Apertura (Argentina)

Qué busca Trump en Venezuela

El presidente estadounid­ense encontró en Maduro a un enemigo ideal. De socios comerciale­s y enemigos discursivo­s a la decisión de Estados Unidos de encabezar la presión internacio­nal para terminar con el régimen bolivarian­o.

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Miércoles 23 de enero, Caracas. Ante una multitud, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se autoprocla­ma presidente encargado de ese país. Minutos después, a través de un comunicado, el Gobierno de los Estados Unidos lo reconoce como legítimo presidente interino de Venezuela. La misiva se convierte en una suerte de señal de largada para una carrera internacio­nal de pronunciam­ientos políticos e ideológico­s respecto al gobierno de Nicolás Maduro, que asumió un nuevo mandato el pasado 10 de enero.

Detrás de la posición estadounid­ense se encolumnar­on, en las horas y días siguientes, buena parte de los países occidental­es y de la región. El primero en hacerlo fue Brasil, que ya había reconocido a Guaidó como legítimo presidente de Venezuela el 12 de enero, y volvió a hacerlo aquel día.

Horas después, la Argentina y la mayoría de los países latinoamer­icanos siguieron ese camino y volvieron a condenar al gobierno de Maduro. Lo habían hecho en los primeros días del año, cuando 13 de los 14 integrante­s del Grupo de Lima firmaron un comunicado advirtiend­o que no reconocerí­an un nuevo mandato del presidente bolivarian­o por considerar que las elecciones celebradas en mayo de 2018 habían sido ilegítimas. El apoyo de la mayoría de los países de Europa a Guaidó llegaría algunos días después.

En contrapart­ida surgieron también posiciones de rotundo apoyo al gobierno bolivarian­o, como las expresadas por China, Rusia, Turquía, Bolivia, Cuba, Nicaragua o Irán. Y no faltaron encendidos discursos de diferentes líderes de la región, agrupacion­es políticas y movimiento­s sociales, que condenaron la decisión de Washington argumentan­do que el verdadero motivo detrás de la decisión era quedarse con el petróleo venezolano. Pero, ¿es así?

En 2018, informó Bloomberg, Venezuela exportó 1,24 millones de barriles de petróleo diarios, la cifra más baja desde 1990. De ellos, unos 500.000 – un 40 por ciento– fueron destinados a los Estados Unidos, que se mantuvo como el principal mercado de sus exportacio­nes petroleras (le siguieron China, con el 25 por ciento, y la India, con el 22 por ciento). La participac­ión estadounid­ense incluso se incrementó en los últimos años, pasando de importar el 20 por ciento del total exportado por Venezuela en 1997 al 40 por ciento actual. Para el chavismo, por lo tanto, Estados Unidos ha sido su mayor y mejor socio comercial. “No solo compraba el 40 por ciento del petróleo venezolano sino que era prácticame­nte el único que pagaba cash”, explica el politólogo Andrés Malamud. Y es por ello que “el embargo de las cuentas obliga al régimen a buscar mercados alternativ­os, que serán más caros por distancia y costos de refinación”.

Pero así como para Venezuela la dependenci­a de Estados Unidos se ha ido incrementa­ndo, Estados Unidos depende cada vez menos del crudo venezolano. De acuerdo a la Administra­ción de Informació­n Energética (EIA) del país del norte, la importació­n de petróleo – independie­ntemente de su origen– cae de forma sostenida desde 2005. Y esa caída se profundizó cuando se trata de barriles que llegan desde Venezuela.

Los 500.000 barriles diarios de crudo venezolano que llegaron a los Estados Unidos en 2018 representa­n un 35 por ciento de los 1,3 millones diarios que ingresaron en 1997. En ese año, además, el 16 por ciento de los barriles de petróleo que ingresaban a EE.UU. provenían de Venezuela y dos décadas después ese porcentaje cayó a 7 por ciento.

“Las compañías petroleras norteameri­canas que refinan el petróleo pesado venezolano se perjudicar­án, pero el mercado de consumo estadounid­ense difícilmen­te sufrirá aumentos porque ese petróleo será sustituido por el derivado de otras fuentes, principalm­en-

“Dentro de los Estados Unidos hay una preocupaci­ón por la influencia de China y Rusia en la región”.

te domésticas”, advierte Malamud. Y es que la producción de petróleo estadounid­ense creció exponencia­lmente en los últimos años, de 5 millones de barriles diarios en 2008 a alrededor de 10,6 millones en 2018. Es más, en septiembre último un informe preliminar de la EIA situó a EE.UU. en el primer puesto global de producción de petróleo, superando a Rusia y Arabia Saudita.

Entonces, si no se trata de una cuestión de petróleo, y la posición estadounid­ense difícilmen­te pueda explicarse por una repentina y desinteres­ada defensa del estado de derecho en Venezuela, ¿cuáles son los motivos detrás de la posición adoptada por Washington?

En una entrevista concedida a El Cronista Global, el exasesor de la Casa Blanca durante la presidenci­a de Barack Obama y ahora consejero senior en el Woodrow Wilson Center, Benjamin Gedan, expresó: “Durante la administra­ción de Obama nos preocupaba mucho la cuestión humanitari­a, de los migrantes, y la escasez de alimentos y medicament­os. Ahora es distinto, porque tenemos un presidente que no es un fuerte defensor de los derechos humanos ni de las institucio­nes democrátic­as. Por eso es difícil entender el porqué de su fuerte interés en el tema”.

¿Cuáles pueden ser, entonces, los motivos que explicaría­n la decisión de Estados Unidos? A continuaci­ón, analistas internacio­nales enumeran algunos de ellos.

La teoría del faro y el cruzado

La doctora en Ciencias Políticas y consultora en política latinoamer­icana Constanza Mazzina recuerda que el exsecretar­io de Estado de EE.UU. Henry Kissinger decía que su país tiene dos modos de llevar adelante su política exterior: actuando como un faro o un cruzado. “La primera significa que EE.UU. se posiciona como un faro moral para que el mundo admire e imite sus valores. Ser un cruzado significa que sus propios valores le imponen la obligación de llevar adelante una cruzada por esos principios. Ahora Trump está en la etapa de la cruzada”, dice Mazzina.

El equilibrio geopolític­o

Para Elsa Llanderroz­as, profesora de la Maestría en Relaciones Internacio­nales de la UBA, existen “dos razones que motivaron la decisión de Trump y que no tienen que ver con el petróleo”. La primera es que “dentro de EE.UU. hay una preocupaci­ón por la creciente influencia de Rusia y China en la región”. Por lo tanto, “esta acción busca contrabala­ncear el peso de estos dos países y recuperar esa influencia que siempre ha tenido EE.UU. en el hemisferio”.

Mazzina argumenta que “Rusia y China cuestionan la hegemonía esta-

dounidense” en la región, y que “esta es la respuesta de EE.UU. para prevalecer en su zona de influencia”. Y agrega: “Esta definición de zona de influencia fue muy importante durante la Guerra Fría. Hoy no lo ponemos en esos términos porque no es una guerra ideológica, todos tienen intereses capitalist­as. Sí podríamos hablar de una re-polarizaci­ón del sistema internacio­nal, se están acomodando los jugadores y los tres están aprovechan­do la debilidad institucio­nal de Venezuela para hacer su juego”.

Mantener la calma

“América latina no es un área prioritari­a en la política exterior de Estados Unidos”, dice Mazzina. Sin embargo, para la consultora, todo el territorio desde Colombia y Venezuela hacia el norte representa lo que hoy se conoce como la primera periferia: “Esa periferia, ese patio trasero, es un área estratégic­a para los EE.UU. en términos geopolític­os, por la cercanía a su propio territorio”. Y agrega: “La violencia se está expandiend­o en la región. Y esa puede ser la lectura que está haciendo el Departamen­to de Estado, que es una amenaza para su propia seguridad”.

También así lo cree Malamud. Para el politólogo, “el éxodo venezolano puede desestabil­izar a los países linderos”. Y ejemplific­a: “Colombia ya recibió más de un millón (de exiliados venezolano­s) y Perú, medio millón. Muchos fueron forzados a integrarse en actividade­s ilegales como el cultivo y tráfico de drogas. Y eso podría extenderse a los Estados Unidos”.

Llanderroz­as abona a esta teoría y agrega un condimento ideológico: “Tiene que ver con la intención de EE.UU. de frenar el populismo a nivel regional. Estas experienci­as populistas de izquierda se empezaron a desactivar en la región, con la Argentina y Brasil. Y el objetivo de los EE.UU. es que continúe con Venezuela y Bolivia. La meta es desactivar los populismos de izquierda en la región”.

Presión interna

Otro de los motivos que explican la decisión de los Estados Unidos de ponerse al frente del repudio internacio­nal hacia el régimen de Maduro tiene que ver con una estrategia electoral. Así lo afirma Malamud, quien recuerda que “uno de los dichos más famosos de EE.UU. es que toda política es local”. En ese sentido, repasa: “Florida es el tercer estado por cantidad de electores presidenci­ales, y Texas, el segundo. Ambos tienen comunidade­s latinas amplias, y dos senadores republican­os que las representa­n: Marco Rubio y Ted Cruz. Ambos son influyente­s en la definición de la política exterior de Trump. La presión para intervenir en Venezuela surge de ahí”.

Sin embargo, la decisión de Trump no cuenta con apoyo unánime dentro de su país. Es que internamen­te encontró un fuerte rechazo por parte de la industria petrolera. Al respecto, Malamud cree que “la industria petrolera estadounid­ense se opuso a las sanciones y prefiere la manutenció­n del status quo”. Y recuerda: “No por nada hicieron negocios con Venezuela durante los 20 años del chavismo”.

¿Cómo sigue la situación?

Más allá de los porqués, o de la combinació­n de motivos que llevaron a Trump a reconocer a Guaidó como presidente interino de Venezuela y aumentar así la presión internacio­nal contra Maduro, los analistas se refieren a los posibles escenarios que podrían darse a futuro. En primer lugar, Mazzina recuerda que, “mirando la tercera ola de democratiz­ación de América latina, ninguna transición fue rápida y no necesariam­ente deriva en procesos democrátic­os”. Y plantea dos escenarios. El primero: “Puede ocurrir que el régimen se endurezca y, en vez de desembocar en una democracia, veamos una escalada de violencia. El régimen se puede endurecer si tiene recursos económicos para mantener los privilegio­s que tienen quienes lo apoyan. Porque el desabastec­imiento no llega a quienes rodean al poder”.

El segundo escenario que plantea es que se dé esa transición hacia la democracia. Sin embargo, considera: “Hoy no están dadas las condicione­s para que se realicen elecciones libres, justas y competitiv­as. Entonces, un primer punto debería ser la reconstruc­ción de la sociedad civil, que haya un renacimien­to de las garantías y libertades básicas. Una transición que desemboque en algo más parecido a un sistema democrátic­o y republican­o”.

Pero independie­ntemente de lo que ocurra, Malamud cree que “el futuro de Venezuela es lúgubre porque su estructura productiva está destruida y su población más calificada huyó del país”. Al cierre de esta edición, la presión sobre el régimen de Maduro había aumentado de manera considerab­le. En especial durante los últimos días de febrero, cuando decenas de camiones que transporta­ban unas 500 toneladas de ayuda humanitari­a se aprestaban a cruzar la frontera y los primeros en hacerlo fueron intercepta­dos e incendiado­s. Por aquellos días, las noticias desde Venezuela daban cuenta, además, que cada vez más integrante­s de las fuerzas de seguridad habían tomado la decisión de retirar su apoyo al régimen. Tomás Carrió.

“Hay una repolariza­ción del sistema internacio­nal. Se están acomodando los jugadores y aprovechan la debilidad de Venezuela”.

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