Bolsonomics
Cuando la cadena de tiendas departamentales Havan abrió en Brasilia en noviembre, los clientes fueron recibidos con un paisaje curioso. Acostada en el estacionamiento había una réplica de 35 metros de la Estatua de la Libertad. El dueño de Havan, el empresario brasileño Luciano Hang, convirtió a la estatua en una marca registrada del grupo —hay otras libertades parecidas con sus antorchas sobre las tiendas en todo el país más grande de América latina. Pero en Brasilia, al emprendedor conservador, acérrimo defensor del presidente electo de Brasil, el político de derecha Jair Bolsonaro, se le prohibió erigir la estatua por la ley que limita la altura de las publicidades. El tipo de trámite burocrático que frenó la réplica fue, para los incondicionales de Bolsonaro, un microcosmo de los males que afligen a Brasil. Con su nombramiento del inversor brasileño Paulo Guedes, PHD en Economía de la Universidad de Chicago, como ministro de Economía, Bolsonaro se comprometió a terminar el histórico legado de
enorme burocracia en Brasil y moverse hacia un capitalismo de estilo más estadounidense después de asumir el 1° de enero. “El estado brasileño está roto. Así que hay una oportunidad histórica de realmente mover a Brasil hacia un libre mercado”, dice Carlos Langoni, expresidente del Banco Central. O, como puso Hang, de Havan, en Twitter, refiriéndose a la ceremonia de asunción: “El presidente Bolsonaro ascenderá la rampa y la estatua también se alzará”. Pero a pesar de todo el sonido y la furia de la amarga y peleada elección presidencial, Bolsonaro dijo cosas con muy poca sustancia durante la campaña sobre qué pretendía hacer con la economía. Conocido por sus desdeñosos comentarios sobre las mujeres, los gays y los negros, además de su defensa a las torturas durante la dictadura militar de Brasil, el brusco excapitán del Ejército usó las redes sociales para explotar el enojo popular con una profunda recesión y corrupción. Muchos votantes lo vieron como el antídoto al Partido de los Trabajadores de izquierda, o PT, cuyo fundador y expresidente Luiz Inácio Lula da Silva está preso acusado de corrupción desde el año pasado. Bolsonaro se ganó a parte de la comunidad empresaria con su acto decisivo de política económica —la elección de Guedes, el campeón duro de la reforma liberal. “Esta podría ser la primera vez que tenemos una chance real de tener capitalismo en Brasil”, dice Alfredo Valladão, analista político brasileño de Sciences Po en París. Quienes lo apoyan esperan que Brasil pueda resurgir como una de las economías más grandes y dinámicas del mundo, con algunos economistas prediciendo que en 2019, por primera vez en seis años, podría crecer más rápido que México, la otra economía más grande de América latina, que está girando hacia la izquierda bajo el presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, balanceadas contra estas esperanzas hay preguntas sobre si Bolsonaro tiene la habilidad política para entregar esa transformación. Su retórica áspera puede que complazca a los leales de la extrema derecha, pero todavía está sin probar su habilidad para negociar las reformas propuestas con los 30 partidos en el dividido congreso de Brasil o para lidiar con los socios comerciales duros, como China y los Estados Unidos. Los críticos dicen que nunca ayudó a pasar una ley significativa durante sus décadas como legislador —tiempo durante el cual votó de forma regular con la izquierda para defender las políticas de intervención y los privilegios especiales que ahora critican. “La pregunta es mucho más sobre la capacidad política del gobierno para ejecutar y definir prioridades que sobre la agenda técnica”, explica Marcos de Barros Lisboa, economista y presidente de la escuela de negocios Insper en San Pablo. Para Kevin Gibson, CEO de América latina de la consultora de reclutamiento Robert Walters, el cambio en el sentimiento económico luego de la victoria de Bolsonaro ha sido inmediato. De repente, las empresas empezaron a tratar de reclutar de nuevo después de un gran periodo de freno. “Las compañías creen que las oportunidades de crecimiento son mucho mejores ahora y quieren ganar en la carrera por el talento”, añade. Luego del desastre económico del anterior gobierno del PT, que presidió durante un colapso en el PBI de más de 7 puntos porcentuales entre 2015 y 2016, las grandes empresas estaban ansiosas por un cambio, dicen los analistas. Bolsonaro también tiene el apoyo del público. Según un relevamiento de la encuestadora Ibope, 64 por ciento de los brasileños cree que su gobierno será “bueno” o “genial”. A su favor, hay una recuperación económica cíclica. Los analistas encuestados por el Banco Central predecían un crecimiento en el PBI de 1,3 por ciento el año pasado y
2,5 por ciento este. La inflación y Selic, la tasa de interés de comparación del Banco Central, están contenidas. “Ya tenemos una recuperación en camino, la inflación es baja, la Selic es baja y el crédito se está recuperando”, dice Leonardo Fonseca, economista Jefe de Credit Suisse en San Pablo. Estos vientos de cola están creando las condiciones para golpear los desaf íos de Brasil —su cuenta fiscal en aumento y sus excesivos impuestos y burocracia. El déficit presupuestario del Gobierno en 2018 fue de cerca de 7 por ciento, dice el Banco Central. Esto subió la deuda pública neta a 76,3 por ciento —alta para un país en desarrollo,. El sistema de pensión les permite a muchas personas retirarse a mediados de los 50, especialmente los empleados públicos. El año pasado, los gastos de jubilaciones consumieron un tercio del presupuesto estatal. El poco popular gobierno de Michel Temer, que se hizo cargo de la presidencia luego del impeachment de 2016 de la presidenta Dilma Rousseff, fue incapaz de conseguir la aprobación de una reforma aguada del sistema de jubilaciones. Con su mayor capital político, Bolsonaro debería conseguir la aprobación, por lo menos, de la dilui- da reforma de Temer, que pone la edad mínima para el retiro de los trabajadores urbanos en 65 años y en 62 para las mujeres. Sin embargo, el ejército y la policía, sus principales electores, seguramente se opongan a una reforma más fuerte, lo que impactaría en sus propios y generosos sistemas de retiro. También necesitará una mayoría constitucional de tres quintos de la cámara baja del Congreso para aprobar las medidas. Otras reformas ambiciosas incluyen una larga lista de propuestas de privatizaciones, mejorar el sistema impositivo y abrir la economía a través de la baja de aranceles. “El argumento que suele usarse es que primero necesitamos modernizar la economía para ser competitivos y luego abrirnos”, explica Langoni. “Yo diría que es lo opuesto, necesitamos abrirnos para ser competitivos”. Si se aprueba la reforma jubilatoria, las compañías podrían empezar a sentirse confiadas para invertir de nuevo porque tendrían menos motivos para temer que los niveles altos de deuda estatal traerían mayor inflación. La mayoría de los analistas del mercado esperan que el índice de acciones Ibovespa también suba. “Vemos mucho lugar para que Brasil siga sorprendiendo hacia el alza y para que México se comporte de forma opuesta”, dice UBS Global Wealth Management en una nota. Guedes, un carioca de 69 años, describe su sociedad con Bolsonaro refiriéndose a las palabras “Orden y Progreso” escritas en la bandera brasileña. Según sus dichos, Bolsonaro representa el “orden” y el financiero, el “progreso”. Guedes ha realizado nombramientos amigables con el mercado, incluyendo al exalumno de la Universidad de Chicago, Roberto Castello Branco, como director de la petrolera estatal Petrobras, y a Joa-
quim Levy, exministro de Finanzas, como director del influyente banco de inversión brasileño BNDES. Rogério Marinho, un experto legislador, fue nombrado secretario especial de Bienestar Social. “Los últimos nombramientos en los ministerios han sido muy buenos”, dice Lisboa, de Insper. Sin embargo, el nuevo gobierno se enfrenta a una serie de riesgos, que empiezan con el propio Guedes. Está bajo investigación por un fraude sospechado en negocios con los fondos de pensiones estatales —acusaciones que él desestimó. Guedes también podría pelearse con su tempestuoso jefe. Bolsonaro se verá sometido a la intensa presión de sus antiguos aliados cuando presente las reformas jubilatorias y de otros tipos. Oxford Economics dice que el segundo gran “riesgo negativo” para América latina, después de un freno en China, es la posibilidad de que “Bolsonaro despida a su ortodoxo Ministro de Finanzas y no cumpla con sus promesas”. El otro riesgo es político. Bolsonaro está buscando una forma diferente de hacer política. En lugar de nombrar a ministros entre los partidos en el Congreso, puso más que nada a tecnócratas y oficiales militares retirados en su gabinete. También está acercándose de forma directa a los legisladores, dicen los analistas, en lugar de negociar con los líderes partidarios, que todavía tienen poder porque controlan los fondos de las elecciones. Si el Congreso se vuelve hostil, Bolsonaro podría volverse un “César completo” y apelar directamente a la gente a través de las redes sociales para las reformas importantes, aporta Matias Spektor, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getúlio Vargas. Pero esta sería una estrategia llena de peligros. “Es poco probable que las personas salgan a la calle para presionar a los legisladores porque las reformas, especialmente la jubilatoria, son muy impopulares”, dice Spektor. Los escándalos de corrupción son otro riesgo —especialmente dado el rol que jugó la reacción violenta contra los chanchullos en la elección de Bolsonaro. Los fiscales están investigando las finanzas de un exchofer de uno de los hijos de Bolsonaro, Flávio, elegido senador el año pasado, luego de que se revelara que a la cuenta bancaria del chofer habían llegado grandes sumas de dinero que poco tenían que ver con sus ingresos. Los Bolsonaro negaron responsabilidad. Onyx Lorenzoni, el jefe de Gabinete de Bolsonaro, también está bajo investigación por haber recibido pagos ilegales de campaña. Otro riesgo es la adherencia de Bolsonaro, sus hijos y algunos de sus ministros a ideas cristianas y de derecha a veces oscuras. Bolsonaro nombró como canciller a Ernesto Araújo, un diplomático de nivel medio y fanático de Donald Trump. El nuevo gobierno está reorientando la política exterior hacia Israel y los Estados Unidos y alejándose del Medio Oriente árabe y China, que son grandes socios comerciales, sin haber recibido ninguna concesión aparente a cambio. Las estrategias ya están exponiendo peleas en el nuevo gobierno entre los ideólogos y los pragmatistas. “Nuestra relación ni con China ni con los Estados Unidos tiene que ser la de un jugador global”, dice Hamilton Mourão, el general retirado y vicepresidente de Bolsonaro, quien está surgiendo como una de las voces más cautelosas del gobierno. “Tiene que haber beneficios mutuos en esta relación”. En otros temas de política exterior, la administración está cometiendo lo que los analistas dicen que es “error tras error”. El Presidente es escéptico del cambio climático y el medioambiente. Su indulgencia a los lobbies rurales, que quieren abrir tierras que pertenecen a los pueblos originarios y comunidades tradicionales para agricultura, podría comprometer la reputación internacional de las exportaciones de soja y carne de Brasil. Las empresas del agro podrían usar la deforestación para presionar a sus gobiernos a bloquear las exportaciones brasileñas. “Es casi infantil, una forma muy simplista de moverse a nivel internacional”, dice Michael Freitas Mohallem, profesor de la escuela de leyes FGV Direito Rio. Por ahora, los mercados están tratando estas controversias como los problemas iniciales de una nueva administración. Más allá de sus tendencias ideológicas, dicen los economistas, no tendrá más opción que buscar las reformas orientadas al mercado. Pero con las expectativas tan altas, Bolsonaro necesitará cumplir —o la luna de miel con los votantes y los mercados será muy corta.
Guedes y Bolsonaro deberán negociar con el Congreso a la hora de presentar reformas polémicas, como la edad jubilatoria y varias privatizaciones.