaje. “El momento de postconsumo plantea el mayor desaf ío. Creemos que el consumidor es responsable de la gestión de sus residuos”, destaca Mariana Reñe, gerente de Sustentabilidad y Comunicación Interna de Unilever para el Cono Sur. En esta línea, la firma apuesta al trabajo en conjunto con el gobierno de la CABA en el programa Reciclando Ciudad, en el que el consumidor recibe un descuento de $ 40 para el consumo de productos de la firma solo por llevar sus “reciclables”. Reñe destaca que el objetivo global se trabaja a nivel local teniendo en cuenta el contexto socioeconómico de cada operación. Solo por citar un ejemplo, en 2007 la firma lanzó su línea de repuestos en sachets para marcas de limpieza. Este producto fue relanzado en 2015 y, aunque le sirve al consumidor en términos de precio, lo cierto es que en la Argentina no existe ninguna máquina que pueda dividir el multilaminado que compone al sachet, cosa que no permite pasar al enfoque de economía circular. “Podemos seguir innovando desde el rol que nos toca a nosotros, por eso lanzamos opciones como los envases de Cif Active Gel o Ala Ultra que tienen un 50 por ciento de PET reciclado y son 100 por ciento reciclables”, destaca la ejecutiva. Con el foco en la transición de consumidor a usuario, a nivel global, nueve marcas de Unilever tendrán su versión en envase reutilizable, es decir, podrán ser rellenados. Aunque solo se consiguen a través de la plataforma Loop, presente en los Estados Unidos, Canadá, París y Londres, ya se pueden comprar desodorantes cuyos envases son de acero inoxidable y duran 100 ciclos –lo que significa que cada envase podría durar ocho años. “Sabemos que la transición para lograr una economía circular también está en la capacidad del contexto que hay en el país. Es un proceso progresivo”, concluye Reñe.