Agro después de la cosecha
Con producción récord, el sector cantó cartón lleno. Pero sus desafíos para seguir creciendo siguen latentes.
Como pasa en todo análisis, hay una foto y también una película. La foto del sector agrícola se resume en dos palabras: cosecha récord. Luego de la campaña 2017/2018 carcomida por la sequía –que afectó el 30 por ciento de la producción, unos US$ 8500 millones menos de ingresos–, las voces calificadas coinciden en que este año se alcanzará la marca histórica de unas 148 millones de toneladas, incluidos todos los cultivos. Se alinearon los planetas (o los granos): clima favorable, alta inversión de los productores para recuperar las pérdidas, avances tecnológicos que siguen mejorando rindes y cambios en el marco impositivo –la reducción inicial de las retenciones a fines de 2015– que alentaron una extensión de la superficie del maíz. El agro puede sonreír por los resultados conseguidos y sus números respaldan las expectativas generadas para la actual campaña. Es, junto con Vaca Muerta, el único sector que está eludiendo la crisis. El ganador del año, desde la óptica de los demás.
Pero la película del sector, que tantos debates despierta sobre su rol en la economía, tiene otra luz cuando se miran sus números finos. Más allá de la cosecha que terminará de levantarse a fin de junio y los dólares que ingresarán –a un tipo de cambio real 40 por ciento más alto que a la salida del cepo cambiario, en diciembre de 2015–, el agro sigue lidiando con malezas muy resistentes: altos costos de fletes y déficit de infraestructura que minan la rentabilidad fuera de la zona núcleo (la Pampa húmeda próxima a los puertos), falta de financiamiento, presión fiscal, una frontera agrícola que empieza a encontrar sus límites y precios internacionales que ya no son lo que eran. La soja cotiza en el nivel local más cerca de US$ 200 la tonelada que de US$ 300 y es muy probable –explican los entendidos– que se mantenga en esos niveles en los próximos años, de no mediar ningún evento climático extraordinario en algún país productor. Como consecuencia, el agregado de valor permanece en la columna del debe: la Argentina exporta el mismo monto promedio en dólares por tonelada que hace casi 10 años cuando otros países más chicos lo están aumentando a fuerza de transformar granos en proteína animal, por ejemplo.
“El potencial del sector agrícola está intacto, pero sigue siendo un potencial. ¿Por qué? Las exportaciones promedio por tonelada continúan siendo bajas frente a otros países productores de agroalimentos como la Argentina”, advierte Bernardo Piazzardi, profesor de la Universidad Austral y experto en agronegocios. Según sus datos, las exportaciones agrícolas locales rondan los US$ 400 la tonelada promedio –explicadas en un 65 por ciento por el complejo sojero– frente a los US$ 1100 por tonelada que despacha los Estados Unidos y los US$ 1800 de Australia. “Desde 2012 estamos casi igual y no podemos mover la aguja (en el agregado de valor). Cuando se hace el mismo ejercicio, otros países progresaron mucho más. Por caso, la Argentina es el principal proveedor de maíz de Chile, que lo utiliza para producir cerdos y va camino a convertirse en el quinto exportador mundial de carne porcina”, ilustra.
“El clima acompañó la cosecha de este año, que será la más grande de la historia argentina, cerca de 150 millones de toneladas. Pero eso no necesariamente implica que el productor esté en una situación de