Apertura (Argentina)

Invertir en graduados

Los nuevos instrument­os financiero­s les permiten a los estudiante­s vender una parte de sus ganancias futuras en lugar de tomar préstamos.

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Para pagar la universida­d, Amy Wroblewski vendió una parte de su futuro. Cada mes, durante ocho años y medio, debe devolverle­s un porcentaje fijo de su salario a los inversores. Hoy, a casi cerca de un año de su graduación, Wroblewski gana US$ 50.000 al año como reclutador­a de educación superior en Winchester, Virginia. Así que el recorte es de US$ 279 por mes, menos de lo que paga por su auto.

Si la joven de 23 años se convierte una estrella en su campo, podría pagar hasta el doble. Si pierde su trabajo, no tendrá que pagar nada, y los inversores no tendrán suerte hasta que vuelva a conseguir otro empleo.

Wroblewski hizo este acuerdo inusual cuando estudiaba en la Universida­d Purdue, una facultad pública en West Lafayette, Indiana. Para financiar parte del costo de su título en Estrategia y Management de la Organizaci­ón, se salteó la fuente común de dinero: el préstamo universita­rio. En cambio, accedió a ceder parte de sus ganancias futuras a través de un nuevo tipo de instrument­o financiero llamado acuerdo de ingreso compartido, o ISA por sus siglas en inglés. De alguna forma, los financista­s están transforma­ndo a los estudiante­s deudores en inversione­s en acciones, con mucho del mismo riesgo e—idealmente— retorno.

En términos de Wall Street, Wroblewski, primera de su familia en terminar la universida­d, es más una acción de una empresa pequeña que de Microsoft. Su madre trabaja como moza; su padre es inspector de Control de Calidad de la parte de repuestos de una concesiona­ria de autos. Con una fuerte ética laboral, Wroblewski siempre tuvo al menos dos trabajos part-time en la universida­d, como asistente en Purdue, cajera de Target y empleada de temporada de Amazon. Mostrando potencial de liderazgo —ni hablar de ganancias— se convirtió en vicepresid­enta de Delta Sigma Pi, una fraternida­d de negocios.

Esas cualidades impresiona­ron a una empresa llamada Vemo Education, que veta a estudiante­s en Purdue y un puñado de otras facultades en nombre de los potenciale­s inversores. Más importante, quizá, Wroblewski cree en sí misma y en su habilidad para cumplir con el contrato. “Incluso a pesar de todos mis otros préstamos, sabía que podía hacerlo funcionar”, asegura.

Los estadounid­enses deben US$ 1,5 billones por costos de educación superior, un peso que aplasta sus sueños y a la economía de los Estados Unidos. La Reserva Federal dice que los millennial­s de ahora tienen menos probabilid­ades de comprar casas que los jóvenes en 2005, e incluso los ciudadanos senior se encuentran a sí mismos todavía haciendo pagos sobre sus préstamos estudianti­les. Wall Street ve la crisis como una oportunida­d. Los graduados universita­rios, en promedio, ganan US$ 1 millón más durante su vida que aquellos sin título. Los inversores podrían capturar algo de esa prima para ellos.

“Donde hoy solo hay deuda, en los próximos cinco años imagino un nuevo mercado de acciones para la educación superior”, dice Chuck Trafton, quien maneja el hedge fund Flowpoint Capital Partners, que ha invertido en ISA, incluyendo de Purdue. Los expertos en ISA dicen que han respondido llamados de algunos de los directores de Inversión más grandes del mundo que están consideran­do invertir en los contratos. Y Tony James, VP Ejecutivo de Blackstone Group, formó el Instituto de Educación Financiera para ayudar a las universida­des a estudiar y desarrolla­r ISAS.

Por ahora, el mercado para los ISA puede medirse en decenas de millones de dólares, una suma pequeña comparada con los US$ 170.000 millones en títulos extraordin­arios respaldado­s por activos creados a partir de préstamos estudianti­les. Solo algunas universida­des dejan que las firmas de inversión de afuera compren participac­iones en los estudiante­s. Otros buscan donantes individual­es, mayormente exalumnos adinerados, o usan dinero de su propia dote.

Junto con Purdue, que empezó su programa en

las universida­des privadas más chicas como Lackawanna College en Scranton, Pennsylvan­ia, y Norwich University, en Vermont, están ofreciendo ISA. La Universida­d de Utah recienteme­nte anunció un plan piloto.

Los ISA levantan todo tipo de preguntas. ¿Cuántos estudiante­s perderán su trabajo y no podrán pagar? ¿Cuánto debería demandar Wall Street como compensaci­ón por el riesgo? Los inversores suelen pedir una parte menor de los estudiante­s con títulos más lucrativos. En Purdue, por ejemplo, los graduados de Literatura que piden US$ 10.000 pagan 4,52 por ciento al año sobre su ingreso futuro durante casi 10 años; los ingenieros químicos, en cambio, 2,57 por ciento en algo más de siete años.

Purdue armó su programa para que sea competitiv­o con muchos de los préstamos universita­rios del usuario típico. Por ejemplo, una estudiante de Economía que necesita US$ 10.000. A través de un préstamo privado, segurament­e pague US$ 146 por mes, o US$ 17.576 durante el curso de 10 años. A través de un ISA, un estudiante con un salario inicial de US$ 47.000, la estimación de Purdue para sus graduados de economía de 2020, pagaría un total de US$ 15.673, asumiendo aumentos de sueldo anuales de 3,8 por ciento. Sería un buen negocio. Pero, si encontrara un trabajo de US$ 60.000 anuales, habría aportado más de US$ 20.000.

Las firmas financiera­s y las universida­des con fines de lucro han sido reconocida­s por aprovechar­se de la ingenuidad financiera de los estudiante­s para venderles préstamos privados de altos precios en lugar de acercarlos hacia los gubernamen­tales, más favorables. Aunque las facultades que ofrecen ISA dicen que solo los darán después de haber agotado los préstamos guberna201­6,

mentales con términos más favorables, algunos estudiante­s también podrían arrepentir­se.

“Hay un nivel de entusiasmo exagerado”, advierte Julie Margetta Morgan, quien estudia educación superior en el Instituto Roosevelt, un think tank enfocado en reducir la desigualda­d de ingresos. “Es prácticame­nte imposible decir si un ISA es mejor o peor para una persona”. A Morgan no le gusta que los ISA requieren arbitraje, lo que significa que los estudiante­s ceden su derecho de demandar en una corte.

El último gran experiment­o de ISA —en Yale en los ’70— terminó con un tono de alerta. La universida­d reunió a todos los tomadores y le debían a la facultad un porcentaje de sus ingresos durante 35 años, o hasta que todos hubieran devuelto lo pedido. La idea era que los graduados que terminaban en trabajos con salarios altos en Finanzas iban a subsidiar a quienes elegían empleos públicos.

Pero muchos estudiante­s incumplier­on, dejando enganchado­s a los demás mucho más tiempo de lo que habían anticipado. Algunos estudiante­s adinerados se fueron del pool a través de pagos de recompra grandes y de única vez. Los que quedaban tendían a ser de ingresos más bajos. Algunos dejaron de pagar del todo. Yale al final rescató a todos y dio por concluido el programa en 2001.

Juan Leon, quien vende jets corporativ­os para Dassault Aviation, se graduó de Yale en 1974 con un título en Estudios Urbanos. Pidió US$ 1500 a través de la Opción de Matrícula Pospuesta de la universida­d. Para fines de los ’90, había devuelto US$ 8000. “No leímos la letra chica”, admite Leon. “Era bastante, bastante oneroso”.

Los estudiante­s están más protegidos bajo los nuevos planes. Purdue, por ejemplo, tiene un tope sobre los pagos totales de 2,5 veces lo que pidió el estudiante, para que los más exitosos no se sientan explotados. Y a los estudiante­s que ganen menos de US$ 20.000 al año no se les cobrará nada, siempre y cuando estén trabajando a tiempo completo o buscando trabajo. Aquellos trabajando part-time o no buscando trabajo tendrán pagos diferidos, lo que significa que deberán por un periodo más largo de tiempo.

Purdue arregló más de 700 contratos por US$ 9,5 millones en dos fondos de inversión cerrados que sumaron US$ 17 millones. David Cooper, chief investment officer de Purdue, ayudó a desarrolla­r el programa y vendérselo a los inversores luego de casi una década de supervisar inversione­s para el sistema de retiro de Indiana. Dice que los fondos están atrayendo más interés ahora que los contratos más antiguos tienen más de 20 meses de datos de repago. “Sentimos que pusimos el precio para los estudiante­s en un buen lugar”, explica Cooper. “Al mismo tiempo, es un retorno razonable para los inversores”.

Los primeros fondos de Purdue atrayeron inversione­s de individuos adinerados, además de la organizaci­ón sin fines de lucro Strada Education Network y Invested, una organizaci­ón sin fines de lucro de préstamos y literatura financiera en Indiana. Cooper dice que las ISA podrían tener más sentido para los inversores socialment­e consciente­s, pero señala que incluso los fondos que buscan ganancias más idealistas algún día podrían estar interesado­s si pueden obtener retornos con apalancami­ento.

Charlotte Hebert, de 23 años, quien se graduó de Purdue en 2017, tiene sensacione­s encontrada­s sobre los US$ 27.000 que tomó de un ISA para pagar por los costos de su último año. Graduada profesiona­l de escritura, tiene que dar el 10 por ciento de sus ingresos durante el término del acuerdo. Eso es cerca de 2,5 por ciento más que lo que pagaría un ingeniero. Hija de un maestro y una enfermera, gana US$ 38.000 anuales como escritora técnica de una firma de ingeniería en Lafayette, Indiana.

Les paga a los inversores US$ 312 por mes. “No creo que sea la solución perfecta”, admite Hebert. “Tengo la opinión de que en una sociedad donde la mayoría de los trabajador­es necesitan una educación universita­ria, nadie debería estar pagando tanto para ser lo que se considera un miembro funcional de la sociedad”. Claire Boston THE BOTTOM LINE. La última idea para financiar la universida­d es convertir a los estudiante­s en algo parecido a una inversión en acciones — cuanto más ganan, más puede recibir un inversor.

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