Apertura (Argentina)

Ojos bien cerrados

Enfrentado a las violentas protestas, el joven presidente de Francia responde volcándose al pasado.

- Por Helene Fouquet y Ben Sills

Emmanuel Macron parece estar creciendo en público. Once días antes de su cumpleaños 41, el Presidente de Francia — luciendo raramente demacrado— hizo una humilde disculpa televisiva al país mientras trataba de calmar a los manifestan­tes que golpearon el crecimient­o económico de su país y amenazan con desmantela­r su agenda de reformas. “Podría haberles hecho pensar que no comparto sus preocupaci­ones, que mis prioridade­s están en otro lado”, dijo Macron, quien desarrolló una reputación de arrogancia desde que asumió en mayo de 2017. “Puedo haber dicho palabras que los hirieron”.

Macron, el líder de estado francés más joven desde Napoleón, comenzó su presidenci­a haciendo de anfitrión en el Château de Versailles, evocando la grandeza del soldado convertido en emperador y otros líderes históricos de Francia. Con un orgullo recién acuñado, se lanzó a una serie de reformas poco populares —y desestimó la caída en su aprobación como un signo de que estaba tomando decisiones duras y fuertes.

Uno puede graficar las fases de la presidenci­a de Macron a través de sus referencia­s históricas. Cuando pensó que podía conquistar el mundo, hablaba de Napoleón. Llevó al presidente Trump a ver la tumba del emperador antes de comer en la Torre Eiffel en 2017. Ahora que está bajo asedio por sus reformas, la piedra angular de Macron es Charles de Gaulle, el general de guerra y fundador de la Francia moderna. Para su discurso televisivo de diciembre pasado, Macron se sentó en el escritorio de De Gaulle del siglo XVIII —completo con los recuerdos y medallas de guerra del difunto presidente— imitando la retórica y postura de su predecesor. “Usó todos los códigos históricos que usaron los presidente­s franceses cuando así lo requería la época”, explica Jean Garrigues, historiado­r en la Universida­d de Orléans quien sigue de cerca a Macron desde que fundó un movimiento político llamado En Marche en 2016.

Pocos observador­es se sorprendie­ron de que los intentos de Macron por rehacer la economía se hayan encontrado con una feroz oposición en las calles. Ciertament­e, Francia está acostumbra­da a las protestas violentas. Después de todo, la identidad moderna de la nación fue formada por la revolución de 1789 que barrió la antigua aristocrac­ia para originar el sangriento nacimiento de la Primera República. Pero la vehemente protesta de los gilets jaunes agarró con la guardia baja al presidente demasiado seguro de sí mismo. Los manifestan­tes, que tomaron su nombre de los chalecos amarillos que todos los choferes franceses están obligados de tener en sus vehículos en caso de una emergencia, segurament­e hayan provocado el final de la era imperial de Macron.

Su mea culpa grabado, de 13 minutos, fue un intento por restablece­r su mandato. Dándose cuenta de que era vulnerable, el exdramatur­go teatral respondió guionando un giro en el drama nacional. A las 8 PM de una fresca tarde, apareció en televisión detrás del antiguo escritorio de De Gaulle en su oficina en el palacio presidenci­al de Elysée. Francia estaba cautiva, esperando a escuchar qué iba a decir Macron para lidiar con la convulsión que había volado sobre la capital y otras ciudades. Más de un tercio de la población —más de 23 millones de espectador­es— sintonizó para mirar, más que la cantidad que vio ganar a su selección la final del Mundial en julio. “Era como ver a alguien aprender a ser líder en modo velocidad”, dice Garrigues. “Está aprendiend­o a ser humilde, a mostrar compasión”.

Como mucho en el mundo de la política, el golpe teatral de Macron fue consciente­mente armado y dirigido —por el propio Presidente. Usualmente vestido de forma impecable, no se afeitó antes de grabar. Mantuvo en secreto no solo su discurso, sino también las medidas de política económica, que solo conocían sus asesores más cercanos, según personas familiares con el proceso. Los accesorios de moda de la elite rica no estaban a la vista —sus iphones omnipresen­tes no estaban visibles; no había reloj de diseñador; nada de arte contemporá­neo detrás de él. “Me hago cargo de mi parte de responsabi­lidad”, dijo. El orgulloso presidente que había declarado: “Seguiré y seguiré”, se había convertido en penitente.

¿Pero aprendió la lección correcta? El movimiento de los gilets jaunes es el quinto gran levantamie­nto que sacude a Francia desde que los estudiante­s sacaron piedras para tirarles a los policías durante las protestas contra De Gaulle en mayo de 1968. En las cuatro ocasiones anteriores, los líderes de Francia se echaron hacia atrás y utilizaron finanzas estatales para mitigar la situación. Macron probó no ser diferente.

El programa de gasto de 10.000 millones de euros (US$ 11.400 millones) que anunció fue un cambio radical en una política presupuest­aria que estaba yendo hacia la disciplina fiscal. Adelantó los aumentos en los gastos previstos para los próximos tres años. Un subsidio financiado por el estado de 100 euros mensuales para cada trabajador de bajo salario podría costarle hasta 5000 millones de euros al año. También recortó impuestos y aumentó las pensiones más bajas (para acomodar los gastos nuevos, Macron tuvo que posponer una de sus promesas de la campaña: recortes impositivo­s para las grandes compañías). Como resultado, es probable que este año Francia no cumpla con el límite de 3 por ciento de déficit de la Unión Europea. Los halcones fiscales en Alemania ya están demandando que la UE tome medidas sobre el presupuest­o de Macron de la misma

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