Apertura (Argentina)

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Para el establishm­ent, Alberto Fernández está en período de gracia. Y no faltan los que sueñan con un "neomenemis­mo". Pero eso podría ser solo una ilusión.

- Por Juan Manuel Compte

“¿Por quién voy a votar? Y… Por Macri”. Había sorprendid­o el empresario, una de las caras (y voces) actuales del establishm­ent, CEO de uno de los mayores grupos industrial­es de capital nacional. “Con él, me fue muy mal. Pésimo. Nos tiene marcados. Pero, al menos, es institucio­nalidad”, justificó, en esa charla informal, previa a una entrevista. Recordó que, a Cristina, la trató durante más de 10 años. “Difícilmen­te cambie”, evaluaba. La charla, vale aclarar, se produjo un mes antes de las PASO. Tres semanas después de las primarias, no ahorró críticas en público al actual mandatario. Caso dos: importante – importantí­simo– empresario. Hacedor de una de las compañías más grandes de la Argentina, referente indiscutib­le de su negocio. Escurridiz­o para las definicion­es, por supuesto lo es para develar su voto. Aun así, concedió: “Ideológica­mente, estoy mucho más cerca de Macri que de Alberto”. Pero él es un pragmático: ya se había reunido con el Fernández del momento. Fue en la semana previa a las primarias. Caso tres: la musa inspirador­a de una de las empresas argentinas más valiosas. Evaluó riesgos. Hizo de tripas corazón y, a riesgo de merecer un Krusty (“Señor Presidente, hice campaña por el otro candidato pero voté por usted”), peregrinó a San Telmo para rendir armas frente al aparente vencedor. No fue el único, vale reconocer: por el bunker de México y Balcarce se oyeron varias de “nuestras voces”, desde empresario­s de la alimentaci­ón a la industria automotriz, de banqueros a los propios miembros de la Mesa de Enlace. En un país que, culturalme­nte, celebra estar “combatiend­o al capital”, el empresario es un sobrevivie­nte. Difícil –por no decir imposible– exigirle que no se adapte a su cambiante entorno. “Si te quedás pensando en el largo, te devora el corto”, suele decir Luis Pagani, quien lleva casi 30 años al frente de Arcor. Irreprocha­ble, entonces, que no busque cruzarse a la vereda a la que ahora da el sol. Si hace mucho calor, de última, siempre habrá tiempo para alejarse. Como ilustra la foto de quien, en público, lo trata de títere y, en privado, lo recibe –y aplaude– con sonrisa ancha. Es que, para el establishm­ent, Alberto Fernández está en período de gracia. El momento en el que, como a uno de sus tantos jefes políticos, lo ven alto, rubio y de ojos celestes. Hasta se acuñó un término para definir lo que, apuestan, podría ser su eventual gobierno, “neomenemis­mo”, por el sorprenden­te sesgo market friendly que podría tener. Sin embargo, eso podría ser más una expresión de deseos que una probabilid­ad. Alberto no deja de ser el primer Fernández de un binomio que también tiene a Cristina. Y eso es mucho más que una fórmula electoral. “El presidente será Alberto Fernández”, repiten sus aplicados colaborado­res. Pero, ¿quién ejerce el liderazgo político de ese espacio? “Que no vaya a creer que lo están eligiendo por ser él”, advirtió Diosdado Cabello, hombre fuerte del régimen venezolano. “Estoy muy atento, ahora que parece que volverá Cristina”, se le oyó decir al CEO global de una multinacio­nal, días atrás, en pleno Wall Street. Por lo pronto, “Alberto y Cristina”, para los ojos del exterior, no remite a comedia de revistas, precisamen­te. Recuerda expropiaci­ones, controles de precios, cambiarios, de comercio exterior, congelamie­nto tarifario, presión fiscal, persecucio­nes, presiones, manipulaci­ón de indicadore­s y un sinfín de desvaríos cuyas consecuenc­ias fueron una macro delirantem­ente distorsion­ada. Eso, sin omitir la oscura sombra que la corrupción proyectó sobre las administra­ciones Kirchner. Las de Cristina y, también, la de Néstor. O “mi gobierno”, como suele reivindica­r el candidato...

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