El evangelio, según Marcos y Juan
Juan es abogado. Se recibió en la UBA. Había obtenido una licenciatura en Ciencias Sociales y Humanidades en Quilmes. Egresado del Colegio Godspell, de San Isidro, lleva la política en su ADN. Es hijo del dirigente peronista Roberto Grabois (a.k.a.: “Pajarito”). Este mes cumplirá 36 años. Nunca trabajó en el sector privado. Se dedicó a la militancia social. Es reveladora de su credo una entrevista que le hizo Jorge Fontevecchia, publicada el 20 de abril en Perfil. Se reivindica –“y no me arrepiento”– de haber sido parte de la generación que “volteó a De la Rúa” (sic). Expresa una visión clasista del mundo: poderes y contrapoderes, hegemonías y gestas de liberación. La lucha de los “excluidos” por “pan, tierra y trabajo”, contra los “monopolistas que le joroban la vida al 99% de los argentinos”. Cofundador del Centro de los Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), su ideario económico se nutre de empresas recuperadas y reformas agrarias. “‘Eco’ viene de casa y ‘nomía’, de administración – ilustró–. Entonces, entiendo la economía como la administración de la casa común, de un país, de una ciudad. Hablamos de la economía popular porque es la casa común de los sectores populares”. Para él, el sistema está “putrefacto”. Se opone al “fraude laboral” de las “multinacionales que ganan con el trabajo precarizado y la ultraflexibilización”. Su visión sobre las empresas de los Uber, Rappi, Glovo y similares. Cristinista confeso, se lo reconoce más por su línea directa con el Vaticano. “Intento aplicar las enseñanzas del Papa en un montón de temas. Seguramente, lo hago mal”. El sitio Eliminando Variables calculó en 40.000 los planes sociales que gestiona Grabois. A valores actuales, unos $ 300 millones al mes. Casi $ 4000 millones anuales, incluyendo aguinaldo. Marcos nació hace 47 años. Su padre, Ernesto, dirigía Sadesa, la curtiembre familiar. Egresado del San Andrés, estudió Administración en Wharton e hizo su MBA en Stanford. Su único vínculo con la JP es que fue joven profesional de YPF. En 1999, se lanzó a la aventura de emprender su propio start-up: Mercadolibre. Toda una definición conceptual, ya el nombre. Veinte años después, MELI es la empresa argentina más valiosa: alcanzó el record de u$s 29.000 millones, a inicios de este mes. Cerca de 60 millones de personas la utilizan. En 2018, facturó u$s 1439,7 millones. Tiene 7239 empleados en siete países. Incursiona en nuevos negocios, como el financiero. Cree, con devoción, en el espíritu entrepreneur. “Todos estamos esperando que salga otro Mercadolibre. Yo soy el primero que quiere que pase”, aseguró, en una entrevista concedida a esta revista meses atrás. Así como, dijo, Mercadolibre democratizó el comercio, ahora, quiere hacerlo con el dinero y el acceso al capital. Mauricio Macri lo tiene como su modelo de empresario. La simpatía es mutua. Para muchos – como Juan–, el jinete del Apocalipsis cabalga un unicornio: pugna por una modernización que acerque a la Argentina al competitivo mundo del Siglo XXI. “El marco laboral argentino pertenece al siglo pasado”, dijo. “Las tareas no son repetitivas. Lo que importa es pensar. Necesitamos un régimen acorde a los empleos que vendrán”. El gran creador de empleo debe ser "un sector privado pujante", cree. Sacrilegio para quienes adoran al Santo Padre estatal. Generacional y culturalmente, Galperin es producto de los ’90. De un país integrado al mundo, abierto al capital. Pero, como su antagonista, también es fruto de la crisis: de quien, en la mala, apuesta a su estrella y esfuerzo personal para forjarse su propio porvenir. El gen emprendedor. Ni más, ni menos. Grabois representa lo opuesto: en su paraíso terrenal, rige la Justicia social, arbitrada por esa deidad que es el colectivismo encarnado por el Estado. Más cerca de Tomás Moro que de Marx. De la Ciudad celestial, que describió San Agustín. Su propia utopía, en versión GBA. Días atrás, se cruzaron en las redes. Parece que uno atacó por dinero. Pero, en el fondo, es una grieta filosófica. Entre el evangelio de Marcos. Y el de Juan.